Noruega es un país muy admirado en todo el mundo por su increíble naturaleza y sus incomparables fiordos; sin embargo, no son los únicos detalles que lo hacen destacar frente al resto de los países europeos. Y es que Noruega transforma más de 300.000 toneladas de basura al año —que no pueden ser recicladas— en energía limpia.
Este cadena ecológica empieza con el compromiso de todos los noruegos al hacer la correcta clasificación de la basura por colores: azul (plásticos), verde (desechos orgánicos) y blanco (resto de residuos). Además, en otros recipientes separan los desechos según estos sean de vidrio, papel, metal o basura electrónica.
Todos los desperdicios que no se puedan reutilizar o reciclar se queman a una temperatura de 800 °C. Generalmente, los residuos del grupo blanco son los que van a este horno, ya que los plásticos (azul) se reciclan en nuevos productos plásticos y los restos de los alimentos (verde) se utilizan para obtener fertilizantes y biogás (con el que funcionan los buses de la ciudad).
Este calor generado por la incineración de los desperdicios hace que hierva el agua de un contenedor, y el vapor resultante de este proceso va a parar a una turbina, cuyo movimiento se transforma en electricidad. Toda esta energía va a parar a las escuelas de Oslo —capital de Noruega— y, además, alimenta la red de calefacción urbana.
Las cenizas que quedan de la basura incinerada son enterradas en rellenos sanitarios. Los encargados del funcionamiento de este proceso aseguran que la energía de cuatro toneladas de desechos equivale a la que es producida por una tonelada de combustible fósil.
Esta transformación de la basura en energía limpia es una solución ecológica al problema de los vertederos, ya que hay menos desperdicios y contaminación. De hecho, desde hace algunos años, Noruega importa basura de otros países, como Inglaterra, al que cobra entre 30 y 40 dólares por tonelada. Y es que los noruegos consideran que el tratamiento que le dan a los desechos es un servicio.
Lars Haltbrekken, del Consejo de Amigos del Este de Noruega, dijo en una entrevista con BBC Mundo que “la meta primordial desde una perspectiva ambiental debería ser primero reducir la cantidad de basura, luego reusar lo que se pueda reusar, reciclar y, por último, como cuarta opción, quemarla para producir energía. Hemos creado sobrecapacidad en las plantas y ahora dependemos de producir más y más basura”, argumentó sobre por qué dice que el tratamiento no debería ser el sueño de todo ecologista.
Sin embargo, sus disidentes, los entusiastas de la idea, coinciden en que Noruega está ayudando a deshacerse de parte de la basura del mundo de la mejor manera posible. Y la importación de los residuos del Reino Unido es un claro ejemplo, ya que en vez de parar en un vertedero quedan en manos de Oslo, que finalmente recibe dinero por aceptar basura que llegará a las escuelas y los hogares en forma de electricidad y calefacción.
Si Noruega sigue utilizando la tecnología de estas plantas, en aproximadamente 20 años reduciría a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero, principales causantes del calentamiento global.