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¿Los manifestantes en las ciudades estadounidenses contribuirán al progreso o retrasarán la causa que apoyan? Cien mil estadounidenses han fallecido por un virus. Una hazaña de la ingeniería espacial demuestra el ingenio estadounidense. En ciudades de todo el país, protestas generadas por la injusticia racial le muestran al mundo el lado más feo de Estados Unidos. En noviembre, los votantes deben elegir entre un republicano que se postula con una plataforma basada en la ley y el orden y un vicepresidente poco inspirador que es el candidato de los demócratas.
El año era 1968. Pero también es el 2020.
En 1968, el virus era la gripe y se realizó la misión espacial Apolo 8. Pero la injusticia generó el mismo efecto corrosivo. Como James Baldwin escribió a principios de la década de 1960, el racismo “compromete, cuando no corrompe, todos los esfuerzos estadounidenses para construir un mundo mejor, aquí, allá o en cualquier lugar”. Recientemente más de 350 ciudades de todo el país estallaron después de que George Floyd, un hombre afroestadounidense que estaba desarmado, fue asesinado por un oficial de policía blanco. Durante casi nueve minutos angustiantes el oficial fue sordo a las súplicas de Floyd, y a la creciente preocupación de la multitud, y lo sofocó hasta quitarle la vida.
VASTO INCENDIO
No es de extrañar que esa chispa provocara un vasto incendio. El fuego actual arde por las mismas razones que tantas veces ha tenido en el pasado: muchos afroestadounidenses todavía viven en lugares con las peores escuelas, la peor atención médica y los peores trabajos; las reglas se aplican de manera diferente a los negros; el hecho, demostrado por el covid-19, es que cada vez que Estados Unidos sufre desgracias, la población negra sufre más; existe una sensación de que la policía existe para controlar a los pobres de las ciudades, incluso mientras protegen a los suburbios ricos. Y sí, se trata del ímpetu de pertenecer a una multitud que, de repente, ha encontrado su voz y exige ser escuchada.
El ciclo de injusticias, protestas, disturbios y reacciones conservadoras ha surgido muchas veces desde 1968. Tantas veces ha pasado que sería fácil concluir que la violencia policial y la desigualdad racial en Estados Unidos son un problema muy difícil de solucionar. Sin embargo, ese pesimismo es injustificado. También es contraproducente.
A veces, los activistas denuncian que todo el sistema de justicia penal es racista. Los sindicatos policiales protegen a sus miembros, incluso a los corruptos. En los últimos días, una patrulla policial embistió a los manifestantes y los oficiales agredieron a las personas que estaban en la calle. Pero el sistema está compuesto por miles de jurisdicciones y departamentos de policía. No todos son iguales. Por cada Minneapolis, donde algunos oficiales matonescos tomaron cursos de “guerreros” y se consideraban a sí mismos como una fuerza de ocupación, hay un Camden, Nueva Jersey. La fuerza policial de Camden estaba tan corrompida que en el 2013 se disolvió y la ciudad comenzó de nuevo. Esta semana, el jefe de la policía de esa localidad pudo marchar con los manifestantes pacíficos en su ciudad.
Vigilar a Estados Unidos es difícil porque Estados Unidos es más violento que cualquier otro país rico y sus ciudadanos están más fuertemente armados. Cada año, unos 50 policías son asesinados mientras hacen su trabajo. Pero la reducción sostenida de la delincuencia en las últimas tres décadas ha permitido que se intente establecer una estrategia de seguridad menos bélica: se trata de capacitar a los oficiales para diluir la confrontación, no para buscarla, y responsabilizarlos cada vez que usan la fuerza. Muchos departamentos de policía, incluidos los de Camden, ya han aprovechado esta oportunidad para cambiar sus métodos. Otros no lo han hecho, en parte porque el gobierno federal del presidente Donald Trump ha disminuido la presión para que se implementen esos cambios. Pero la policía y los fiscales están bajo el control democrático local. Se les puede obligar a adoptar una reforma si suficientes personas votan por ella.
EL PESIMISMO TAMBIÉN ES CONTRAPRODUCENTE
Está a un paso de pensar que el pecado racial original de Estados Unidos es tan profundo que no se puede superar, de pensar que aplastar y quemar cosas está justificado, porque es la única manera de llamar la atención. Sin embargo, aunque las protestas actuales terminan en disturbios persistentes, como sucedió en 1968 después del asesinato de Martin Luther King, el daño que causan podría sentirse con mayor intensidad en los distritos afroestadounidenses. Las personas que puedan mudarse, lo harán. La situación de los rezagados empeorará, a medida que los valores de las viviendas caigan y los trabajos y las tiendas desaparezcan. Es posible que la policía se retire de esas zonas, lo que ocasionaría un incremento de la delincuencia y, a su vez, podría generar que la vigilancia policiaca sea más violenta. Las cicatrices serán visibles durante décadas.
“UNA PROTESTA TIENE UN PROPÓSITO”
En todo el país, los líderes negros, que ya han visto esto antes, les dicen a los manifestantes que no socaven su causa. “Una protesta tiene un propósito”, dijo la alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms, al condenar el vandalismo en su ciudad. En los últimos días, los manifestantes han escuchado ese mensaje y han tratado de contener a quienes solo buscan iniciar un incendio, como es el caso de algunos alborotadores blancos.
Los líderes negros también entienden cómo los disturbios pueden destruir una causa política. Cuando los vecindarios están en llamas, el resto del país se enfoca en apagar los incendios. El daño a los oficiales de policía durante los disturbios puede hacer que los votantes olviden a quién apoyaban cuando todo comenzó. Cuando se desatan los disturbios, es posible que quienes están a favor de las protestas descubran que sus demandas de cambio se ven opacadas por el clamor para restablecer el orden.
En una elección presidencial, el miedo a menudo supera al idealismo. Pareciera que Trump quiere que la elección de noviembre sea así. Alentó a sus seguidores a que se enfrentaran con los manifestantes afuera de la Casa Blanca y ha intentado que se efectúe un despliegue de tropas junto a la Guardia Nacional para “dominar” lo que sus simpatizantes definen como el espacio de batalla. La ley y el orden ayudaron a que Richard Nixon venciera a Hubert Humphrey en 1968. Podría volver a funcionar.
Sin embargo, el miedo traiciona la memoria de Floyd. Mientras haya más unión en Estados Unidos, mejor resultarán los esfuerzos para garantizar que todos sus ciudadanos puedan vivir de acuerdo con sus ideales fundacionales. La unión no vendrá de Trump, que ha pasado cuatro años tratando de dividir al país. En cambio, los líderes de los movimientos de protesta, junto con los alcaldes y jefes de policía de Estados Unidos, deben inspirar ese sentimiento. Si, de manera abrumadora, las protestas no son violentas, también conllevan una promesa. No será que los manifestantes obtengan todo lo que buscan, ni que las injusticias que afectan a los afroestadounidenses se corrijan de una vez, sino que mañana pueda ser mejor que hoy.
Al final de la década en la que Baldwin escribió sobre la necesidad de sanar a Estados Unidos, el país había comenzado a desmantelar la estructura legal de la segregación racial. También hubo algunas reacciones por parte de quienes pensaban que los derechos civiles habían ido demasiado lejos. Estados Unidos es así. El progreso lucha contra sus contrarios. Pero los estadounidenses han estado en un tira y afloja respecto al racismo durante medio siglo. Esta semana, cuando la cruel muerte de un hombre negro atrajo a manifestantes de todas las razas a las calles de Estados Unidos, no solo fue una señal de cuánto trabajo nos espera, sino también de que el progreso es posible.