Por Javier Barbero
A veces no sabemos qué hacer ante determinadas situaciones. Si quedarnos o irnos. Si aguantar o no. Si tratar de cambiar las cosas o dejar que las cosas nos cambien a nosotros. Si resignarnos o mantenernos con la esperanza de que en algún momento todo sea distinto.
Cuando en mis clientes surgen estas situaciones, como coach suelo mostrarles que existen al menos tres posibilidades para evaluar lo que están viviendo.
Primero les invito a responder esta pregunta: ¿No te dejan ir?
A veces —las menos— nos quedamos porque estamos atrapados por la palabra que alguna vez empeñamos, por la lealtad hacia alguien a quien no queremos fallar, por el qué dirán, o porque otros dependen exclusivamente de nosotros en alguna necesidad básica.
Después, mi pregunta es: ¿No te gusta y elegís quedarte?
A veces, no estando cómodos o conformes, la opción es quedarnos igual. Hay muchas situaciones en donde a pesar de “no hallarnos”, nos quedamos porque entendemos que esa sensación de desagrado es parte del paquete de estar, pertenecer o participar. A veces sabemos que el malestar o el día nublado pasará porque es transitorio y entonces nos quedamos. A veces evaluamos qué más ganamos quedándonos y es inteligente aprender a convivir con lo que no nos gusta como parte del pack.
La tercera pregunta, entonces, es la siguiente: ¿No te gusta y elegís irte?
Y aquí mi cliente puede mirar si el quedarse y aguantar ya rebasó el límite de su suficiencia. Aquí evalúa los riesgos del permanecer en función de su dignidad, de la integridad de sus valores, de su salud, de su bienestar. Y puede que elija salir, marcharse, declarar ¡basta!, porque sencillamente ni su corazón, ni su cuerpo, ni su mente “se hallan” ya en esa situación.
Son tres preguntas:
¿No me dejan ir?
¿No me gusta y aun así pago el precio porque elijo quedarme?
¿No me gusta y entonces elijo irme, salir de aquí, recuperar mi libertad para elegir estar en otros sitios, en otra relación y en otras posibilidades?