El director Cristian Jure y el actor Diego Cremonesi nos cuentan sobre sus lazos familiares, motivaciones personales y el interés acerca de contar la historia del Gauchito Gil.

Texto: Jazmín Gómez Fleitas

Fotografía: Gentileza

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Hei Films estrenó en agosto su segunda película coproducida con Arco Libre, de Argentina. ¿Qué motivó a su director para llevar la historia del gauchito milagroso al cine? Durante los último años, Cristian Jure realizó series, documentales y películas en sectores populares, en barrios y villas de Buenos Aires, donde la figura del Gauchito Gil estaba presente en el día a día de la gente.

“Aunque es conocido como el santo de los desposeídos, cada vez más sectores lo están incorporando en sus devociones. El santo tiene promeseros y estos cada vez son más y de distintas clases sociales. Me gustó mucho la imagen del gaucho casi ingenuo en un momento tan nefasto para el Paraguay, y vergonzoso para nosotros y el Brasil, como lo fue la Guerra de la Triple Alianza”, explica.

Y agrega: “Además, me parecía raro que no se hubiese llevado al cine todavía. Me motivó contar una historia trágica, romántica, necesaria, por sobre todas las cosas. Una historia que circula en los sectores populares de boca en boca, sobre la cual no hay mucho escrito, más allá del libro Colgado de los tobillos, en el cual basamos la película”.

¿Cómo nace la idea de llevar la historia al cine?

Cristian: En el último documental que hicimos con Juan Irigoyen (Pepo: la última oportunidad) una de las escenas transcurría en Mercedes (Corrientes) que es el lugar donde lo matan al Gauchito Gil. Ahí está el santuario actual. Era la segunda vez que iba y ahí me surgió prometerle que le haría una película. Yo nunca le pedí nada pero sí le agradecí mucho.

¿Cómo se da la oportunidad de ser parte de la película?

Diego: Con Cristian nos conocemos hace muchos años porque somos familia, cuñados. Su hermana mi señora, nos conocemos hace más de 20 años. En ese entonces, ni Cristian era tan cineasta ni yo actor siquiera. Él era más antropólogo y documentalista y yo andaba por otros lados. En ese interín me fui metiendo en la actuación, me fui afirmando como actor, dedicándome cada vez más, y en un momento, hace ya varios años (2012/2013) fui parte de una película de Cristian, Alta cumbia.

Esa peli era un mix entre documental y ficción, sobre la cumbia villera en Argentina y yo interpreté a un productor y esa fue nuestra primera experiencia. En la primera etapa del guion de Gracias Gauchito, no me había dicho que pensaba en mí para algún personaje, pero ya cuando se acercaba la etapa de definición, me planteó el personaje de Salazar. Para mí fue un desafío enorme y estaba buenísimo.

Siendo antropólogo, ¿de qué manera llega el audiovisual a tu vida?

Cristian: La antropología y la televisión, en mi caso, siempre estuvieron en paralelo. Dentro de la antropología hay una rama que se llama Antroplogía visual, a partir de ahí empecé a hacer documentales, primero antropólogicos y después solo documentales, y luego pasé al cine.

Y la Antropología está en casi todas las cosas que hago, en tratar de contar las cosas desde una mirada más horizontal y no una mirada que trata de enjuiciar 'esto está bien y esto está mal', 'esto es lo que vale y esto no', sino de entender que las diferencias nos potencian y que las desigualdades son las que duelen. Creo que eso aporta la Antropología. Veo las películas que hice y en todas hay algo de eso.

En ese sentido, el gauchito es un personaje que cierra por todos lados porque si bien es un personaje antagónico, también es querido y odiado. La antropología siempre ha mirado la producción de los sectores populares, siempre ha mirado al otro como un diferente.

¿Cómo llegás al cine?

Cristian: Para mí hay lugares de partida y de llegada. El cine nunca fue un lugar de partida para mí. Ojo, dí clases muchos años en la carrera de cine y ahora estoy en licencia porque dirijo un canal, pero en mi caso necesitaba una formación sólida desde lo cultural, lo social.

Vengo de un pueblo muy chico, de Córdoba. La gente de la ciudad tiene otras posibilidades que quienes vivimos en pueblitos muy chiquitos, más en aquellos años, 80 y 90. No teníamos las oportunidades de formación que tienen hoy los chicos, y consideraba que necesitaba una carrera de ese tipo, densa, de lo cultural. Y el cine fue como lugar de llegada, no fue que me lo enconté. Yo sabía que quería hacer documentales, cine, ficción.

Arranqué por la antropología; otros directores arrancan por la arquitectura, la historia y otros, directamente por el cine y está muy bueno. Me parece que los lugares de partida y llegada son buenos tenerlos en claro, porque tienen que ver con la formación de cada uno y el lugar en el que les toca estar. Seguramente si mi hija hoy se dedica al cine y me pregunta por dónde arrancar, le aconsejaría que desde el cine porque vive en una ciudad que tiene todas las condiciones para eso. Yo venía muy de atrás.

¿Qué tipo de desafíos te gustan como actor?

Diego: Me gusta que los papeles me propongan autosuperarme y en este caso el contexto era buenísimo porque filmar una película del Gauchito Gil me parecía arriesgado. Meterse con una figura así y pensar en un público que no es el típico de cine, también me parecía interesante. Me gustan las causa perdidas, me siento más identificado con la gente que menos tiene en ese sentido y yo creo que se interpretó la película pensando en eso, en cómo la gente vive un montón de injusticias. En la historia aparecen un montón de “gauchos”, de gente que imparte justicia por mano propia, y acá se da esta característica del gaucho milagroso.

Y sobre todo, me gustaba hacer de un tipo con sus contradicciones. Además, un correntino; yo no soy correntino pero me proponía construir el acento, la forma de hablar. Aprendí a cabalgar —cosa que no sabía– y viví la experiencia de venir a filmar a Paraguay, donde conocí a tanta gente, actrices, actores, técnicos y artistas. Fue una experiencia sumamente enriquecedora.

¿Cómo fue tu preparación para el papel?

Diego: Me ayudó un amigo correntino, Rafael Solano, amigo y actor de Buenos Aires. Yo venía de interpretar a un misionero, por lo tanto no lo sentí tan abismal al acento. Con Rafa nos enviábamos audios, yo desde Paraguay con las escenas que iba avanzando, y él me iba tirando algunos tips y demás.

Con otro amigo de La Plata, Sebastián, pude tomar un par de clases de cabalgata. Y después, bueno, la manera en que todos los elementos jugaron en el set: el vestuario de Pili González, un equipo técnico increíble o el maquillaje de Edi Romero, que era de primera línea. Son todas esas cosas juntas las que terminan de construir el papel.

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