Cuatro años después de su lanzamiento, la sonda estadounidense Osiris-Rex consiguió tocar brevemente el martes el asteroide Bennu para intentar recolectar unas decenas de gramos de polvo, una operación de alta precisión a 330 millones de kilómetros de la Tierra, cuyo éxito se conocerá en algunos días.
“Todo fue perfectamente”, explicó minutos más tarde el jefe de la misión, Dante Lauretta, tomado por la emoción. “Escribimos una página de la historia esta tarde”, añadió. La sonda enviará las imágenes de la operación, además de numerosos datos, en la noche del martes al miércoles en lo que será una primera indicación para determinar si ha conseguido el objetivo de recoger la muestra.
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El año pasado, Japón logró con su sonda Hayabusa2 recolectar algo de polvo de otro asteroide, Ryugu, y ahora está de camino a casa, con una llegada prevista en diciembre. Con Osiris-Rex, la NASA espera recoger una muestra mucho más grande, de al menos 60 gramos, con la que intentará descifrar los componentes originales del sistema solar.
La nave espacial, del tamaño de una camioneta grande, oscilaba alrededor de Bennu desde finales de 2018 para preparar esta operación de alta complejidad, realizada de forma autónoma por el robot a partir de las instrucciones enviadas por los ingenieros de la NASA y Lockheed Martin.
“No podemos controlar la nave espacial en tiempo real”, había explicado Kenneth Getzandanner, gerente de dinámica de vuelo de la misión. A esta distancia, las señales tardan unos 18,5 minutos en viajar. El primer signo de confirmación de la operación llegó a la Tierra a las 22H12 GMT del martes, tal y como estaba previsto. La sonda confirmó después que había tomado las muestras y partió a una distancia segura de Bennu.
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Las primeras imágenes deben llegar el miércoles por la mañana y habrá que esperar hasta el sábado para saber si Osiris-Rex ha conseguido recoger la cantidad de polvo deseada. “No es fácil navegar alrededor de un cuerpo pequeño”, había explicado la víspera Heather Enos, investigadora principal adjunta del proyecto, que ha pasado 12 años en la misión preparándose para este momento.
Todo se redujo a menos de 16 segundos críticos de contacto, durante los que un brazo debía extenderse y recolectar muestras de dos centímetros de diámetro o menos. “En realidad no podemos aterrizar en la superficie de Bennu, así que solo besaremos la superficie”, había resumido antes Beth Buck, de Lockheed Martin.
Lleno de rocas
El interés de analizar la composición de los asteroides del sistema solar se basa en que están hechos de los mismos materiales que formaron los planetas. Es “casi una piedra Rosetta, algo que está ahí fuera y cuenta la historia de toda nuestra Tierra, del sistema solar durante los últimos miles de millones de años”, relató el científico jefe de la NASA, Thomas Zurbuchen.
Las muestras regresarán a la Tierra el 24 de septiembre de 2023, con un aterrizaje planificado en el desierto de Utah, en el suroeste de Estados Unidos. Con ese material, los laboratorios podrán llevar a cabo análisis mucho más potentes de sus características físicas y químicas, dijo la directora de la división de ciencia planetaria de la NASA, Lori Glaze.
No todas las muestras serán analizadas de inmediato. Como las traídas de la Luna por los astronautas del Apolo, que la NASA todavía está estudiando 50 años después. Las muestras “también permitirán a nuestros futuros científicos planetarios hacer preguntas en las que ni siquiera podemos pensar hoy, utilizando técnicas de análisis que aún no se han inventado”, afirmó Glaze.
Todas las maniobras de aproximación se desarrollaron con una elevada precisión, lo que debería aumentar las posibilidades de que Osiris-Rex haya evitado las rocas que salpican la superficie. Bennu no es el asteroide liso, cubierto por una “playa” inofensiva de arena fina, que esperaba la NASA. En realidad, se eligió este asteroide porque está convenientemente cerca y porque es antiguo: los científicos calculan que se formó en los primeros 10 millones de años de la historia del sistema solar, hace 4.500 millones de años.
Después de que Osiris-Rex alcanzara la roca a fines de 2018, los científicos se sorprendieron al recibir fotografías que mostraban que estaba cubierta de guijarros y cantos rodados, a veces de 30 metros de altura. Desde entonces, mapearon el asteroide a una resolución de centímetros y eligieron el sitio de aterrizaje menos riesgoso: se llama Cráter Nightingale, de 25 metros de ancho, con una zona objetivo de solo 8 metros de diámetro dispuesta para el acercamiento.
Fuente: AFP.