• Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

El 10 de julio de 1945, amaneció frío en Mar del Plata, unos de mis lugares en el mundo y donde habito en cada oportunidad que estoy en la Argentina. Cerca de 1670 Km hacia el Sur la separan de mi querida Asunción. A las 7 de aquella mañana, un vigía de la base de submarinos de la marina argentina, descubrió que desde el mar, no muy lejos de la costa ni de su posición, un buque intentaba comu­nicarse con un reflector. Los puntos y las rayas del alfa­beto Morse, con el formato de haces de luz, claramente lo informaban. El capitán de corbeta Ramón Sayus fue despertado por su asistente para imponerlo de esa nove­dad relevante. Corrió hasta donde se encontraba el obser­vador. Con la cooperación de un experto en comunica­ciones, Ramón supo que un submarino alemán y su tri­pulación querían rendirse frente a él. Increíble pero Otto Wermuth, comandante del sumergible, con chispa­zos de luces cortas y otros un poco más largos, así se lo hizo saber. El Unterseeboot -que nunca fue detectado- iden­tificado como U530, estaba a poco menos de 5 Km del mue­lle militar. Como se lo indicó Sayus, Wermuth navegó en superficie hasta atracar. Minutos después, en el más­til de la embarcación rendida, flameaba la bandera nacional. La tripulación fue prisionera.

Adolfo Bioy Casares (extremo izquierdo), Victoria Ocampo (centro) y Jorge Luis Borges (extremo derecho) una tarde ventosa en una playa marplatense.

BANDERAS NAZIS

Otto le entregó, más tarde, al capitán de navío, Julio César Mallea, que lo esperaba en el muelle, una de las dos ban­deras nazis que llevaba en el buque que comandaba. La de guerra, Mallea guardó aquel trofeo hasta su muerte como recuerdo de aquel acto final de una guerra de la que no parti­cipó. La otra bandera, la de cere­monias, la habían quemado. El 17 de agosto, el U977, también se rindió. La Segunda Guerra Mundial, en Berlín, había ter­minado el 8 de mayo. El dicta­dor y genocida Adolfo Hitler, en el interior del Bunkerführer, cometió suicidio junto a Eva Anna Paula Braun Hitler, su flamante esposa, el 30 de abril. También mataron a Blondi, mascota ovejera alemana de la pareja, en la que probaron la efectividad de una pastilla de cianuro que la obligaron a inge­rir. Sus cadáveres fueron inci­nerados antes de que llegaran los rusos al lugar. Otros subma­rinos fueron avistados, desde entonces, en varios lugares de la costa de este país. Alguno, incluso, a la altura de San Cle­mente del Tuyú, unos 214 Km al Norte de la base marpla­tense, donde fue avistado por el policía Pedro Longhi, desta­cado en las cercanías de aque­lla localidad, que reportó for­malmente el avistamiento. La paz, finalmente, había llegado. Millones festejaron. Aunque no todos, ni todas, con las mismas motivaciones. Aquí, los rich and famous de entonces, desde apenas iniciado el 1939, justa­mente por los submarinos de la Kriegsmarine, de la marina del III Reich, como los que se rin­dieron en Mar del Plata, que en solitario o “en manada”, ataca­ban inmisericordes para hun­dir tanto a barcos civiles como militares que navegaban por el Atlántico, dejaron de via­jar a Europa, como lo hacían desde fines del siglo 19. ¡Hasta las vacas llevaban a bordo para alimentarse en aquellos peri­plos! Aunque usted no lo crea. Y, hay más en el anecdotario.

Victoria Ocampo entre libros. Ayudó a Silvina pero no se hablaban .

