Augusto dos Santos, analista
Si el que se escandaliza porque un par de autoridades provenientes del interior hablan un pésimo español, o el que hablando un pésimo español no utiliza la lengua guaraní, que deberían manejarla muy bien y es perfectamente legal y legítimo su uso en la esfera pública, siendo un idioma oficial.
No solo sería una ventaja porque se expresarían mejor, sin porque -por fin- abrirían una etapa de real reivindicación de la mayor propiedad originaria existente: la lengua guaraní. Es más, al utilizarla en esferas de la gestión estatal también mudarían el mote de ignorantes sobre las espaldas de los burros paraguayos que solo manejan uno de los dos idiomas oficiales del país.
Por cierto, sería muy divertido y nos expondría en la realidad de lo que subyace en el juzgamiento atropellado a los mal hablados en castellano: una profunda ausencia crítica sobre las razones de esa parte del Paraguay que no ha logrado asumir al español como su lengua cotidiana, situación tan crítica -en el sentido identitario- como la cantidad de paraguayos, fundamentalmente de sectores citadinos, ignorantes del idioma guaraní.
Esas causas estriban esencialmente en más de un siglo de malas escuelas, de educación ineficiente y más que nada, en el estado de brutal ausencia de autocultivo a través de la lectura. La consecuencia es muy simple, la gente que no lee, no sabe escribir ni hablar bien… en ningún idioma.
La irrupción de la mala universidad con su ejemplo más exacerbado, las universidades de garaje, han hecho una horrible transición de la caricatura de la “maestra vaca ra’y” al abogado “mandi’í”, personas que portan un título universitario, pero son incapaces de hilar una idea, con un denominador común: pueden memorizarse el texto de cinco leyes, con sus números artículos e incisos, todo pipí cucú, pero así le preguntes quién es Aureliano Buendía, te responderá que “era un centro-delantero de antes, creo que de Guaraní”.
Las críticas siempre construyen, criticar es la sagrada leña que mantiene encendida la vigilancia en las noches de la civilidad, pero tal crítica debe establecerse siempre sobre la estructura del problema y no sobre las consecuencias.
La misión que tiene el nuevo Gobierno es cambiar la base misma del proceso educativo. Nada sirve mayormente, todo habrá que rehacer. Si en los próximos cinco años apenas se arranca con el proceso ya habría que aplaudirlo. El asunto está en animarse a comenzar. La educación es lo único que cambiará al Paraguay.