Empezó en las clases de Olga Blinder y desde ahí no paró. El arte se fusionó con la arquitectura, y se escurrió en la docencia y la investigación. El director del Instituto Superior del Arte (ISA) revela su mayor inquietud a lo largo de su trayectoria: la naturaleza.
Por: Jazmín Gómez Fleitas
Fotos: Gentileza y Néstor Soto
Dicen que nunca es tarde para hacer lo que nos gusta. Cuando William Paats ingresó por primera vez a los talleres de arte de Olga Blinder, tenía 30 años. “Ya me había recibido de la facultad, trabajaba e incluso me había casado. En 1987 empecé con las clases y ese mismo año expuse, pero el arte me gusta de toda la vida”.
Su primer atisbo hacia ello fue cuando tenía tres años y hacía animalitos de las cáscaras de los caramelos brillantes. “Tenían pliegues y ya de adulto me di cuenta que se parecían al origami. En ese entonces no tenía idea de ello -ríe-. Fue mi primera aproximación al arte, a despertar esa curiosidad”, destaca.
Entre los cinco y los seis años tuvo hepatitis y recibió una de las peores sentencias para un niño: quedarse acostado durante 40 días. Entre su madre -que era maestra- y su tía -modista- idearon una distracción para entretenerlo. Unos cartones perforados por donde William tenía que pasar la aguja con hilo. Sin saberlo, estaba afinando su motricidad para realizar trazos.
El dibujo se robó su atención años después. Dibujaba lo que veía, hojas, flores, árboles. Era muy curioso y eso hacía que se fijara en casi todas las cosas. El dibujo también fue decisivo para que escogiera la carrera de Arquitectura en la UNA y, luego, las clases en los talleres de Olga Blinder (1921-2008). “Creo que uno nace con una inquietud hacia algo, y luego depende de nosotros desarrollarlo. En la facultad, así como con mi maestra, pude sistematizar mi formación”.
Una vez allí, comenzó pintando figuras humanas, luego collages de otras imágenes y así hasta llegar a espacios ambiguos, espacios que parecían no tener límites. “Luego pasé a intervenir o manipular ese espacio. Esa es la manera en la que se da mi conjunción de la arquitectura con el arte: primero represento, luego manipulo y, finalmentte, intervengo”. En las instalaciones que realiza, las obras que le dieron gran destaque internacional, ubica un objeto que necesita su espacio propio y uno tiene que rodearlo, observarlo, para comprender de qué esta hablando ese objeto en ese lugar.
En sus instalaciones se volcó de lleno a la naturaleza. La primera se llamó Irreversible (2006) y mediante una instalación de 20 metros de largo por dos de ancho, habló sobre la deforestación. Los árboles convertidos en carbón y, al lado, el desierto. “Me preguntaba por qué significaba tanto para mí y por qué tuvo tanto alcance. La expuse en siete países y no dejaba de pensar en ello”.
William encontró la respuesta en las memorias de su infancia, cuando de chico jugaban cerca de un lugar donde descansaban los grandes rollos que luego retiraban los aserraderos para hacer la madera. De cuando veía que pasaban camiones que levaban madera a diario, cinco veces al día o más. “Cuando vivía ahí habían 105 talleres de aserraderos de madera. Hoy, sólo hay una laminadora, la cual se encarga de pegar todas las astillas que quedan. Me di cuenta que esa obra era la síntesis de mi vida”.
Y una cosa llevó a la otra. Luego de exponer Irreversible en la Bienal de Venecia en el 2007, hubo una quemazón muy grande en el departamento de San Pedro. “Las imágenes eran impactantes. Las conseguí del canal que cubrió y realicé un video con ellas, le puse Réquiem, por los muertos, y le agregué música de Mozart. Trato de apelar a todos los sentidos, a la simbología que guarda relación entre sí para guiarte al concepto”.
En el 2013 realizó una instalación lumínoco-sonora, Sete Quedas, en alusión a los siete saltos del Guairá que desaparecieron para que se construyera Itaipú. “Si bien Itaipú nos da energía, se tuvieron que perder siete cascadas por problemas políticos de tierra. Unos saltos que muchos ni recuerdan. Para hablar sobre ello usé siete paneles led, espejos en el piso y el potente rugir de una cascada”.
Paats aclara que él no es ecologista pero que desde el lugar donde está, y con el lenguaje que puede manejar, le interesa invitar a la toma de conciencia sobre la importancia de la preservación y “reflexionar hacia dónde vamos si continuamos así. Es lo que últimamente estoy desarrollando al enfocarme en la naturaleza”.
Además, por la parte investigativa, cuenta con un Máster en Investigación en Artes Visuales y es coordinador del Grupo de Estudios sobre Arte Público en Latinoamerica, por Paraguay (con siglas GEAP). Al respecto, publicó un material acerca de los monumentos al Soldado Desconocido que existen en el país y su relación en el imaginario nacional en el 2013.
También sacó una Guía de las Artes Visuales del Paraguay 1811-2011, en coautoría con Amalia Ruiz Díaz y Carlos Sosa, sobre todos los artistas, instituciones, galerías y centros culturales que surgieron en ese período. Y uno más reciente, que está esperando ir a imprenta, es sobre los monumentos en Paraguay, comenzando por Asunción. Una clasificación según tipo: busto, monolito, etc. “Hay muy poca apreciación a la escultura en el país, y la mayoría de los monumentos no son desde una mirada estética, son para recordar a héroes o próceres”.
En estos 30 años, nunca tiró ningún boceto suyo, destaca que todo sirve después para dar pie a alguna obra. Y aunque empezó un poco tarde -en sus palabras- destaca que nunca lo es si se trata de seguir algo que nos gusta como proyecto de vida y que nunca se debe abandonar lo que se quiere. De las frases que atesora, sobresale una de su mentora: “La pólvora ya la inventaron los chinos”, haciendo alusión a que en el arte ya todo está dicho, ahora queda reinventar. “De ella también aprendí que si el alumno es mejor que el maestro, se hicieron bien las cosas. Es lo que tratamos de hacer en el ISA”.
Discurrir: exposición para celebrar
La muestra no tiene un sentido retrospectivo, sino de celebración. En ella, William expondrá sus obras más emblemáticas pero también exhibirá otras inéditas. “Voy a mostrar cosas que realicé en estos 30 años pero que nunca se vieron. Cuadros, intervenciones. Tengo una serie de autorretratos, porque parece que un artista no puede estar ajeno a ello -ríe-. También unos libritos de artistas que intervengo con dibujos, pintura. Una suma de diferentes momentos míos plasmados en diversas obras”. Se inaugura el jueves 10 de agosto en la Casa Castelví de La Manzana de la Rivera a las 19:30 y estará habilitada hasta el 24 de agosto.