DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Si yo me voy antes, no me lloren. Viví la vida a mi manera. No me arrepiento de los pasos que di, ni de las cosas que no puede hacer. Reí, lloré, me ilusioné, fracasé y lo volví a intentar cuantas veces quise. Cometí errores, y fueron tan solo eso “errores”. Me alegré con la suerte de otros y me resigné a mi propia fortuna.

No envidié a nadie, desde niño mis padres me enseñaron que siempre existieron personas más grandes y más pequeñas que yo. Dios no reparte los dones del mismo modo, y no siempre depende del esfuerzo.

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Traté de hacer lo mejor en todo momento, no para destacarme, solo para sobrevivir. Comprendí que el trabajo dignifica, y tuve la dicha de hacer lo que me gusta. Aprendí por mi cuenta que el mundo se traga a los débiles y que sin una mano muchos amigos no podrían haber cumplido sus metas, tampoco yo. Y no los olvido.

La rueda de la vida me llevó arriba, también abajo. Pero nunca renegué de mi destino. Comprendí perfectamente que se es feliz y triste. Feliz para dar gracias al Dios que exista. Y triste para entender que soy humano.

Si yo me voy antes, no me lloren. Veo la muerte como una extensión de la vida no como la percibimos. Creo que vida y muerte solo son un viaje y ambas son etapas. La primera es un examen. La segunda, una recompensa. Cambiamos de dimensión, y al final todos vamos al universo, por eso el cielo es majestuoso, infinito.

Todas las almas se encuentran allí. Volveremos a encontrarnos. Lo sé. No tengo apuro, tengo la eternidad. No creo en las coincidencias. Cada cual construye su escalera. Y con ella a donde quiera llegar. El futuro no nos mira a todos de la misma manera. Dependerá de la visión que cada uno tenga de él.

Por eso, el presente es importante, porque cuando llegue el momento de partir, el futuro será solo una utopía. Si llegaste bien, si no, lo habrás intentado, y eso, eso es lo que cuenta. Vivir es una tarea difícil y lo que cuenta es el ahora. El resto se olvida o es incierto. No hay manuales ni cursos.

Aprendí a dar gracias, me lo enseñó mi padre cuando era pequeño. Una persona agradecida no olvida, y las personas que no olvidan crecen. Sin embargo, aprendí también que podemos pensar diferente, y por cosas del destino no coincidir alguna vez, pero eso no nos hace enemigos, al contrario, nos enseña que la tolerancia es señal de respeto. Cada persona es un mundo con todas sus tempestades.

Si yo me voy antes (y espero que no) no me lloren. No quiero eso. Sepan que a mi modo, ¡fui feliz! No me lleven flores, quiero sonrisas. Si fuese así habré dejado mi huella en la vida.

Etiquetas: #Dejar#huella

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