El mundo era diferente hace 35 años atrás. Por dar un ejemplo, en las redacciones de los diarios existían trabajos que hoy han desaparecido, como el del tipeador, quien se encargaba de cargar los textos redactados con máquinas de escribir en cuartillas.

Con la aparición de la inteligencia artificial estos cambios de profesiones se han acelerado. Según dicen, actualmente los sectores más afectados son los relacionados a las tareas administrativas y repetitivas, que pueden ser reemplazados: empleados de correos y cajeros bancarios, asistentes administrativos y secretarios ejecutivos, incluso el personal de atención al cliente ha sido desechado y una voz automática que finge amabilidad es la que contesta.

Este método es muy conveniente para las empresas, puesto que las respuestas programadas solo satisfacen en parte ya que las quejas caen en saco roto. Si algún cliente llama para preguntar por qué le aumentaron unilateralmente su cuota, la voz le informa solo el monto que debe pagar y la fecha de vencimiento, no la razón del aumento. Ningún CEO o gerente da la cara. El cliente puede tardar horas tratando de contactar con un humano, pero finalmente la voz le despide amablemente al cliente derrotado con la frase “espero haberle sido útil, usted es importante”.

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Resulta chistoso hasta que el afectado es uno mismo y pasa por ese proceso falso e impersonal. Las autoridades deberían tomar nota porque ellas también –a pesar del poder que ostenten– serán víctimas de este tipo de atención. Ni los militares, ni los jueces, ni los políticos se salvan de la desfachatada voz automática que se burla impunemente. Y quien sabe si todos esos ostentosos cargos citados más arriba en el futuro también sean desechados. Todos se creen eternos, intocables, necesarios, pero la tecnología tiene sus planes y desafía a todos por igual.

Recuerda el razonamiento de una mujer en la película “La lista de Schindler”, en la que se la veía en el tren, presa de los nazis, rumbo al campo de concentración. Ella pregonaba que era ridículo pensar que serían asesinados ya que eran “necesarios” para hacer los trabajos, pero la realidad era completamente diferente.

Hoy los soldados son reemplazados por perros robots que actúan en el campo de batalla, los pilotos de caza cada vez son menos y los drones toman el protagonismo; también los programas judiciales son más eficientes y rápidos que los razonamientos humanos. Y quien sabe, tal vez en 20 o 30 años los curules sean ocupados por “honorables” máquinas que no tengan dieta ni camionetas lujosas ni combustible ni consejeros particulares ni jubilación astronómica.

Tal vez se preocupen de otra manera por el bienestar ciudadano. Se darían cuenta de que el precio de la carne aumentó de forma exagerada desde antes de las fiestas de fin de año y el costo se mantiene sin que los sueldos hayan subido. Por suerte somos productores de carne. También se percatarían que al mismo tiempo aumentaron los peajes y los medicamentos y los embutidos y los quesos y las pastas y la electricidad y el cable y el servicio de internet, pero el sueldo nada.

Quizá explicarían por qué el pago de las habilitaciones vehiculares trepó a las nubes, haciendo que el bolsillo del contribuyente también se desangre en este ámbito. ¿Dónde quedó el derecho del ciudadano a elegir en qué lugar le conviene pagar? Si acuden a una comuna que cobra menor precio es porque le conviene y es su derecho… y no tiene un sueldo mensual del Estado que le brinde alguna estabilidad.

La tecnología avanza más rápidamente de lo que imaginamos. Lo último dicho por Elon Musk es terrorífico: la inteligencia artificial ya consumió todo el conocimiento humano y ahora la alternativa es el uso de datos sintéticos, pero el riesgo es enorme.

Algunos todavía ríen de la amable voz que atiende el contestador automático, pero otros se percatan de que cada vez el ciudadano tiene menos derecho de quejarse. La mordaza tecnológica ya está aquí.


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