Texto: Javier Barbero
Una vez leí algo que me impactó, que una pareja está constituida por tres: vos, yo y la pareja. Y cuando digo que me impactó me refiero a que me detuve, una vez más, a reflexionar sobre los vínculos que —para que sobreviva la pareja—, vos y yo tenemos que desdibujar, entrar en confluencia, dejar de ser “individualidades”.
Pareciera ser que el patrón es que nos encontramos con alguien para satisfacer nuestras expectativas, nuestros vacíos, para tomar del otro/a lo que yo no he aprendido a darme a mí mismo. Y “la pareja” es la excusa perfecta para establecer estas exigencias que para muchas personas son el fundamento de sus vivencias del “amor”.
Cuando en función de “la pareja” comienzo a utilizar un inodoro de dos plazas y “tengo que” coincidir en todo con vos, y se me hace difícil decirte que “no” por miedo a que te enojes, a que se sientas herida, a que dejes de quererme, he entrado en el juego psicológico de la confluencia. Estamos mezclados. No sabemos cuáles son los límites.
No hemos sido educados para reconocernos como individuos. Hemos sido adiestrados para cumplir las expectativas ajenas y para creer que el amor implica sacrificio. A muchos nos han enseñado a tener miedo de nosotros mismos. Incluso a fuerza de mucho dolor todo hemos hecho tranzas con la uniformidad, con las normas y axiomas, con el lavado de cerebro de la cultura dominante. Esto nos ha llevado inevitablemente a no saber cómo mirarnos, como contactar profunda y verdaderamente con nuestro interior.
Vivimos “hacia afuera”, hacia “el qué dirán”. No escuchamos las eternas verdades espirituales de nuestro corazón, porque nos adoctrinaron para no reconocernos. Y esto, a su vez, nos ha condenado a vivir nuestros vínculos desde el miedo a no ser perfectos o apropiados. Y a creer que podemos “tener” a la otra persona.
Por eso, en la medida en que “te tengo” me siento seguro, pero para eso necesito cortarte las alas, ponerte en una jaula de oro. Jamás se me ocurriría plantearme que el amor también implica dejarte ir de mi lado, volar, vivir tu vida sin mí.
Para poder convivir contigo necesito primero aprender a aceptarte como un legítimo otro/a y no como la persona que yo quiero que seas.