LA “BIARRITZ” DE SUDAMÉRICA

Cuando aquellas embarcacio­nes cruzaban la línea del Ecua­dor, en los viajes de ida, algunas de aquellas y aquellos ricacho­nes arrojaban por la borda la vajilla propia que llevaban con ellos porque, de Europa, regre­saban con todo nuevo. El pánico por las letales amenazas sub­marinas hizo que, en la Argen­tina, aquellos grupos sociales adoptaran las costas marpla­tenses para sus temporadas de descanso como muchos y muchas de la misma condición que, en Europa optaron por Bia­rritz o, en los Estados Unidos, donde la opción fue Atlantic City. La guerra, para algunos y algunas, fue una fuerte de preo­cupación sólo por los placeres de los que debían prohibirse. De allí que algunos secretos patricios ganaron popularidad. Ciertos o no, algunos datos son, desde cuando promediaba la tercera década del siglo pasado, parte del chismorreo público aunque, vale decirlo, antes fueron parte de la agenda de tertulianos y ter­tulianas en salones con preten­siones aristocráticas.

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Villa Victoria, la prefabricada de madera europea que construyó la mayor de las hermanas Ocampo.

DE EUROPA A MAR DEL PLATA

Victoria y Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, por ejemplo, son cuatro nombres que gana­ron popularidad en los largos inviernos marplatenses como consecuencia de las extendidas permanencias de ese cuarteto en las villas que poseían en la principal ciudad turística de la Argentina durante los veranos. También se hicieron conocidos algunas y algunos de sus allegados y familiares que revela­ron -entonces y hasta nuestros días- fragmentos de sus vidas. Dolores Bengolea, poco tiempo atrás, en el transcurso de un programa televisivo, no dudó en comentar que los días en Villa Victoria Ocampo, las “malas palabras” eran parte frecuente de los diálogos. El “déjate de joder” o “me cago en la buena educación”, según Dolores eran expresiones frecuentes de su tía, enorme gestora cultural y creadora de la Revista y Edito­rial Sur, circa de 1931. Con aque­llas dos creaciones sacudió la cultura en este país. Victoria, era parte del poder. Se asegura que, en alguna tarde de té con visitas en su residencia mar­platense, cuando recordaba los tiempos de su infancia y ado­lescencia, sostenía -tal vez con ironía- que “el país (la Argen­tina) se manejaba un poco en familia”. Cuando suspendió los viajes a Europa por la guerra, interrumpió una larga serie de traslados que comenzó cuando tenía seis años. No fue sola en la primera del buque. Eran media docena de hermanas Las Ocampo y, como el viaje era de muchas semanas, justamente, viajaban con las vacas holan­do-argentinas para que no les faltara el calcio de los lácteos.

Villa Silvina, una construcción sólida que pretende contrastar con Villa Victoria, la residencia marplatense de su hermana.

