El confinamiento mitigó la contaminación atmosférica en las grandes metrópolis, pero a la vez los expertos alertan de una relación posiblemente tóxica entre este fenómeno perjudicial para la salud y el virus respiratorio SARS-CoV-2. Tras la multiplicación de medidas restrictivas en el mundo, que afectaron desde la actividad industrial hasta la circulación vial, varios estudios mostraron una caída a veces espectacular de la concentración de algunos elementos contaminantes en el aire, tanto en Estados Unidos, como en China o Europa.

El impacto fue especialmente notorio en cuanto al dióxido de nitrógeno (NO2) y las partículas finas. Por ejemplo, en el primer confinamiento, España registró una caída del 61% de NO2 en el aire, Francia, de 52%, e Italia, de 48%, según la Agencia Europea del Medioambiente. Mientras que se calcula que la contaminación atmosférica es responsable de 7 millones de muertes prematuras cada año, estas reducciones drásticas, aunque fueran temporales, salvaron vidas, según algunos expertos.

“A corto plazo, estimamos que se habrán evitado en Europa y China respectivamente 2.190 y 24.200 muertes durante el confinamiento de la primavera” boreal, explica a la AFP Paola Crippa, experta en calidad del aire de la Universidad Notre Dame en Indiana. A largo plazo, el número de muertes derivadas de problemas respiratorios crónicos, enfermedades cardiovasculares, cáncer de pulmón, etc que serán evitadas “será más elevado”: entre 13.600 y 29.500 en Europa, y entre 76.400 y 287.000 en China, según varios escenarios de recuperación económica, añade Crippa.

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El mismo blanco

“A menos que haya un gran repunte de la contaminación, cosa que no creo, la exposición a largo plazo de la población en Europa se habrá reducido gracias a la caída del consumo de energías fósiles en 2020 y esto tendrá un efecto sobre el riesgo sanitario a largo plazo”, explica Lauri Myllyvirta, del Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio, que estima las muertes evitadas en el primer confinamiento en 11.000 en Europa.

Si bien esto es una buena noticia en el marco de una pandemia que ha matado por ahora 1,3 millones de personas en el mundo, esta experiencia es sobre todo para algunos una prueba más de la necesidad de luchar contra esta contaminación nociva. Tanto más cuanto que se están acumulando los estudios que señalan que este fenómeno podría empeorar la gravedad e incluso la mortalidad del COVID-19. “Los resultados se han repetido en contextos y países tan diferentes, que las pruebas combinadas empiezan a ser sólidas”, según Lauri Myllyvirta.

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Según un estudio publicado en octubre en la revista Cardiovascular Research, la exposición previa a largo plazo de las partículas finas PM2,5 aumentó la mortalidad ligada al COVID-19 de 15% a nivel mundial, con disparidades según las regiones (27% en Asia del Este, 19% en Europa, 17% en América del Norte). Este virus y las PM2,5, relacionadas con enfermedades cardiovasculares y pulmonares, atacan los mismos blancos.

“Son responsables de lo mismo: inflamación del sistema vascular de los pulmones, neumonía secundaria, hipertensión y también infartos de miocardio e insuficiencia cardíaca”, explica a la AFP el doctor Thomas Münzel, cardiólogo de la Universidad de Medicina de Maguncia (Alemania), que participó en el estudio.

“Doble golpe”

Por tanto, en caso de contagio con el COVID-19, el riesgo es mayor si ya se sufre una enfermedad cardiovascular preexistente, agrega. Varios análisis de más de 3.000 condados en Estados Unidos constataron que un alza de la concentración media de partículas finas de 1 microgramo/m3 correspondía a un aumento de 11% de la mortalidad ligada con el coronavirus.

En su estudio publicado a principios de noviembre en Science Advances, los autores advertían no obstante contra una sobreinterpretación de estas estadísticas, subrayando la necesidad de conducir otros trabajos. Por otro lado, empiezan a surgir conocimientos sobre el mecanismo de interacción, sobre todo el papel del receptor ACE-2 que facilita la entrada del coronavirus SARS-CoV-2 en las células.

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Un papel descrito en el Journal of Infection como la “hipótesis del doble golpe”: las partículas finas contribuirían a dañar este receptor, que dejaría entrar más virus en un paciente contagiado, una situación potencialmente agravada por una exposición crónica al NO2 que debilita los pulmones.

Y con la llegada del invierno, “temporada de contaminación”, “es evidentemente una gran causa de inquietud para los pacientes con el COVID-19”, advierte Myllyvirta. También lo es en países con altos niveles de contaminación que sufren una nueva embestida del virus, como India.

Fuente: AFP.

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