DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

La vida no había sido justa con él, pero pensaba: con quién es justa. Pero con él, la muerte se había empecinado. Poco a poco se fue llevando a todas las personas que amaba hasta dejarlo solo con sus recuerdos.

Se asomó por una calle oscura, apenas alumbrada por el fluorescente gastado de una casa. Caminó con pasos lentos y temerosos. Su cara dejaba ver el cansancio desbordado de noches sin dormir.

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Se veía demacrado, desnudando el plan que había ido estudiando desde hacía tantas madrugadas.

Estaba decidido. Sería el último día. Esperó en la parada del autobús el momento exacto. La silueta a lo lejos lo puso en alerta. Esta vez no se escaparía.

La luna teñía la calle con un color de plata como un afilado puñal.

Poco a poco fue vislumbrando su rostro en medio de la neblina y la penumbra. No había dudas. Era el momento.

Estaba decidido a matarla. Ya lo había intentado infinidad de veces, pero siempre el destino le había puesto una barrera.

Ella no lo imaginaba. La sorpresa quizás era el factor que iba a marcar esa distancia entre la vida... y el resto de las cosas.

Metió su mano en el abrigo y apretó con fuerza el puñal. Ya escuchaba sus pasos.

Entonces, espero que pase. La siguió en silencio. Sacó su mano del sobretodo y el filo del puñal fulgurante fue trepando hacía la luz de la luna.

Ella giró y se escuchó un estruendo que rompió el silencio más oscuro.

Cayó. Ella se acercó despacio. Lo tomó en sus brazos hasta que su respiración fue solo un susurro hasta desaparecer.

Fue una mala idea. No debería haber intentado matar a la muerte aquella noche de Halloween. Esas siempre son de mala suerte.

Etiquetas: #Halloween

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