Por: Valentín Alsina
Planes, proyectos, deseos, sensaciones, regalos, peluches, la salida más glamorosa y detallista que lo que resta del salario puede pagar y un montón de “te quieros” que se guardan en la bolsa del “no va a pasar nada más que esto”. Así le rompen el corazón a un muchacho.
Cuando hablamos de amor, o por lo menos de ese amor que nos mostraron las comedias románticas, generalmente vemos a la chica de la pareja como la que más sufre y aguanta “por amor”, y eventualmente, como la rechazada por ese hombre que tanto la desvela. En la vida real esto también ocurre a la inversa.
“Tengo mil pendejas” o “las minas van y vienen” son frases machistas que decimos cuando nos finalizan unilateralmente la relación. Las compartimos con el grupo de amigos o en el entorno social más directo, principalmente por miedo a las burlas y por el tabú que representan los sentimientos masculinos en una sociedad como la paraguaya.
Hablo de decepción, frustración y un vacío que parece que nunca se volverá a llenar. A nosotros también nos pasa y no es algo que se cure con borrachera. Capaz con alcohol pase por un momento, pero sabemos que el cuco está ahí y que nuevamente despertará día siguiente.
Se ve más o menos así: nos encontramos tirados en la cama o el sofá, sumidos en una insoportable existencia, cambiando los canales. El fútbol no nos contiene y en una de esas nos cruzamos con alguna de esas películas en las que el pretendiente —que no es el más atractivo ni tiene la personalidad magnética y/o extrovertida— al final se queda con la chica de sus sueños porque “proveyó” en todo momento. En criollo, porque “estuvo siempre” y al final “la amiga se dio cuenta”.
Apagamos el televisor gritando alguna grosería al cielo o ahogándola en la almohada. Hicimos todo lo que en el filme nos dijeron que teníamos que hacer, pero al final, ella no se quedó. Capaz ganamos estima y empatía, pero queríamos otra cosa; queríamos sentarnos en el trono de hierro con ella.
Dejamos unas cuantas lágrimas en la manga de la remera. Estamos quebrados. El corazón roto no discrimina sexo ni género. Nos debatimos entre las ganas de espiar sus redes sociales para saber qué hace y el miedo a encontrarnos con una noticia que revele que para ella, la ruptura no ha significado lo mismo.
Todo cambia porque ya no somos los mismos, porque la herida tarda en sanar, porque aprendimos algo, porque no tenemos miedo de dejar fluir nuestros sentimientos, porque vivimos.
Capaz nos vuelvan a romper el corazón, pero tenemos herramientas para levantarnos. Nuestra forma de ver la vida —o al menos esta parte— no es la misma. Ya sabemos que al final de la película, no nos van a dar un beso con una canción pop de amor sonando de fondo.