La conmemoración de los fieles difuntos en este día data es una larga tradición de fe en la Iglesia Católica para orar por aquellos fieles que han partido a la eternidad y se encuentran en estado de purificación en el purgatorio.

La institución de este día se atribuye a una iniciativa del Abad Odilón, hoy San Odilón de Francia; superior del Monasterio de Cluny en Francia, el 2 de noviembre del año 998, en honor a los hermanos fallecidos. Su idea fue adoptada por Roma en el siglo XVI y de ahí se difundió al mundo entero.

“La fe nos enseña que hay un lugar de purificación para las almas después de la muerte. Toda criatura que muere lleva a cuestas faltas y pecados cometidos. Estas faltas y pecados les impiden entrar directamente al reino de Dios, que es el reino de la santidad perfecta, de la luz y la felicidad inmensa”, comenta Jorge Catalino González.

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Añade que Dios, en su gran bondad y misericordia, designó un lugar de purificación que la tradición lo llama Purgatorio.

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Por el modo COVID de vivir, este año las exigencias fueron varias para ingresar al cementerio. Foto: Eduardo Velázquez.

Antigua tradición

La solidaridad espiritual entre los católicos es infinita, ya que por cada fallecido se realizan oraciones, rosarios, triduos de misas u otras celebraciones, pidiendo el descanso eterno y una purificación elemental del fallecido para alcanzar el reino de Dios. Esta tradición se remontan a la Antigüedad, comenta González.

Comenta que se lee en el segundo libro de los Macabeos que después de una batalla del pueblo judío contra sus enemigos, Judas Macabeos mandó recoger todas ofrendas para ser enviadas al templo de Jerusalén, solicitando oraciones en homenaje a los soldados caídos en la guerra. El texto finaliza de esta manera: “Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos; más se considera una magnífica recompensa reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso” (2 Mac 12, 44-45).

Las oraciones en favor de las almas de los muertos siempre se ha realizado en la Iglesia desde los primeros siglos. En las catacumbas romanas donde se sepultaban a los cristianos. En la actualidad se implementó la presencia de una imagen de Cristo o un crucifijo también, en la ofrenda, lo cual nos recuerda que él es el vencedor de la muerte

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Verificación del agendamiento antes de ingresar: Foto: Eduardo Velázquez.

Santa Mónica y el papa Francisco

Santa Mónica es la madre de San Agustín y una gran mujer de vida ejemplar. Decía a sus hijos que le acompañaban antes de fallecer: “Pongan mi cuerpo en cualquier lugar y no se preocupan por él. Solo les pido que en el altar de Dios se acuerden de mí, donde quiera que estuvieran”.

Entre tanto, San Pablo pedía a sus hermanos "que estén en la ignorancia respecto a los muertos, para que no se entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús”, 1 Ts 4, 13-14.

En este pasaje bíblico, San Pablo exhorta y recuerda que el día de los fieles difuntos no es día de tristezas y lamentaciones, como lo es para que aquellos que no tienen fe, sino es un día de recuerdos hermosos, cálidos y, sobre todo, vivos de nuestros seres queridos que han partido. Latentes en nuestros corazones e imborrables en nuestras mentes.

El papa Francisco, en el 2014, afirmó que “el recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios”.

A pesar de las medidas, mucha gente pudo ingresar al camposanto. Foto: Eduardo Velázquez.

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