Por: Javier Barbero
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El ser humano comete muchos errores, errores que se producen precisamente para ayudarnos a sacar a la luz, la perfección que todos llevamos dentro. Esto significa que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos equivocado.
La correcta manera de actuar ante estos casos implica, en primer lugar, reconocer que la forma en que hemos actuado generó un perjuicio.
Siempre será necesario reconocer los errores y ofrecer una disculpa a quien recibió el impacto, así como tener el coraje y enfrentarse a la realidad. Cuando uno pide perdón, abre su corazón y enfoca su mente en mejorar las cosas, en sanar heridas y en remediar lo sucedido. La importancia radica en la confianza que tengamos al decirlo y sentirlo de verdad.
Una vez que reconocemos el error y nos arrepentimos de haberlo cometido, pedir perdón nos ayuda a liberarnos de la carga energética. También ayuda muchísimo darnos el perdón a nosotros mismos.
Al decir "perdoname" con convicción y demostrando que fuimos capaces de notar el error, damos cuenta de que en realidad estamos preocupados por esa persona y queremos su felicidad. Sin embargo, a veces existen ocasiones, o personas que piden perdón como si se tratase de una simple frase, pronunciándola, pero sin entender realmente su significado. Piden perdón para evitar el drama o para mostrar una cara falsa, pero siguen cometiendo el mismo error y haciendo daño. No se dan cuenta, o no quieren hacerlo, de que una herida profunda no se calma con un parche, que no es posible tapar el sol con un dedo, pues es más grande y necesita mucho más.
Para pedir perdón necesitás poner más de tu parte, sentir de verdad que querés que esa persona te perdone; que realmente signifique algo para vos y no sea una palabra que sólo toca tus labios y se la lleva el viento.
Equivocarse es de humanos, pero pedir perdón por ello denota fuerza y coraje.