Desde un simple error hasta un fraude descarado, la labor científica también tiene sus fallos, que la pandemia de COVID-19 ha puesto en el punto de mira. Aunque los problemas graves siguen siendo poco frecuentes, la prisa por publicar favorece las infracciones a la “integridad científica”, apuntan los especialistas.

El 4 de junio de 2020, la revista The Lancet anunció la retirada de un estudio sobre la hidroxicloroquina en el que se afirmaba que este fármaco es ineficaz contra el COVID-19 e incluso peligroso. Desde su publicación a finales de mayo, varios científicos habían expresado públicamente sus dudas sobre su fiabilidad.

El prestigio de la revista y el hecho de que el medicamento estaba en el centro de acalorados debates provocaron un escándalo mundial. “La retractación de este artículo -que se hizo con razón- fue un momento importante. Mucha gente pensó que no se podía confiar en los artículos científicos”, dice a la AFP Elisabeth Bik, una de las principales figuras de la integridad científica.

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Esta microbióloga rastrea las anomalías en las publicaciones (ensayos mal concebidos, cifras incoherentes, vínculos de interés no declarados, fotos retocadas) que pueden constituir “violaciones de la integridad científica”. Todas estas normas garantizan que la investigación se lleve a cabo de forma honesta y rigurosa, respetando estrictamente el proceso científico.

Desde el laboratorio hasta la publicación, “el control de la integridad es la garantía de que la ciencia se realiza satisfactoriamente y, por tanto, sirve para algo”, señala Catherine Paradeise, socióloga y profesora emérita de la universidad de Marne-la-Vallée, en la región de París.

Financiación

A través de Twitter, su blog o los comentarios en la plataforma PubPeer, Elisabeth Bik hace públicas sus conclusiones, dejando que los autores se expliquen y/o que las publicaciones corrijan o incluso retiren los artículos. Desde 2013, señaló cerca de 5.000 artículos y varios centenares fueron objeto de correcciones o retractaciones, dice la científica, que sufre ataques en las redes sociales desde que señaló lo que considera anomalías en estudios codirigidos por el mediático epidemiólogo francés Didier Raoult.

Si la actividad de Bik -y de otros científicos activos en las redes sociales- constituye su cara más visible, la integridad científica tiene también una vertiente más discreta, dentro de las instituciones de investigación. La preocupación por la integridad “existe desde que hay investigadores, en cierto modo”, afirma Ghislaine Filliatreau, responsable de integridad científica del Instituto Francés de Salud e Investigación Médica (Inserm).

Pero fue a principios de los años 1990, cuando se creó en Estados Unidos la Oficina de la Integridad en la Investigación (ORI) y se institucionalizó. La preocupación era principalmente financiera, “porque había habido suficientes escándalos para que el legislador estadounidense decidiera no poner su financiación en cualquier sitio”, algo que también preocupaba a las empresas privadas, señala Filliatreau.

Efectos perversos

En la mayoría de las instituciones de investigación, los responsables de “integridad” se ocupan de las denuncias de “mala conducta científica” contra sus propios investigadores. En este marco, la universidad de Aix-Marsella (sur de Francia) investiga desde 2020 las publicaciones de Didier Raoult y su equipo sobre el tratamiento del COVID-19 con la controvertida hidroxicloroquina.

Los casos graves (plagios, experimentos falsos, resultados inventados, etc.) son poco frecuentes, según los expertos, pero la crisis del COVID-19 supuso una “caja de resonancia de las dificultades de la integridad científica”, declaró en marzo el senador francés Pierre Ouzoulias, coautor de un informe sobre el tema. La financiación dependen en gran medida del número de artículos publicados, lo que produce “efectos perversos”, explica Catherine Paradeise.

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Existe el riesgo de que la cantidad prime sobre la calidad, o de que “se hagan pequeños arreglos con las condiciones experimentales” para ahorrar tiempo, apunta. El ritmo de publicación se ha acelerado aún más con el COVID-19 y los estudios se hacen públicos “demasiado rápido”, señala Elisabeth Bik, que también aboga por reforzar la revisión por otros científicos (“peer reviewing”).

El COVID-19 dio a conocer al público la importancia del proceso científico pero también hace temer a los investigadores que los problemas de integridad acaben en los tribunales desde que Didier Raoult presentó una denuncia contra Elisabeth Bik por “acoso moral”.

Fuente: AFP.

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