París, Francia. AFP.

Venerado y luego condenado por los suyos, instrumenta­lizado y luego abandonado por los estadounidenses, el último sah de Irán, Moha­med Reza Pahlevi, obligado a exiliarse en 1979 después de 37 años de reinado, no sobre­vivió a su obsesión de conver­tirse en el Darío de los tiem­pos modernos.

El sah de Irán, que soñaba con convertir a su país en la quinta potencia mundial del año 2000, murió en El Cairo, apátrida, quebrado y solo, el 27 de julio de 1980 a causa de un cáncer, después de 18 meses de una huida que le acercó a su tierra natal, inmersa en una revolución islámica.

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Menos de dos años antes, el multimillonario era aún uno de los últimos autócratas por derecho divino, que se reivin­dicaba heredero de los empe­radores persas. Reza Pahlevi recibía a los dirigentes del mundo entero con mirada autoritaria y uniforme napo­leónico, mandaba a construir bases navales ultrasofistica­das, abría centrales nuclea­res en el desierto, invertía petrodólares en el extranjero, mientras que los campesinos besaban sus zapatos y los cor­tesanos su mano.

Durante su acceso al trono en 1941, el joven sah era solo un “pequeño rey” de 21 años, propulsado a la cabeza de un país dividido por las gran­des potencias que impusie­ron a su padre la abdicación y el exilio.

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