La desaparición física de la Reina del Soul dejó una profunda tristeza en quienes encontraron un refugio en su música. ¿Por qué su legado es memorable para todos?

Por: Micaela Cattáneo

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Cuando el pasado 16 de agosto se confirmó la muerte de Aretha Franklin, el mundo se detuvo por unos segundos. Paró como cuando una llamada se corta en el punto más álgido de la conversación, como cuando la única luz encendida en medio de la oscuridad se apaga y no vuelve más. Su voz ya no se oye del otro lado del teléfono, su presencia ya no ilumina los espacios más sombríos. Por eso el mundo debía detenerse por un instante, porque sin ella, no sería el mismo.

La Reina del Soul fue música en cuerpo y alma. Y es que sus canciones se hacían revolución en cada movimiento, en cada gesto. Pero aquel encanto artístico siempre estuvo acompañado por algo aún más grande: su voz. Este talento, su talento, nacía desde lo más profundo de su corazón, y viajaba distancias inexploradas para alcanzar los de otros, los de sus eternos seguidores.

Sobre el escenario era invencible, aunque en la vida misma no corría con esa suerte. Tuvo muchos problemas, pero ninguno de ellos la ahogaron por completo. La música la salvaba, la llevaba de nuevo a la superficie. Y ahí, emergía hecha arte, hecha canción. Y así componía su historia, una que desde el día en que nació, tuvo mucho que contar.

Quizás no es casualidad que haya nacido en la musical Memphis. Quizás estaba en su destino ser una de las cantantes más influyentes de todos los tiempos. Quizás “los quizás” no sean tan necesarios para analizar su vida, ya que en ella todo fue real: la muerte de su madre, su embarazo adolescente, sus divorcios, sus problemas de salud; pero así también su mérito al ser la primera mujer que ingresó al Rock and Roll Hall of Fame, sus 18 Premios Grammy y su logro al convertirse en Doctora Honoraria de las Artes, por la Universidad Harvard.

Su primera escuela fue el góspel. Su padre, quien fuera pastor de iglesia, la empapó con este género. Los domingos de mañana, Aretha se encontraba con su artista interior, con aquella que tenía tanto que decir, tanto que cantar. Pero a su verdadera intérprete la encontró mucho tiempo después, una vez que se mostró independiente a los gustos de su progenitor.

Los 60 fueron años claves para formar su identidad, para romper esquemas y transformar su música en algo más que espiritualidad. Tenía carisma y talento, necesitaba sólo de un micrófono para hacer estallar eso que vestía por dentro. Durante esa década, los sonidos afros de Franklin, los que la conectaban a sus raíces, se apropiaron del universo pop. No era lo que más deseaba, pero de alguna forma tenía que hacerse notar.

El jazz y el rhythm and blues, con el pasar de los años, tomaron otra dimensión en su voz. Y aunque la impulsaron a despertarse, no la definieron por completo. Su alma reclamaba ritmo, vitalidad y color. Y el soul era el camino perfecto para conseguir todo eso, y más.

Respect llegó al poco tiempo de su inmersión a los tonos ágiles del género. Este tema, el cual se convirtió en respuesta automática cada vez que alguien la nombra, no era de su autoría. Pertenecía al cantante Otis Redding. Pero sería Aretha quien lo elevaría a niveles poco frecuentes, quien lo convertiría en un himno inmortal, en una postura política que exigía lo que hacía falta: respeto.

La lucha por los otros

Aretha Franklin fue la salida de emergencia de un pueblo que no quería sufrir más. Fue contracultura, defensa de derechos civiles y abrazo para los más débiles. Fue humanidad y sororidad, cuando el mundo no tenía intenciones de entender estas palabras. Fue lo que quiso ser, pese a sus aciertos y desaciertos, a sus errores y decisiones correctas.

Simplemente, fue.

Esa sensación que creó en su público fue descrita, en una ocasión, por Barack Obama: "Nadie encarna más plenamente la conexión entre el espíritu afroestadounidense, el blues, el R&B, el rock and roll, la forma en que las penurias y el sufrimiento se transformaron en algo de belleza y esperanza".

Con su música, Aretha emocionó, inspiró y unió, en tiempos donde todo era desigualdad y discriminación, división y falta de empatía. Sus altibajos, en su vida personal y en su carrera, no la detuvieron “así nomás”. El escenario la hacía fuerte, la empoderaba. Y lo transmitía de tal manera que quién la escuchara, pudiera sentirse de la misma forma.

Su vigor se fue desdibujando con el paso del tiempo. ¿El culpable? Un cáncer de páncreas que la mantuvo en silencio hasta sus últimos días. Desde aquel 16 de agosto, ni Think, ni Natural Woman, ni I Say a Little Prayer girarán en un tocadiscos de la misma manera. Pero aún así, estas y otras canciones se reinventarán, porque ella así lo creía: “El alma es una constante. Es cultural. Siempre va a estar ahí, en diferentes sabores y grados”.

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