Quizás los escuchamos de nuestras abuelas o madres y por costumbre también llegamos a repetirlos. “El que no corre, vuela” o “no todo lo que brilla es oro”, son conocidas por la mayoría y aquí hay algunas más.

Los refranes están presentes en nuestro vocabulario desde hace generaciones. Son expresiones metafóricas que se refieren a experiencias ya vividas y lo que se busca al implementarlas es enriquecer más el vocabulario, o simplemente descontracturar un poco alguna conversación seria.

El famoso refrán “ojos que no ven, corazón que no siente”, se ha utilizado casi siempre en conversaciones sobre temas amorosos y se cree que su origen se remonta a la frase del filósofo Aristóteles: “no se puede ser feliz sino al precio de cierta ignorancia”.

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La expresión “no hay tu tía”, es otra muy utilizada para explicar que algo no tiene solución o remedio y su origen se remonta a una pomada medicinal que antiguamente se utilizaba para curar diferentes afecciones. Al principio se decía que “no hay atutía que lo cure” y con el paso de los años se resumió en la que conocemos en la actualidad.

Otro clásico es “no todo lo que brilla es oro”, un refrán que nos invita a no ser tan crédulas con las apariencias y a guiarnos más por las acciones. También puede tener otras connotaciones, dependiendo del tipo de conversación, pero básicamente habla de no dejarnos deslumbrar por lo que parece. El autor de esta frase fue William Shakespeare en “El mercader de Venecia”.

“A quien madruga Dios le ayuda” nos han dicho, tal vez, de pequeñas cuando nos levantamos a primera hora de la mañana con ganas de seguir durmiendo, o tal vez hemos dicho en esos días que arrancamos la jornada super temprano para hacer nuestras labores. No se sabe con exactitud el origen de esta refrán, pero se cree que deriva de una frase dicha en “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.

Por último, otro refrán muy conocido es: “de tal palo, tal astilla”, y se utiliza mucho para denominar que algo se parece mucho a su origen, o para referirse a vínculos familiares, de hecho, se cree que su origen deriva del latín “qualis pater talis filius” que quiere decir “como es el padre, así es el hijo”.

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