Washington, Estados Unidos. AFP.
“¿Cómo tomas un batido sin pajilla?”.
Es una pregunta que la ciudad de Washington deberá hacerse próximamente tras decidir, en nombre de la protección ambiental, prohibir las pajillas de plástico, casi un sacrilegio en la cuna de este objeto tan simple como omnipresente en el día a día de los estadounidenses.
Millones de pajillas han salido en el último siglo de los muros de ladrillo amarillento del “Stone straw building”. Erigido al borde una vía férrea, en un barrio residencial de Washington, el imponente edificio acoge actualmente a la autoridad de tránsito de la capital estadounidense.
Solo una discreta placa conmemorativa fijada encima de un bote de basura da señales de su historia y honra la memoria de Marvin C. Stone, “inventor de la pajilla de papel”.
Según la leyenda, Stone tuvo la idea al beber una noche su cóctel preferido a base de menta, el “mint julep”. Cansado de los residuos que dejaban las pajillas de planta de centeno usadas en ese entonces, el fabricante de portacigarrillos los reemplazó por tubos de papel enrollado y unido con cera.
Solicitó una patente en 1888 y el resto es historia.
Pero casi un siglo y medio después, su ciudad adoptiva, ingrata, se convirtió en la segunda gran metrópolis de EEUU, después de Seattle, en prohibir los herederos de plástico de su popular invención.
En América Latina, se suman ya Buenos Aires y Río de Janeiro.
La prohibición en Washington de las pajillas de plástico empezó oficialmente el 1 de enero, pero no será impuesta hasta el 1 de julio.
NO HAY SOLUCIÓN IDEAL
“Muchos negocios siguen usando pajillas de plástico (...) y esperan que la nueva ley no se implemente”, dice Kirk Francis, gerente del local de comidas Tastemakers, ubicado en una antigua fábrica de mayonesa adjunta al “Stone straw building”. Preocupado por el ambiente, el joven empresario se enfrentó a la misma pregunta existencial cuando lanzó “Captain Cookie and the Milk Man”, un foodtruck de galletas y productos lácteos: “¿Cómo tomas una batido sin pajilla?”.
Pensó en pajillas de metal, papel biodegradable o material vegetal, muchas de ellas más caras o incluso menos resistentes que las de plástico, pero dice que no ha conseguido una “buena solución”.
El joven “Capitán” Kirk, que cubre su cabello con una gorra del “Cookie Monster”, es realista y sabe que a la mayoría de los clientes no les importa mucho: “Los clientes quieren una pajilla que funcione”. Así que hacer que los estadounidenses dejen las pajillas no será un trabajo fácil.
Son una parte inextricable de su cultura desde que su uso fue impulsado para frenar propagación de enfermedades en una época en que la gente todavía compartía tazas para beber de fuentes públicas.