Las personas con esta característica son extremadamente independientes y no les gusta “atarse” a vínculos, especialmente a los de pareja. Una especialista nos da las claves para descubrir por qué sucede, cuáles son las consecuencias y cómo superarlo.

Por: Natalia Delgado

Si ya escuchaste de personas a las que se les describe como distantes, frías o que huyen de los compromisos y, que aun cuando estén pasando situaciones extremas, no piden ayuda; a este tipo de comportamiento en la forma de relacionarse es que se llama “apego evitativo”.

El apego, o tipo de apego, es el vínculo que las personas desarrollan desde que son bebés con sus padres o cuidadores. Esta relación y trato define, a medida que la persona va creciendo, la manera en la que interactuará con los demás y la forma en la que se relacionará con su entorno.

“Existen 3 estilos de apego: seguro, ansioso, evitativo y desorganizado”, explica la Licenciada en Psicología, Alessandra Rojas.

¿Por qué se desarrolla este comportamiento?

“Esto viene de la niñez. Los adultos con estilo de apego evitativo vivieron durante la infancia situaciones donde no recibían respuesta de sus cuidadores. Por ejemplo: lloraban por tener hambre y el cuidador no respondía a ese pedido, o no lo interpretaba de esa manera y, en vez de comida, proveía un cambio de pañales. Sus necesidades no se veían satisfechas por lo cual “aprendió”, por así decir, a ser autosuficiente”, menciona la licenciada.

Las personas que desarrollaron este tipo de comportamiento tienen características muy específicas: “no les gusta depender de nadie, no aceptan la protección o el cuidado de otras personas y tampoco les gusta sentir la responsabilidad de tener que cuidar de alguien más. Las personas evitativas valoran mucho su independencia y no les gusta “atarse”, les cuesta mantener una pareja estable. Finalmente esto se da porque tienen dificultades para sentir, identificar y expresar sus emociones”, puntualiza Rojas.

También está el miedo al rechazo. Este temor se traslada a todo tipo de relaciones, de pareja, amistades, familiares y hacen que el evitativo no demuestre sus sentimientos. “Se muestran a sí mismos muy seguros, pero es un falso sentimiento en realidad. Por ejemplo: ante situaciones adversas, lo pasan rápido sin dar mucha importancia, como que “la vida sigue”; no se permiten sentir realmente el dolor y pasan rápido la etapa de duelo, también es muy común que salten de relación en relación”, comenta Alessandra.

Esto puede ser muy negativo en general, pero aún más en las relaciones afectivas. La persona con apego evitativo no le da importancia a su pareja, muestra dificultad para manejar los niveles de compromiso y confiar en el otro.

“Viven una relación de pareja en un estado constante de ‘distancia’ y encuentran facilidad para la ruptura ante cualquier problema. No son capaces de entregarse y soltar el control sobre sí mismos, lo que lleva a un continuo tire y afloje”, detalla la psicóloga.

¿Cómo tratar con una persona que tiene esta característica?

“Entender de dónde vienen y cuál fue su historia de infancia, ayuda mucho para poder reconocer actitudes y no tomarse a pecho todo. Ideal sería establecer un canal de comunicación abierto y sincero, donde ambos puedan expresar cómo se sienten con las diferentes situaciones y poder poner límites claros dentro de la pareja”, responde Rojas.

¿Qué debe hacer una persona con apego evitativo para mejorar?

“El apego no es estático, se va moldeando a partir de la diferentes situaciones y aprendizajes que tenemos en el tiempo y con las personas que nos vamos encontrando en la vida. Por eso, es importante acudir a terapia, para poder entender la forma que tenemos de relacionarnos y buscar activamente respuestas y herramientas para vivir una vida plena. Una persona con estilo evitativo puede aprender a confiar en el ambiente y las personas que le rodean, a expresar lo que siente y que va a ser recepcionado por los demás”, especifica

Para finalizar, la especialista aconseja hacer terapia. Lo menciona como una forma de amor propio y cuidado, porque ayuda a sanar heridas y a ser responsables en el modo en el que nos relacionamos con los demás.

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