HISTORIAS Y TRAGEDIAS DE FAMILIA

Sus nombres y sus apellidos estaban vinculados con la his­toria nacional. De las buenas historias y de las no tan buenas, sin dejar de lado las profunda­mente trágicas. El asesinato de Felicitas Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto, en la estancia La Postrera -vaya nombre- fue muerta de un tiro por el tío abuelo de Las Ocampo, Enrique Ocampo Regeira. Los chimen­tos, dan cuenta que la madre de la muerta, Felicitas Cueto y Montes de Oca, cuando la niña tenía 15 años, le informó que debía casarse con Martín Gre­gorio de Álzaga y Pérez Llorente (60). La joven resistió con vehe­mencia sin ningún éxito. (ver La Nación https://www.lana­cion.com.py/gran-diario-do­mingo/2019/10/20/cronica-de-una-tragedia-que-aun-descon­suela-a-su-fantasma/) aunque el destino quiso que enviudara en pocos años. Joven, linda, viuda y millonaria, el tío abuelo de Victoria puso sus ojos y sus intenciones sobre ella pero no pudo digerir que aquella mujer -por primera vez en su vida- se enamorara de otro, Samuel Sáenz Valiente. Felicitas murió el 30 de enero de 1872. Enrique Ocampo, que un día antes la mató en la residencia que la familia tenía en el barrio de Barracas, en la capital argen­tina, falleció junto a ella. “Feli­citas salió de su cuarto (...) y se dirigió a la salita donde estaba Enrique. Recomendó que no los molestaran. A pesar de eso, la señora de Cueto (...) se quedó cerca de la puerta cerrada. Oyó una discusión acalorada y des­pués de un rato un tiro, y otro tiro. Acudieron los hombres. Se encontraron con Felicitas ten­dida en el suelo, ensangrentada, y a Enrique con un revólver en la mano y cara de loco”, escribió la sobrina nieta del asesino en el primero de los tomos de su autobiografía, “El Archipié­lago”, en 1979. Victoria Ocampo era un alma inquieta y “sabia en amores”, me dijo alguna vez, mientras compartíamos un café, Helvio “Poroto” Botana. En 1912, casó con quien fuera su único esposo, Luis Bernardo de Estrada. Lo llamaban “Mónaco”. La luna de miel en Europa se extendió por un año. Pero, en el viaje, la flamante esposa conoció y se enamoró profundamente del primo de su esposo, Julián Martínez Estrada, por entonces empleado en la embajada argen­tina en Francia. De Mónaco se separó en 1920. El matrimonio no daba para más. Vivían cada uno en un piso de un petit hotel porteño. Solo se reunían los domingos, “para almorzar en familia”, aseguran los pocos, muy pocos amigos y amigas contemporáneas. “Te cuento más -agregó una de ellas que me exigió bajo juramento que no revelaría su nombre- para poder verse sin que nadie la viera con Julián fue la primera mujer con licencia para condu­cir en Buenos Aires porque quiso evitar que el chófer que conducía su Packard no supiera dónde iba”. De estas cosas se hablaba cuando ricas, ricos, famosos y famosas, no podían viajar a Europa. Victoria, incluso, en aquellos tiempos difíciles, construyó una casa que ya no está en las cercanías de la calle Alberti equina Carlos Pellegrini. Siempre aseguró que la construcción era de su propio diseño. “Era la casa más fea de Mar del Plata”, escuche que alguna vez sostuvo un viejo y muy respetable arquitecto devenido en historiador ya fallecido y de muy ilustre memo­ria. “¿Por qué dice así de aquella obra?”, pregunté. “No soy el pri­mero en decirlo -comenzó a res­ponder con irónica sonrisa y mirada en procura de algún tipo de complicidad- porque antes que yo, lo dijo Le Corbusier (Charles-Édouard Jeanne­ret-Gris, su nombre real)”. En verdad, Victoria -según el arqui­tecto Ramón Gutiérrez- a través de una amiga que reside en París, le encomienda a ese enorme arquitecto que le diseñe una casa en Buenos Aires. En 1929 Le Corbusier llegó a la capital argentina y, en algún momento, junto con su colega local Antonio Ubaldo Vilar, viajó en tren a Mar del Plata, pero desde ese momento y por algunos días se pierde el rastro de ambos. ¿Compartieron un fin de semana con Victoria Ocampo? ¿Por qué tanto silen­cio o, si se quiere discreción? Una década después, el supuesto fin de semana mar­platense de Victoria, Vilar y Le Corbusier, comenzó a ser tema de conversaciones, dimes y