Briec, Francia. AFP.
“Mi primera prótesis, de espuma y con una media, no la soporté. Parecía una vieja”, explica Evelyne Briand, mostrando orgullosa su pierna derecha con rayas azul marino y blancas, muestra de una tendencia en auge entre los aparatos ortopédicos.
“La gente te mira de forma diferente cuando llevas una prótesis de colores”, asegura esta francesa, de 56 años. A los 25, sufrió una ruptura de ligamentos cruzados durante un partido de tenis y en el 2007 fue amputada después de más de 40 intervenciones quirúrgicas.
“Tengo otra de cuero, a juego con mi vestido negro”, afirma esta mujer de silueta juvenil en Algo Orthopédie, una empresa radicada en Bretaña, en el oeste de Francia, especialista en prótesis tibiales y femorales.
Bruno Paul, de 55 años, fue víctima de un accidente laboral en 1985: sobre la rodilla le cayó una caldera de hierro de 250 kg. Amputado en el 2016 tras una veintena de operaciones, ahora luce una prótesis de rombos amarillos y naranjas. “Ya no tengo mi pierna, ¿por qué hacer ver que todavía la tengo? Es mejor asumir mi hándicap poniéndole colores”, afirma. Para aceptar su discapacidad, tener una prótesis colorida es “un punto a favor”, estima Alain Le Guen, al frente de Algo Orthopédie, creada en el año 2004.
Con un aparato semejante, “a la gente le cuesta menos mostrar su pierna”, explica Le Guen. “Una prótesis con una media vieja de abuela es feo. Tiene que ser un poco como una obra de arte”, juzga. En pocos años, la empresa pasó de fabricar anualmente una decena de prótesis coloridas a unas 50, lo que representa un tercio de su producción total. Su coste, generalmente reembolsado por la Seguridad Social, es de entre 25.000 y 26.000 euros.