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La historia nos dice que podría provocar cambios hacia una distribución más equitativa de los ingresos. Para los pobres de Estados Unidos, la pandemia de covid-19 ha marcado un giro rápido y despiadado en su destino. A principios de este año, el desempleo se aproximaba a cifras bajas récord. Varios años de crecimiento salarial para los trabajadores de bajos ingresos habían sanado algunas de las cicatrices creadas por la crisis financiera global.
Ya para el 2016, el año más reciente del que se tienen datos, la expansión económica había producido un alza más moderada en la desigualdad de ingresos en Estados Unidos, después de impuestos y transferencias, que cualquier otra expansión desde principios de la década de 1980. Entre el 2016 y el 2019, las ganancias semanales de los empleados de ingresos bajos y medios crecieron a un ritmo promedio anual del 3,8%.
Por desgracia, desde el estallido del covid-19, una multitud de estadísticas económicas (y legiones de especialistas) parecen indicar que la desigualdad experimenta un resurgimiento. De cualquier forma, si nos fiamos de la historia, la pandemia bien podría hacer más igualitaria la distribución de los ingresos.
DESEMPLEO
Existen muchas razones por las que es posible que los adinerados sufran menos en la pandemia. La caída en los precios de los activos vista en marzo en gran parte ya se ha recuperado. En lugares como la ciudad de Nueva York y Los Ángeles, el covid-19 parece haber afectado más a los barrios más pobres. Además, los empleados que reciben salarios más bajos por lo regular tienen más dificultades para trabajar desde casa o mantener el distanciamiento social. Por si fuera poco, las interrupciones en la educación escolar hacen más notorias las brechas de aprovechamiento entre los niños de las familias más ricas y los de las familias más pobres.
También hay que considerar que los trabajadores de los niveles más bajos en la escala de ingresos se han llevado la peor parte en términos de pérdida de empleos.
En abril, la tasa de desempleo en Estados Unidos aumentó alrededor de diez puntos porcentuales, al 14,7%, la más alta registrada desde la Depresión. La tasa de desempleo para los trabajadores con estudios universitarios aumentó casi seis puntos porcentuales, al 8,4%, mientras que la tasa correspondiente a los trabajadores sin estudios de preparatoria saltó un poco más de 14 puntos porcentuales, al 21,2%. Un nuevo artículo publicado por el Instituto Becker Friedman en la Universidad de Chicago confirma este análisis. Entre febrero y abril, según sus autores, el empleo entre los trabajadores del quinto superior de la distribución de ingresos cayó un 9%. En contraste, en el quinto inferior, se hundió un 35%.
CONCLUSIONES SOMBRÍAS
Si la crisis de desempleo terminara con la misma agilidad con que comenzó, los efectos en la desigualdad de esta disparidad en la pérdida de empleos no serían muy notorios, además de que serían breves. Muchos desempleados reciben más en prestaciones por desempleo que cuando tenían trabajo, gracias al aumento de 600 dólares por semana que autorizó el Congreso en marzo. De los más de veinte millones de estadounidenses que no tenían trabajo en abril, se informó que el 78% había sido despedido temporalmente. El peligro es que la pérdida temporal de empleos se vuelva permanente.
Los autores del artículo de Becker Friedman calculan que el empleo activo (el número de trabajadores contados en las nóminas) bajó un 14% entre febrero y abril. Aproximadamente el 40% de esa caída se dio en empresas que habían suspendido operaciones, al menos de manera temporal.
No todas volverán a abrir. Un nuevo artículo preparado por José María Barrero, del Instituto Tecnológico Autónomo de México, Nicholas Bloom, de la Universidad de Stanford, y Steven Davis, de la Universidad de Chicago, presenta conclusiones igual de sombrías, pues calcula que el 42% de los empleos perdidos a causa de la pandemia desaparecerán permanentemente.
Por otra parte, la multitud de ciudadanos que han solicitado ayuda tiene abrumados a algunos gobiernos estatales y ha ralentizado el flujo de la ayuda por desempleo. Está programado que el aumento en las prestaciones termine en julio, cuando millones seguirán desempleados.
Por lo tanto, es probable que los trabajadores más vulnerables se vean muy afectados por la recesión. Sin embargo, la historia nos dice que quienes se encuentran en la punta de la distribución de ingresos bien podrían enfrentar un ajuste de cuentas. En muchos casos, acontecimientos globales disruptivos han provocado cambios hacia una distribución más equitativa de los ingresos y la riqueza.
CUATRO GRANDES FUERZAS
En su influyente libro “El capital en el siglo XXI”, Thomas Piketty hace notar que los altos niveles de desigualdad de finales del siglo XIX y principios del siglo XX cayeron debido a los catastróficos sucesos del periodo de 1914 a 1945.
En ese entonces, por ejemplo, la proporción de los ingresos que ganaba el 1% de los estadounidenses más ricos cayó del 19% al 14%. El efecto combinado de la Depresión, la guerra, la inflación y los impuestos redujo los ingresos y causó estragos en algunas extensas fortunas. El historiador Walter Scheidel va todavía más lejos en su libro “El gran nivelador”, en el que analiza la desigualdad desde las sociedades primitivas. Scheidel argumenta que, desde la antigüedad, solo cuatro fuerzas han logrado reducir la desigualdad de manera sostenida: la guerra, la revolución, el colapso de los Estados y las grandes epidemias (estos problemas muchas veces coinciden: una pandemia contribuyó al colapso del Imperio romano y otra coincidió con el fin de la Primera Guerra Mundial).
Las crisis del pasado no se comparan con las dificultades del presente. La peste negra contrajo las brechas salariales porque redujo drásticamente la proporción de trabajadores con respecto a la tierra cultivable. Incluso en el peor caso posible, el covid-19 será mucho menos mortífero que la peste bubónica, que causó la muerte del 30% al 60% de los europeos. Los mercados accionarios podrían desplomarse de nuevo, pero es muy poco probable que alcancen el derrumbe de casi un 90% sufrido entre 1929 y 1932. No obstante, sí es posible hacer algunas comparaciones. Las deudas acumuladas por los gobiernos durante esta pandemia alcanzarán, en algunos casos, dimensiones no vistas desde las guerras mundiales. Cuando llegue el momento de que los gobiernos hagan su balance general, en especial si reducen la carga de la deuda mediante impuestos, represión financiera o reestructuración de deuda, los ricos podrían terminar pagando la cuenta.
ES HORA DE UN NUEVO TRATO
Más aún, la crisis podría tener efectos indirectos sobre la trayectoria de la desigualdad. En una crítica de los argumentos de Piketty publicada en el 2017, Marshall Steinbaum, quien ahora trabaja en la Universidad de Utah, planteó la teoría de que las guerras y la Depresión del siglo XX condujeron a un mayor igualitarismo principalmente porque desacreditaron a las élites gobernantes y las políticas regresivas que, de hecho, habían hecho posible que la desigualdad creciera. Ese cambio abrió espacio para el florecimiento de la democracia social. La desigualdad se redujo no solo debido al aumento en los impuestos, sino también debido a la ampliación del Estado benefactor.
No es necesario que se repita la historia. Gobiernos y sistemas económicos de todo tipo han batallado para manejar la pandemia con eficacia y equidad. Sin embargo, no se requiere mucha imaginación para ver que, si los políticos permiten que la carga de la pandemia se distribuya de manera desigual, podrían esparcir las semillas de un contragolpe populista transformador. Harían bien en aprender las lecciones del pasado.