diretes. ¿Habrá visitado la casa de Alberti y Pellegrini? ¿Se habrá alojado en ella con ella? Victoria y Silvina Ocampo, su hermana menor, no se llevaban bien. Sus diferencias, al parecer, eran profundas. Enorme escri­tora -brillante- la más chica, se instaló en el mundo de la inte­lectualidad bajo el ala protec­tora de su hermana mayor que, fundadora de Sur -como se dijo- fue mecenas, entre otros, de Federico García Lorca, Thomas Edwar Lawrence (de Arabia) a quien le publicó dos libros y, Rabindranath Tagore. Sin embargo, los desencuentros entre ambas fue un camino de ida. Silvina, repentinamente y después de varios años de con­vivencia casó con Adolfo Bioy Casares, 11 años menor que ella, hijo de Marta Casares, que ado­raba a su nuera. Las diferencias entre las hermanas Ocampo, también alcanzó a la señora Casares al punto que dejaron de hablarse con Victoria. El grupo de aquellos notables se completaba con Jorge Luis Bor­ges. Desde diciembre, cuando comenzaba el verano hasta que finalizaba, permanecían todos aquí. Adolfo era una especie de galán global. Enorme seductor. El propio Borges, de su amigo íntimo, decía que para él, “ena­morar a una mujer es como para mí tomar un vaso de agua”. Con­tundente definición. Las casas de Victoria -prefabricada en madera europea hoy museo- y la de Silvina -de ladrillos, cementos y tejas, hoy colegio secundario- se ubican y ocupan dos manzanas en diagonal. También por estos detalles daban que hablar. Un viejo casero de la mansión de Silvina y Adolfo, en una tarde de invierno -unos 25 años atrás- a dos periodistas, después de varios días de insistencia, nos contó de algunas aventuras de ambos. ¿Amorosas? No sé. ¿Por qué tengo que categorizarlas? El caso es que aquel viejo servi­dor de la familia aseguró, con la vista clavada en el piso que mientras que “Doña Silvina y Doña Marta Casares eran muy unidas, inseparables, Don Adolfo, un solitario enamora­dizo, después de un viaje por Europa, volvió con una joven amante, casi niña de nombre alemán. Nunca se separaban. Las tres mujeres y él vivían aquí”. No admitió preguntas. Algunos concurrentes del Ocean Club, un aristocrático punto de encuentro marpla­tense en Playa Grande, que conocían todos y cada uno de los pormenores de los encuen­tros y desencuentros de los Ocampo, los Bioy y los Casares a los que consultamos, confir­maron lo que dijo el jardinero y avanzaron bastante más, aun­que no mucho: “Aquella joven­cita de nombre alemán, amante de Bioy, que era como de la fami­lia, en estado de depresión total, intentó suicidarse y, con pocos años, murió de cirrosis. Silvina, Marta Casares y Bioy sufrieron mucho aquella muerte. Era como que se sentían responsa­bles por no haberla cuidado más. Por abandonarla”. Se negaron rotundamente a agre­gar ningún otro detalle. Tiempo después, un fotógrafo que los conoció mucho todos, en una charla personal que con él man­tuve Nueva York, recordó que aquella se llamaba María Teresa von der Lahr. Otros tes­timonios aseguran que “su nombre era Henka” y fueron más allá. Coincidieron en sos­tener que “no era como de la familia. Era familia”. ¿Afirma­ción simbólica? Recordé la mirada clavada en el piso de quien fuera el jardinero mar­platense de Villa Silvina. Tan incierto todo como incompro­bable. Quien recordó a Teresa, precisó que “Silvina vio por pri­mera vez a la beba que luego aceptó inscribir como su hija en un hotel en París”. ¿Cómo saberlo? Desde el siglo 19 a estas familias patricias fueron pasa­jeras de sucesivas tragedias. Nos detuvimos para mirar el mar. Procurábamos respues­tas. Los ‘90, en el siglo pasado, también fueron trágicos para esta familia ampliada tan par­ticular. En 1993, después de lar­gos años de padecer Alzheimer, murió Silvina. En 1994, en un increíble accidente de tránsito, falleció Marta Bioy Casares Ocampo (40) y, en 1999, expiró Adolfo. Fabián Bioy Demaría (42), hijo varón de Adolfo con otra amante, falleció en 2006. De aquel amor, además de innumerables historias, solo quedan juicios de quienes reclaman heredarlos, una magnífica -brillante- produc­ción literaria y numerosos his­torias inciertas.

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