La iluminación es tenue y el silencio, concentrado. Así es Livy, el taller que está situado en el corazón de París que produce con paciencia y minuciosidad el abrigo del confinamiento; piezas únicas de alta lencería a la francesa, delicada y sin alharacas.
La tienda abrió brevemente este otoño europeo antes de volver a cerrar por el coronavirus. Pero en el piso de arriba, las costureras siguen confeccionando piezas sofisticadas de encaje, con bordados de perlas de onix y lentejuelas para realzar los motivos.
Amandine y Vanille cuentan, sin levantar la vista de su obra, que elaborar un sujetador o sostén “costura” supone dos días de trabajo y un corpiño, tres. La corsetería, ancestro de la lencería, es un “verdadero saber hacer, muy francés”.
Una pieza se fabrica en veinte etapas, a veces con quince materiales diferentes. Paciencia y precisión. Esta colección limitada de máximo lujo está destinada a momentos de excepción, una boda o una alfombra roja, explica la diseñadora Lisa Chavy. Y puede adaptarse al deseo de las clientas.
Pero lo esencial de la producción de su marca, Livy, creada hace tres años, es mucho más accesible. Nació de un deseo muy personal: “No encontraba lencería que me gustara”.
Lisa Chavy ha creado tres gamas con nombres de ciudades. “París es la más sexy, Nueva York la más innovadora y Los Ángeles la más cotidiana”, resume esta mujer elegante de 39 años, larga cabellera morena, pantalón vaporoso y camisa sedosa.
Algunas clientas quieren una lencería muda, invisible bajo la ropa. Alejada de las miradas y reservada a los íntimos. Otras desean, por el contrario, que se vea, se adivine, que tenga algo que decir con la ropa. Lisa Chavy propone que el sujetador - cuya primera vocación, “llevar el pecho”, es tristemente funcional -se transforme en “accesorio de moda” en sí mismo. Ornamentando un hombro, un escote o la espalda.
Cuando presentó su marca en Estados Unidos, a principios de 2019, se dio cuenta de la dimensión cultural de su idea de belleza. “Querían poner rizos a los maniquíes, prepararlos”, recuerda. “Insistí en que no tuvieran el cabello peinado, que estuviera suelto, rizos naturales, cejas sin depilar”.
La modelo Philippine, de 26 años, pasa al taller a hacer pruebas. Rubia, silueta fina. ¿Debe camuflar sus tatuajes para la sesión de fotos? “Cuando elegimos a las chicas, nos gusta que sigan siendo ellas mismas”, concluye la diseñadora.
Fuente: del texto de por Gersende Rambourg, AFP.