Columna de Javier Barbero
Es probable que en la persona que ames haya un aspecto que vivas como una “mancha”. Y es humanamente probable que en el pasado te hayas peleado mucho con esa parte. Incluso, es posible que te sigas peleando con ella hasta hoy, y que de manera explícita o implícita, busques formas de:
- Excluirla, simplemente no mirándola.
- Maquillar con otros colores su verdadero color, como una manera de justificarla para luego tolerarla.
- Exigirle a esa persona que la elimine como condición para el vínculo.
- Guardar en lo más recóndito de tu corazón la fantasía de que llegará el día en que "eso" ya no esté.
Y aquí como coach planteo dos dimensiones a considerar.
La primera tiene que ver con lo que me pasa a mí respecto a esa "mancha". Y las opciones son muchas. Me recuerda a una mancha mía muy parecida que no acepto, me parece amenazante por experiencias previas, no condice con mis valores, no es parte de mi ideal, me niego a incluir "eso" porque pierdo el control, etc.
La segunda dimensión es que esa "mancha", independientemente de mis expectativas, es una partecita de la otra persona que simplemente está ahí ya sea porque es necesaria para ella, por le gusta o porque no sabe cómo trascenderla.
Cuando intentamos anular, excluir o cambiar algo en otro ser humano porque no calza con nuestro mapa de expectativas, somos violentos.
Una persona que sacrifica una parte de sí misma para acomodarse a las expectativas ajenas termina transando consigo misma. Se cercena, se mutila.
El gran reto en las relaciones que nos importan es que cada quien pueda estar completo ante los ojos del otro. Esto posibilita la construcción de vínculos reales y maduros.