Este atractivo turístico de Paraguarí es la escapada ideal de un día, sobre todo, para quienes no tienen planes en Semana Santa. El destino más visitado del país, en esta crónica sin desperdicios.

Por: Micaela Cattáneo
Fotos: Pánfilo Leguizamón
Desde hace tiempo escucho decir que el Salto Cristal es el más hermoso del país. De hecho, siempre que Google me acompaña en la búsqueda de información sobre el destino, la frase “sus más de 50 metros de caída enamoran” es un infaltable en cualquier página local de viajes. Pero, ¿qué es lo que lo hace tan especial?, ¿por qué los turistas hacen tan buenas referencias de este lugar?
Las fotos del Salto —que inundan internet— motivaron a que en cuestión de segundos, mi curiosidad se convierta en una visita (ya no sólo virtual) al destino turístico, claro, teniendo en cuenta siempre el detalle que podría definirlo todo: el inicio del otoño estaba a la vuelta de la esquina; cinco días faltaban para que el verano empaque sus valijas y espere, de nuevo, su turno hasta la próxima temporada.
Por suerte, la lluvia del día anterior a la salida fue sólo un enojo temporal de la estación, que a la puesta del sol, ya se mostraba diferente. En esto de los viajes al interior del país, el clima es un detalle súperimportante, sobre todo cuando sabés que para llegar al destino hay que aventurarse por un largo camino de tierra y que un trayecto húmedo podría significar una vuelta a casa.
Desde Asunción, el Salto Cristal se encuentra a 3 horas, aproximadamente. Son alrededor de 160 kilómetros los que hay que recorrer para llegar a este atractivo ubicado en La Colmena, de Paraguarí. Con el equipo de la revista, tomamos un camino relativamente más rápido, el de la ruta que une Nueva Italia con Carapeguá y, Carapeguá con Acahay. Lo cierto es que la estrategia no sirvió de mucho, cuando –por una confusión– terminamos parando primero en el Parque Nacional Ybycuí.
Resulta ser que, en este parque, hay un salto que llevaba el mismísimo nombre. Pero ese Salto Cristal ahora es conocido como Salto Minas. Son muy diferentes el uno del otro, pero aún así igual de lindos. ¿La recomendación? Si van por la ruta Carapeguá-Acahay, deben estar atentos al cartel que describe los 21 kilómetros faltantes desde el desvío que dirige a La Colmena. Desde acá, el “¿estamos cerca?” empieza a tener respuestas afirmativas.
Cuando el vehículo en el que nos trasladábamos alcanzó el letrero de bienvenida de la primera colonia japonesa del país, el mapa indicó que el siguiente giro estaba cerca: 15 de mayo, la ruta que conecta al distrito con Tebicuarymí. Con el móvil en marcha, a los 1.000 metros, un pequeño cartel de color verde se dejaba ver con lo que queríamos leer: “Salto Cristal, a 15 kilómetros”. La aventura recién arrancaba.
Ese último tramo fue una total travesía por suelos firmes y borrascosos; caminos de tierra, empedrados y, sorprendentemente, pavimentados. A mitad del trayecto es común encontrarse con uno, dos o hasta tres tractores recolectores de caña de azúcar, a los que hay que dar paso, debido a lo angosto que –por momentos– se vuelve el trecho. Es curioso también, cómo los paisajes verdes son interrumpidos a cada tanto por los vivos colores de las casitas que acompañan la primera distancia hacia el salto.
El primer indicador de que la caída de agua cristalina está un poco más cerca de lo que se piensa, aparece cuando se ve la caseta del guardia que cuida la propiedad privada. Un portón de madera abre paso a las hectáreas que, finalmente, llevarán al punto final: el tan esperado Salto Cristal.
Desde la ventanilla del auto, el panorama es inmejorable. Mientras la señal de internet queda suelta por el camino, los terrenos próximos a convertirse en cosechas reemplazan cualquier asunto pendiente en el celular. Es normal que la ansiedad empiece a hacer de las suyas, pero para eso pueden activar el GPS e ir restando las distancias recorridas.
A ratos, esos 15 kilómetros del cartel inicial parecen duplicarse, pero no hay espectáculo natural que no lo solucione. A medida que los “¡ya estás llegando!” salen de sus escondites, una serie de eucaliptos redobla la apuesta para convertir ese paisaje, en el preferido del camino. Es más, viéndolos desde lejos, es posible compararlos con una postal de pinos de un país nórdico.
La llegada al destino turístico queda registrada por un letrero que provoca risas genuinas, pero que explica la confusión expuesta más arriba: “Bienvenidos al verdadero Salto Cristal”. Al entrar se paga G. 20.000, y hasta se puede ingresar con el vehículo unos 500 metros más, antes de hacer el cruce definitivo al salto. Un dato: hay baños en la casilla de la entrada y en el predio donde se estacionan los vehículos, luego de esos 500 metros.
Aventura de gran altura
Hay dos formas de descubrir el Salto Cristal. Primero, desde el barranco, siguiendo al cartel amarillo que indica “Aquí, el salto desde arriba” o, segundo, eligiendo la opción más buscada con el letrero del mismo color que sella “Aquí, el salto de frente”. La historia que continúa, evidenciará nuestra preferencia.
A decir verdad, el descenso no fue tan extenuante como lo imaginábamos. Sí, es una pendiente de 110 metros de alto, pero ahora que hay una escalera de madera que cubre esos desniveles, bajar es más sencillo. Antes, los visitantes debían descender sosteniéndose de las ramas y pisando con firmeza las piedras e, incluso, hasta ahora puede verse en los costados, los restos de los escalones, que hace dos años, servían de puente para llegar hasta el salto.
De todas formas, hay que bajar con cuidado esos 110 metros, porque la longitud de los escalones varía. ¿Un consejo? Aprovechar los tres descansos que tiene la escalinata. Una vez completa la experiencia, continuar caminando entre las piedras y el agua. Entenderán por qué es mejor pisar con los pies descalzos o con un calzado deportivo que no deslice, resbalarse podría convertirles en el futuro meme de sus grupos de Whatsapp.
No se desanimen si, al bajar, no encuentran el salto que esperaban. Hay una caída escondida en la primera escena, pero si leen bien los carteles, verán que a cinco metros de donde están, aparece el siguiente cruce, ahora sí, el definitivo. Es más, usen al sonido del cauce como guía y creen su propia película de expedición; una que está por llegar a la parte más interesante.
Sin presentación alguna, los 59 metros de altura que respaldan la caída de agua más fresca y enérgica del país, están ante sus ojos. Es imposible no recorrerla con la vista, de punta a punta. De hecho, se vuelve aún más grandiosa cuando se la explora de cerca; cuando el agua termina su ciclo y cae en esa profunda piscina de 17 metros.
Para nadar en ella hay que alquilar el servicio de un salvavidas (G. 10.000) en la entrada, porque está prohibido meterse sin protección alguna. Los fines de semana, los visitantes se animan a más que sólo nadar y prueban las actividades que ofrece el lugar, entre ellas rápel sobre el salto, paseos en kayak por el arroyo y buceo. Asimismo, se puede acampar en el predio (G. 40.000), llevar alimentos o, directamente, comprar del menú que disponen ahí.
Una sugerencia: evitar cargarse con cosas innecesarias y no olvidar la cámara de fotos, porque las instantáneas frente al Salto Cristal conformarán el final feliz de un día para recordar siempre. Contacto: (0971) 674-575.

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