Londres, Reino Unido | AFP, por Alfons LUNA.
El príncipe Felipe de Edimburgo, conocido por su franqueza opuesta al carácter reservado de la reina Isabel II, fue su apoyo inquebrantable durante 70 años. Ahora, a los 96 años, se dispone a celebrar su último acto oficial antes de iniciar una etapa sin compromisos públicos.
"Es mi roca. Ha sido mi fuerza y mi sostén", dijo en 2011 la reina, poco inclinada a las muestras de cariño en público.
Ese año, el duque de Edimburgo cumplió 90 años y soslayó la posibilidad de un retiro: "Es mejor desaparecer que alcanzar la fecha de caducidad".
Se casaron el 20 de noviembre de 1947, cinco años antes de que su esposa fuera proclamada reina. Si ella ostenta el récord de longevidad en el trono, él es el príncipe consorte que más tiempo ha servido. Como tal, lleva toda la vida andando dos pasos por detrás de su mujer.
El principal valor de este antiguo oficial de la Marina Real, destinado a una gran carrera militar hasta que su esposa ascendió al trono, es ser "el único hombre del mundo que trata a la reina como un ser humano, de igual a igual", afirmó una vez Lord Charteris, exsecretario privado de Su Majestad.
Según ha admitido, le hicieron falta años de tanteo y aprendizaje hasta encontrar su lugar en el corazón de los británicos, pero hoy disfruta de un índice de popularidad alto, como su esposa.
Un detalle curioso, una tribu de Vanuatu llegó a venerarlo como una divinidad relacionada con los espíritus del volcán Yasur.
– ¿Una infancia traumática? –
Tataranieto de la reina Victoria como la propia Isabel y de ascendencia alemana, el duque nació el 10 de junio de 1921 en la isla griega de Corfú como príncipe de Grecia y de Dinamarca, el quinto hijo y único varón de la princesa Alicia de Battenberg y del príncipe Andrés de Grecia.
A los 18 meses fue evacuado dentro de una caja de naranjas en un barco británico con el resto de su familia cuando se proclamó la república helénica y su tío, el rey Constantino I, -abuelo de la reina Sofía de España- tuvo que exiliarse.
Tras hallar refugio cerca de París, su padre empezó a frecuentar los casinos de Montecarlo y la madre, depresiva, se refugió en un convento.
Felipe tenía 10 años. Dejado en manos de parientes lejanos, frecuentó colegios en Francia, Alemania y el Reino Unido hasta terminar en un austero internado escocés.
Ingresó después en la Marina Real británica y participó activamente en los combates durante la Segunda Guerra Mundial en el océano Índico y en el Atlántico.
Era un apuesto joven de 18 años cuando conoció a Isabel, antes de la guerra. Lilibet, como la apodaba su madre, tenía 13 años y quedó cautivada. Se casaron ocho años más tarde, el 20 de noviembre de 1947. Felipe, nombrado duque de Edimburgo, tuvo que renunciar a sus títulos de nobleza anteriores y a su religión ortodoxa.
En febrero de 1952, la muerte prematura de su suegro, el rey Jorge VI, marcó el fin de su carrera de oficial en la Marina e inauguró la de príncipe consorte.
– Sin pelos en la lengua –
Su temperamento fue efectivamente volcánico, sin ninguna consideración por lo políticamente correcto, aunque en los últimos años se ha moderado.
"¿Habéis logrado que no os comieran?", preguntó a un joven británico que venía de viajar por Papúa Nueva Guinea en 1998.
"Vosotros tenéis mosquitos, yo tengo periodistas", dijo en Dominica en 1966. Después comparó a los profesionales de los medios con los monos de Gibraltar.
En Australia en 1960, un hombre llamado Robinson lo abordó y le dijo: "Mi esposa, doctora en Filosofía, es mucho más importante que yo".
"Tenemos el mismo problema en mi familia", le respondió el duque.
En otra ocasión, un niño le confesó que quería ser astronauta y el duque le respondió que estaba demasiado gordo para volar.
Cuando se le preguntó si le gustaría visitar la Unión Soviética, dijo: "Me encantaría visitar Rusia, aunque esos cabrones asesinaron a la mitad de mi familia" (en alusión a la suerte de los Romanov).
A un profesor de conducción escocés de Oban le preguntó: "¿Cómo te las arreglas para mantener a los nativos lo suficientemente lejos de la bebida para aprobar el examen?".
Su entorno le oyó maldecir mil veces su suerte, gruñir contra la pérdida de valores, o contra las locuras de sus cuatro hijos en los años 80, y hasta contra "los malditos" perros de la reina, que siempre se le pegaban a las piernas.
"La gente tiene la impresión de que al príncipe Felipe no le importa nada lo que piensen de él, y tienen razón", dijo el ex primer ministro británico Tony Blair en sus memorias.