Por Roberto Izurieta

Embajador de Ecuador en la República de Chile

Analista internacional

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El único pecado que ha cometido aquí Álvaro Colom es haber hecho visibles a los invisibles”; con esas palabras de su homilía del 2009, el Cardenal Rodolfo Quezada daba las primeras señales públicas que Álvaro Colom no había matado a Rodrigo Rosenberg. Como lo probó minuciosamente la CICIG y el juez Carlos Castresana meses después, las palabras del Cardenal eran proféticas. El Cardenal Rodolfo Quezada era uno de los mayores líderes de la derecha guatemalteca y Álvaro Colom uno de izquierda.

De joven, Álvaro Colom quiso ser sacerdote y Quezada era su mentor. Colom terminó escogiendo el amor de quien fuera su primera esposa y quien murió en un terrible accidente de tránsito. El Cardenal Quezada seguía siendo su confesor y su fuerza espiritual. Luego de años de luchar por la paz en Guatemala de la mano con cientos de comunidades indígenas arrasadas y amenazados durante esa horrorosa guerra civil, Álvaro Colom fue designado por ellas, como su guía espiritual (lo que coloquialmente se conoce como Sacerdote Maya).

Colom se ofendía cuando lo llamaban así y respondía con firmeza: los Mayas no tienen sacerdotes; tienen guías espirituales. Efectivamente, de lo que conozco, Álvaro Colom es el único hombre blanco que ha sido honrado con tan importante designación gracias a haber salvado miles de vida trabajando siempre por la paz.

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La muerte de su esposa no fue el único accidente grave que tuvo que afrontar Álvaro Colom en su vida. De joven, sufrió otro que afectó de por vida sus cuerdas vocales. Desde entonces tenía una voz débil y que para aquellos que no lo conocían, daba la impresión de que él era una persona débil. Cuando me ofrecieron apoyarlo en su tercera campaña presidencial, y luego de hablar muy bien de Álvaro Colom, al final de la reunión uno de ellos me advirtió: “pero no puede hablar”. Inmediatamente respondí: “perfecto! Porque las campañas son sobre todo escuchar”.

Efectivamente Álvaro Colom aprendió eso desde ese accidente de la juventud: mucho más importante que hablar es saber escuchar. Y durante su carrera política hizo eso, sobre todo: escuchar y con preferencia a los más pobres. Por eso los hizo visibles.

Álvaro Colom, expresidente de Guatemala. Foto: AFP

Al inicio de esa campaña, cuando claramente ya habíamos desarrollado una relación de confianza, vino a desayunar en mi hotel y me dijo en reserva: “tendrás muchas batallas adelante “(pienso que se refería con la gerencia de la campaña que tenía el fuerte liderazgo de su última esposa), “no pretendas ganar todas. Perderás algunas. Pero no pierdas ninguna importante. Cuando temas eso, nos volvemos a reunir acá y lo resuelvo yo”. Solo tuve que hacerlo una vez durante toda la campaña, Álvaro lo resolvió y ganó la Presidencia de Guatemala.

Álvaro Colom era ingeniero y como aprendí desde temprano en mi profesión, coincidíamos en que todo debe ser cuantificado: encuestas, numero de eventos, visitas a los barrios y comunidades, entrevistas, cobertura, impacto y hasta los afiches que se colgaban a través del país.

Cuando ganó, tuvo la enorme gentileza de invitarme a desayunar al día siguiente. Allí, me dijo otra de las grandes lecciones que aprendí de la gerencia política gracias a Álvaro Colom. Lo primero que hizo fue preguntarme ¿cuántas cosas crees que hemos tenido que hacer para llegar a este triunfo? No lo sé Álvaro, le respondí, debe ser cerca de miles. De acuerdo, me dijo. ¿De todas ellas, cuantas crees que fueron realmente importantes para hacernos ganar? Pocas, le respondí. Estoy de acuerdo me dijo. Muchas gracias por haberme dado el consejo correcto en cada una de ellas: ese seguirá siendo tu trabajo ahora que seré presidente. No pude responder de la emoción, pero con Álvaro Colom, muy a menudo las palabras estaban de más.

Muchos consultores políticos se creen grandes porque dicen haber hecho muchos presidentes. Si yo fuera grande, lo sería tan solo por los presidentes que he tenido el honor de servir.

Álvaro Colom tenía ángel; por eso quiso ser sacerdote y fue un guía espiritual Maya. Su silencio era profundo y no necesitaba palabras. Como no necesité las palabras cuando fui a despedirme de él hace muy poco, cuando supe que el presidente Guillermo Lasso me designaría Embajador en Chile. Paré en Guatemala y no hubo palabras que pudieran expresar mi gratitud; ni tampoco para decir adiós. Así era Álvaro Colom.

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