El largo camino de la justicia –a veces, oneroso; a veces, intrincado– suele estar, también, ensombrecido por los atajos que desvirtúan su propia esencia y, al mismo tiempo, ocasionando un terrible daño a su máximo ideal y anhelado fin: la verdad y solo la verdad. Esa verdad resplan­deciente que habilita al esclarecimiento de los hechos y garantiza la credibilidad del proceso, porque se nutre y fundamenta en actos verifi­cables que pueden ser comprobados mediante las pericias técnicas y la ciencia forense. Naturalmente, incorporando el testimonio de quienes pudieron ser testigos directos de los sucesos investigados, cuya declaración no debe observar grietas ni contradicciones, de manera de no ser invalidada como pieza clave de cualquier juicio. Por tanto, tiene que coinci­dir con precisión en el tiempo, lugar, personas y causas reales que pudieran haber actuado como elemento disparador de tal o cual acción. Sin estos indicadores, cualquier intento incri­minador hacia una persona determinada, por las razones que fueran, es absolutamente insostenible desde la perspectiva lógica y legal. Y cae irremediablemente en el campo de la especulación distorsionada, las conjeturas inescrupulosas y la manipulación política por intereses similares. La patraña, definida como invención urdida con intenciones de engañar, empieza a transformarse en protagonista de una escena plagada de falsedades rocamboles­cas y diálogos delirantes que se disipan en su propia inconsistencia. El humo distrae por un breve periodo; luego, desaparece irremediable­mente para desesperación de quienes aspiran a convertirlo en inextinguible hoguera para inmolar a sus enemigos por la vía del perverso engaño, las maniobras sucias y la inmiseri­corde adulteración de los acontecimientos. La ciudadanía, más allá de sus simpatías o aver­siones, aprendió a separar el centro de la noti­cia de las hojarascas que ambicionan nublar o someter su capacidad de discernimiento. Las incongruencias son el contundente reflejo del enfermizo deseo de perjudicar al otro, sin importar la licitud de los medios.

El asesinato del fiscal contra el crimen orga­nizado Marcelo Pecci en la península de Barú, Colombia, el 10 de mayo de 2022, ha tenido un giro interesado en los últimos días después de las declaraciones del colombiano Francisco Luis Correa Galeano, organizador del aten­tado en el cual murió el agente del Ministe­rio Público de nuestro país. En una confesión sin ningún sustento probatorio –más que las palabras de un criminal–, aparte de Tío Rico (Miguel Ángel Insfrán Galeano), trata de incul­par al expresidente de la República Horacio Cartes como uno de los instigadores de tan repudiable crimen. Hasta los periodistas reco­nocidamente enconados adversarios del actual titular de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana no se tragan la versión de que “el testigo del caso Pecci citó 7 veces a un expresidente”. La trama, tal como lo denun­ció el abogado defensor de quien fue mandata­rio entre 2013 y 2018, es otro “montaje” más de “un sector oscuro, nacional e internacional”. Al menos, por esta vez, los medios declaradamente contrarios al actual oficialismo tuvieron la ver­güenza de publicar el descargo de la otra parte.

El propio agraviado por la declaración de quien fue agraciado con la delación premiada, aun­que con confesión guiada, salió al paso de tan fantasiosas aseveraciones: “Inmensamente indignado por una acusación infundada, cla­ramente montada con el afán de perjudicarme. Siempre tuve aprecio y admiración hacia el fis­cal Marcelo Pecci y me duele ante su memoria y con su familia esta terrible patraña. La Justicia demostrará la verdad”. Contrariamente a esta posición de adherirse a la verdad con sostén de la Justicia, la entonces senadora por el Partido Democrático Progresista (PDP) Desirée Masi escrachaba una publicación del aludido fiscal: “La única duda que tengo de este tuit repu­diable, manipulador, alevoso y premeditado del fiscal (?) Marcelo Pecci es si redactaron en Tabesa o calle España. A este nivel llegan los fiscales en Paraguay. Se creen impunes y algu­nos tienen miedo de estos”. Y añade un emoji de payaso. En aquella época, la aliada incondicio­nal del que fuera mandatario Mario Abdo Bení­tez daba a entender que había proximidad entre Cartes y Pecci. Ahora, sin embargo, cuestiona al fiscal Manuel Doldán por su observación de que el articulador confeso del crimen “en este momento tiene una realidad distorsionada, producto de la información que él conoció, de manera directa o indirecta, pero también de lo que escucha de los medios de prensa locales e internacionales, y de las teorías especulativas que se generan en los medios”. La infamia, la maldad y la mediocridad de esta señora, cóm­plice callada de corrupción, han tocado fondo.

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La persistente intención de perjudicar a Cartes no es de ahora ni terminará mañana. Es parte de una conspiración de fracasados que no tole­ran que haya llegado a la Presidencia de la Repú­blica, sorteando todas las difamaciones que urdieron en su contra. Tampoco lograron supe­rar que llegara a dirigir la Junta de Gobierno del Partido Colorado y que el candidato de su movi­miento haya ganado las elecciones internas y nacionales para sentarse en el Palacio de López. Pero el círculo que intentaron ceñir sobre su figura tiene fracturas múltiples. Y no sería de extrañar que mañana cercara a los verdaderos actores. En estos entramados todo es posible. El tiempo dará su última palabra.

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