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Una de las tareas que tiene el gobierno es estar preparado. En 1993, The Economist alertó al mundo de que debía estar pendiente del cielo. En esa época, el conocimiento de la humanidad sobre los asteroides que podrían chocar con la Tierra era vergonzosamente limitado. Al igual que las guerras nucleares y las grandes erupciones volcánicas, el impacto de un asteroide enorme puede causar estragos en el clima; si uno de ellos arrasara con los cultivos en todo el planeta por unos cuantos años, provocaría la muerte de una fracción de la población mundial. Muchos dirán que una eventualidad así es muy poco probable. Sin embargo, dada la magnitud de sus posibles consecuencias, en términos actuariales tenía sentido explorar la posibilidad de que ocurriera un impacto así. El hecho es que, en ese entonces, nadie se había tomado la molestia de analizar la posibilidad.

Aunque el impacto de un asteroide quizás haya sido un ejemplo exagerado de la obstinación con que el mundo prefiere no percatarse de lo que le rodea, tampoco podría calificarse de atípico. La vida está plagada de sucesos de baja probabilidad con efectos devastadores. Para protegernos de ellos, los seres humanos esperamos contar con el gobierno y, si podemos costearlo, también con algunos seguros. La triste realidad, en cambio, es que la humanidad, al menos la parte representada por los gobiernos del mundo, ha dejado muy claro que prefiere ignorarlos hasta que no le quede más remedio que actuar, incluso cuando el costo de estar preparados podría ser bajo. Es una total negación de las responsabilidades y una franca traición al futuro.

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ERUPCIONES SOLARES

La epidemia de covid-19 es un ejemplo trágico. Desde hace décadas, varios virólogos, epidemiólogos y ecólogos habían advertido sobre el peligro de que una enfermedad parecida al resfriado proveniente de animales salvajes afectara a los seres humanos. Por desgracia, cuando SARS-CoV-2 comenzó a propagarse, muy pocos países contaban con la combinación perfecta de planes prácticos, los materiales necesarios para poner en marcha esos planes y la capacidad burocrática de aplicarlos. Aquellos que estaban preparados vieron premiados sus esfuerzos con creces. Hasta la fecha, Taiwán solo ha sufrido siete muertes a causa del covid-19 y, en consecuencia, su economía ha sufrido menos.

Las pandemias son desastres en los que los gobiernos tienen cierta experiencia. ¿Qué ocurriría en caso de presentarse amenazas que de verdad sean nuevas? La corona solar de altísimas temperaturas que envuelve al Sol y causa un efecto espectacular durante los eclipses solares lanza al espacio vastas capas de partículas cargadas en intervalos intermitentes. Estas partículas, que producen las auroras boreales y australes, pueden alterar las redes eléctricas y las comunicaciones. Sin embargo, durante el periodo de alrededor de un siglo en el que la electricidad se ha vuelto crucial para gran parte de la vida humana, la Tierra nunca ha sufrido los efectos de las mayores de estas erupciones solares. Si nos golpeara una inmensa eyección de masa coronal (EMC), pondría en riesgo todo tipo de sistemas satelitales necesarios para la navegación, las comunicaciones y las alertas de ataques con misiles. Grandes extensiones del planeta podrían quedarse meses, o incluso años, sin suministro confiable de electricidad. Algunas personas calculan que la probabilidad de que un desastre de este tipo ocurra en el siglo actual es de más del 50%. Lo peor es que incluso los cálculos menos altos superan la probabilidad de que un líder nacional sepa qué persona de su gobierno está encargada de analizar este tipo de fenómenos.

VOLCANES O CORONA SOLAR

El hecho de que ningún gobierno actual haya visto una EMC realmente grande, o una erupción volcánica de dimensiones suficientes para afectar cultivos en todo el mundo (la más reciente fue Tambora, en 1815), podría explicar su falta de previsión. No obstante, no la disculpa. Una de las tareas de los gobiernos es considerar qué podría ocurrir en el futuro. Los científicos les han dado herramientas para hacerlo, pero existen pocos académicos capaces de emprender ese trabajo sin respaldo, sin contar con financiamiento y sin ningún tipo de reconocimiento. Es posible que algunas empresas privadas hagan algo si perciben riesgos específicos, pero, en todo caso, no diseñarán planes para ayudar a la sociedad en general.

