Descendientes directos del último tiranosaurio del Paraguay, por la vía de la emulación de los vicios, dos saurios bípedos y carnívoros despertaron la voracidad insaciable de la manada multicolor para sitiar las instituciones de la República, a la que ya venían azotando con la premiación a la mediocridad y asolando con una despiadada cuan impune corrupción.

El velociraptor mayor está sentando en el sillón de López por esas raras y crueles ironías de nuestra historia. Un grotesco remedo, como describiera Augusto Roa Bastos al mentor de quien hoy protagoniza un gobierno de parodia. Heredero nato de uno de los regímenes más despiadados y sanguinarios de nuestro proceso político (no se cansa de reivindicarlo), heredó también parte de esas cuantiosas fortunas amasadas –afirmaba nuestro Premio Cervantes– a costa del hambre, la miseria y las penurias de una colectividad.

El velociraptor menor, quien pretende el entorchado de oro que cuelga de las fauces de su jefe actual –aunque ya usurpa el cargo–, ha propiciado un violento ataque, a rojas dentelladas, contra cualquiera que pudiera obstaculizar su paso depredador hacia las arcas del Tesoro Público. Ankylosaurios (dieta verde), spinosaurios (pescador de río revuelto), carnotaurus (toro carnívoro) y a los alosaurios (carroñeros) se juntaron en una pandilla de reptiles escamosos sin más horizonte que el lucro y el poder. O más sencillamente: el poder que abre las compuertas del lucro.

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Como una maldición mítica, el hades de la desgracia, transmutado en narcotráfico y crimen organizado, volvió a sobrevolar nuestro infortunado pueblo. Maldición que tiene su génesis en una de las dictaduras más largas de América y que fue amparo de los más grandes criminales de este rubro, como el internacionalmente buscado Joseph Ricord, francés, cuya extradición solicitada por la justicia de los Estados Unidos era sistemáticamente saboteada por el deslustrado despotismo.

Pero nadie resiste eternamente las presiones del Imperio. Así, allá por 1973 el conocido “rey de la heroína” era condenado a veinte años de cárcel. Fue liberado a los diez años, a raíz de una parálisis, y, sí, adivinaron: volvió a nuestro país en 1983 para reencontrarse con sus viejos amigos. Murió en 1985.

Nadie se salva del karma golpeándose simplemente el pecho con la más descarada hipocresía. O participando de “jornadas de avivamiento espiritual”. Acorralado cada vez más por las conexiones de algunos ministros (ahora ex) y legisladores afines hechos comprados, no suposiciones con grandes “exportadores” de drogas a Europa y África, el gobierno de Mario Abdo Benítez busca distraer la atención, y para ello se alió con una oposición simulada, más hambrienta de poder que náufrago en balsa. Los que tanto criticaban las prebendas coloradas ahora demostraron que tienen los colmillos más afilados “que cimitarra de Mahoma”, diría con malévola sonrisa el inolvidable Helio Vera.

En Paraguay todas las teorías tienen destino de sepultura, decía un agudo observador de nuestras exploraciones científicas. Claro, eran los tiempos en que un secretario del dictador había solicitado la derogación de la ley de la gravedad para que su hijo no se aplace en la escuela. Por supuesto, también sucumben hasta los imperativos más categóricos.

En los últimos días hemos visto que aquí se trastocan hasta los refranes que tienen la sabiduría de los milenios. Así, por ejemplo, “jamás del mismo plato comen el ratón y el gato” carece de cualquier seriedad en nuestro medio. Aquí, cuchara jerépe se sirven de la misma fuente canes, felinos y lauchas. Saurios de diversos pelajes trasponen las líneas del tiempo para hincar sus bien afilados dientes al zoquete del Estado con inconmovible devoción.

El velociraptor mayor y su prohijado para la presidencia de la República están desesperados por mantenerse en el timón de una nave que zigzaguea como sus endebles convicciones. Pero el barco, este barco caricaturizado Gobierno, ya no tiene chances para el calafateo.

Se está hundiendo irremediablemente. Y en ese trastorno del estado anímico, en sus agonizantes e incoherentes balbuceos, sueñan con la “tormenta perfecta” que pueda hundir a toda la flota que enarbola la bandera roja de la Asociación Nacional Republicana. “O nosotros o nadie”, es la clara consigna.

Para tranquilidad futura de la sociedad, estos son los últimos estertores de dos dinosaurios carnívoros que se niegan a extinguirse. Pero ni con todo el poder del mundo se puede detener el paso de la evolución. El 18 de diciembre de este año sentirán el impacto del primer meteorito de los votos. Ah, por si alguien tenga curiosidad: velociraptor, del latín “ladrón veloz”.

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