La pregunta tiene como objetivo hacer énfasis en la producción y la distribución de riqueza. Tal vez una de las falacias más extendidas es considerar que el Estado debe encargarse de distribuir riqueza apelando a la coerción del sistema impositivo.

Se afirma erróneamente que la producción y la distribución son partes diferentes entre sí y que únicamente el Estado puede distribuir riqueza. Esto es un grave error que pulula en los centros de estudios y de ese modo se hace ingresar al Estado en el ámbito del sector privado para convertirse en lo que es, un depredador del trabajo y el esfuerzo de la gente.

En efecto, la prédica de los intervencionistas estatales sostiene que los bienes y servicios se producen por un lado y luego se los tiene que redistribuir. El argumento es que el mercado no puede redistribuir riqueza. Los empresarios y capitalistas se apropian más de lo que deberían tener y los demás se quedan con las migajas. Este discurso desde luego es altamente emocional. Como dije, es lo que se cree y con fervor es sostenido por los estatistas y políticos para congraciarse con sus electorados.

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El “Estado debe nivelar la cancha”, dicen, porque a los excluidos no les llega la riqueza. ¡Mentira! La realidad es que aquella creencia estatista no resiste el análisis económico y moral. El Estado es el que desnivela la cancha creando privilegios y corrupción, alzándose con el dinero de los demás. Mientras sus connotados miembros terminan en los lujos de sus riquezas malhabidas, la gente todos los días colabora, trabaja, ahorra e invierte para mejorar sus condiciones de vida.

La justicia social y equidad de la que se ufanan los neo socialistas consiste en enriquecerse a costa de otros dejando a los pobres más dependientes de los “redistribuidores” de riqueza.

Tanto la producción y la distribución no son compartimientos estancos. No existe la producción de un bien y luego su distribución. Desde el momento en que se inicia la producción de un bien determinado también se demandan nuevos productos que antes no se disponían, tanto en su fabricación como en sus compras y ventas.

En la creación de un bien o servicio, su misma producción demanda bienes para su realización utilizando productos (y conocimientos) que antes no se disponían en el mercado o no se usaban.

Desde la producción se inicia la distribución de nuevos bienes sumándose, por ejemplo, el transporte, combustibles, hospedajes y el comercio en general, entre otros procesos de colaboración entre personas y empresas. ¿Y el Estado qué hace? Usa y abusa de su poder de coerción y expoliación para impedir el fenómeno virtuoso de la cooperación social.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”, “Cartas sobre el liberalismo”, “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes”, y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la República”.

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