Es cierto que nadie puede controlar los volcanes terrestres ni la corona solar. Sin embargo, sí es posible establecer sistemas de alerta temprana y también lo es prepararse a conciencia. Los volcanes que se encuentran cerca de ciudades grandes y han mostrado actividad histórica, como el Fuji, el Popocatépetl y el Vesubio, cuentan con un buen sistema de monitoreo y por lo menos existen planes de evacuación en caso de ser necesario. No sería tan difícil establecer las mismas medidas para todos los volcanes capaces de alterar el clima.

Los gobiernos también podrían verificar que los operadores de la red eléctrica cuenten con planes viables en caso de que el satélite DSCOVR, ubicado entre la Tierra y el Sol, cumpla el objetivo de su diseño y emita una alarma para advertir que se aproxima una EMC, lo que nos daría media hora para prepararnos. Garantizar que existan respaldos sin conexión de algunas partes vitales del equipo de la red eléctrica sería más costoso que las alarmas para los volcanes y solo reduciría el riesgo, no podría eliminarlo. No obstante, es un esfuerzo que valdría la pena.

MONITOREAR VIRUS

Tampoco sería tan difícil crear mejores sistemas de alerta temprana para posibles pandemias. Fijarnos la tarea de detener la transmisión de patógenos nuevos de los animales salvajes sería infructuoso (lo que sí ayudaría sería fijar límites a las actividades agrícolas más intensas y la explotación indignante de los ecosistemas silvestres). No obstante, también en este caso, es posible reducir los riesgos. Evidentemente, es posible monitorear los virus descubiertos en animales y en personas en los lugares donde tales transmisiones parecen más posibles. Tal vez sea difícil que los países confíen en que los otros cumplan con esta tarea y también lograr un nivel de transparencia tal que no sea necesario tener esa confianza. De cualquier forma, el momento actual sería, con toda seguridad, perfecto para intentarlo. Antes del tsunami del océano Índico en el 2004, existían muy pocos sistemas de alerta temprana para tsunamis. Por fortuna, ahora existen muchos.

PERTURBACIÓN CLIMÁTICA

Quizá parezca iluso insistir en que estemos preparados para una amenaza oculta cuando existen amenazas mayores justo frente a nuestros ojos, como el cambio climático catastrófico y la guerra nuclear. Pero no se trata de una decisión excluyente. Los cambios estructurales necesarios para reducir los riesgos climáticos que muchos países ya intentan aplicar (aunque no con la necesaria urgencia) son totalmente distintos a los que se necesitan en otras categorías. Es más, los enfoques lógicos para las amenazas ocultas tienen consecuencias también en las más conocidas. Adoptar una mentalidad de reducción de riesgos en vez de pretender eliminarlos debería alentar medidas como eliminar la política de alerta continua para las armas nucleares y estudiar nuevos enfoques para el control de armas. Tomar más en serio el monitoreo ambiental podría ayudar a dar una alerta temprana en caso de cambios repentinos en los patrones de perturbación climática y también podría detectar la elevación de magma en el interior de montañas lejanas de las cuales el mundo sabe muy poco.

Observar a futuro para identificar riesgos y darles el seguimiento debido a nuestras observaciones es una señal de madurez cautelosa. También representa una expansión saludable de la imaginación. Los gobiernos que toman en serio la tarea de identificar en qué aspectos el futuro cercano podría diferir del pasado reciente tal vez encuentren nuevas avenidas de exploración y un nuevo interés en obtener logros más allá de unos cuantos ciclos electorales. Esa es exactamente la actitud que se requiere para cuidar el medioambiente y contener los conflictos armados. Encima, también puede ser un alivio. Ya hemos identificado casi todos los asteroides grandes que podrían pasar cerca de la Tierra y ninguno representa una amenaza a corto plazo. No solo tenemos pruebas de que el mundo es más seguro de lo que parecía, sino que también es mejor por el hecho de haberlo descubierto.

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