• Por el Pastor Emilio Daniel Agüero Esgaib

Según los evangelios Jesús estaba en la eternidad al lado del Padre en humildad y fue esa humildad la que le permitió hacerse hombre y morir en la cruz (Fil 2:5-8). Durante toda su vida en la Tierra fue humilde y su humildad le llevó a morir en una cruz donde mostró su máxima mansedumbre en la cruz donde no se quejó, no maldijo, no se defendió, perdonó a sus verdugos y pidió al Padre que no le sea tomado en cuenta ese pecado. Y luego Dios lo exaltó hasta lo sumo y en esa exaltación vemos en el cielo a un cordero humilde y manso.

Cristo sigue siendo humilde aún en la exaltación. Su esencia es la humildad.

Por el contrario, sus discípulos que convivieron con él tres años mamaron de su sabiduría y ejemplo, vieron sus milagros, incluso dos de ellos lo vieron en la transfiguración, dejaron todo por seguirlo, cuando en Juan, capítulo seis, la multitud le había dejado a Cristo, ellos siguieron a su lado, estaban dispuestos a morir por él, creían en él, lo amaban, le obedecían, pero a pesar de todo eso, muy en el fondo de su ser estaba una fuerza imbatible, llena de miserias que, a pesar de todo lo que habían visto y gustado de la misma persona de Cristo, no podían vencerlo, tal vez ni siquiera se percataban de su presencia: el ego, el orgullo.

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Juan y su hermano Santiago anhelaban estar a la derecha y la izquierda de Cristo cuando venga a su reino. Había celos entre ellos de quién sería el mayor. Pedro no quiso ser lavado sus pies por Jesús a quien Jesús le dijo: “si no te dejas lavar (o sea, si no eres humilde) no tienes parte conmigo”. El mismo Pedro se jactó de su valentía desmeritando a sus compañeros diciendo: “Aunque todos te abandonen, yo no”. Se juzgaban entre sí, competían. Jesús hizo que se sentaran en la misma mesa a comer un publicano (como Mateo que recaudaba impuestos para Roma, extorsionando a sus compatriotas) junto a un zelote y revolucionario hebreo llamado Simón que odiaba a Roma y a todo lo que estuviera aliado al Imperio. A un incrédulo y pesimista Tomás, a un jactancioso Pedro, a un codicioso Judas, a los “hijos de ira” Santiago y Juan que pidieron eliminar toda una ciudad mandando fuego solo porque no quisieron darle albergue por una noche. Ese era el ambiente íntimo que nuestro Señor vivía el día a día.

Así, hoy hay muchos maestros bíblicos, pastores, evangelistas, líderes espirituales con mucho carisma, dones, grandes ministerios que han entregado su vida a Cristo, han dejado todo para seguirles, saben la Biblia y la enseñan, pero a la hora de la verdad, en su día a día se ve que carecen totalmente de humildad y ni siquiera se dan cuenta.

Hay orgullo espiritual (soy el más ungido, todos tienen que seguirme, soy el hombre de Dios, soy padre de multitudes, no toques el manto del ungido), orgullo intelectual (soy el mejor teólogo, el que más sabe, el mejor apologeta), orgullo ministerial (mi iglesia es la más grande, si dejas esta iglesia estas bajo maldición), orgullo carnal (tengo más recursos económicos, soy el más carismático, el más elocuente, el que tiene más seguidores). Sin dudas todos estos hombres y mujeres estarían de acuerdo con que la humildad es una de las virtudes más elevadas, pero la más difícil de conseguir.

¿Cómo podemos tener un corazón manso y humilde? Jesús se humilló hasta la muerte, el creador de los cielos y la tierra muere en una cruz desnudo, golpeado, humillado y desamparado para que podamos entender la gravedad del pecado del orgullo y el ego.

La muerte de Cristo destruyó el poder del pecado y del diablo y efectuó una redención eterna. Nos falta comprender la cruz, nos falta una revelación de ella, Gálatas 2:20 nos dice: " Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí…”.

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