Una pequeña tienda de coloridos adornos artesanales de cristal brilla en un día de invierno gris e inundado de niebla en Poniklá, un pueblo perdido en las montañas checas donde los clientes se cuentan por decenas ante la cercanía de la Navidad.
Se apresuran a comprar adornos de perlas de vidrio soplado en forma de estrellas, ángeles, muñecos de nieve, Santa Claus o pesebres enteros, fabricados por una pequeña empresa de Poniklá, en el norte del país.
La producción artesanal de decoraciones navideñas a partir de perlas de vidrio soplado fue inscrita el año pasado en la lista del patrimonio cultural inmaterial de la Unesco. Esta práctica sólo sobrevivió en Poniklá, cuya tradición local tiene sus raíces en una historia de amor del siglo XIX.
“Un tal señor Hajna se enamoró de una sirvienta local, se casaron y trajo consigo las bases de la artesanía a Poniklá”, explica Marek Kulhavy, propietario de la fábrica Rautis, la única que queda.
Hajna provenía de una región limítrofe en la que la fabricación de vidrio estaba floreciendo y el oficio se extendió rápidamente, ya que los vecinos se apresuraron a aprenderlo para ganarse la vida en esta región montañosa pobre.
Stanislav Horna abrió la fábrica Rautis en 1902 para fabricar adornos de fantasía para ropa y vestuario. Tuvo un gran éxito, utilizando hasta 200 sopladores de vidrio.
La empresa logró mantenerse a flote incluso cuando un acto de espionaje la obligó a reorientarse hacia decoraciones navideñas.
“En la década de 1920, un grupo de espías industriales japoneses disfrazados de turistas copió el proceso y comenzó a producir sus propias perlas, llevándose los mercados orientales”, cuenta Kulhavy.
En 1948, todas las fábricas de vidrio del país fueron nacionalizadas cuando los comunistas tomaron el poder en la antigua Checoslovaquia.
El hijo de Horna fue incluso encarcelado, como muchos otros empresarios, pero la empresa se benefició paradójicamente, ya que los comunistas limitaron la fabricación de perlas de vidrio soplado al pueblo de Poniklá.
Poco después del derrocamiento del régimen comunista en 1989, el padre de Kulhavy compró la fábrica, que actualmente emplea a 50 personas. La producción comienza con un tubo de vidrio, que se calienta y se le da forma por soplado en uno de los más de mil moldes diferentes.
El tubo es plateado desde el interior con una solución específica y luego teñido desde el exterior, antes de ser cortado, ensartado en cordeles y transformado en decoraciones navideñas. “Algunas perlas son tratadas por un pintor. Por ejemplo, las cabezas de ángel necesitan detalles pintados”, explica Kulhavy.
El mercado checo es crucial, pero las decoraciones de Poniklá también son enviadas a Austria y Alemania, entre otros países europeos, así como a Japón y Estados Unidos.
Fuente: del texto de Jan Flemr (AFP).