Por: Javier Barbero
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La ternura es la expresión más serena, bella y firme del amor. Gracias a ella, toda relación deviene más profunda y duradera porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté bien.
La ternura encuentra también un espacio para desarrollar su extraordinario valor en los momentos difíciles. Expresar el afecto, saber escuchar, comprender, acariciar, cultivar el detalle, acompañar, estar física y anímicamente en el momento adecuado; son actos de entrega cargados de significado. Y es que en el amor no hay nada pequeño. Esperar las grandes ocasiones para expresar la ternura nos lleva a perder las mejores oportunidades que nos brinda lo cotidiano para hacer saber al ser amado cuán importante es para nosotros su existencia, su presencia, su compañía.
Es el respeto, el reconocimiento y el cariño expresado en la caricia, en el detalle sutil, en el regalo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo entregado y sincero. Gracias a la ternura, las relaciones afectivas crean las raíces del vínculo, del respeto, de la consideración.
La ternura expresa además la calidad de una relación. Sexo con ternura es expresión del amor; sin ternura, una relación basada en la sexualidad y condenada a la ruptura. Porque aunque pueda haber intensidad sensorial en el intercambio físico, sin ternura se produce una relación que se encierra en la búsqueda del propio placer y hace del otro un objeto de satisfacción y nada más.
El neurólogo Robert K. Cooper, en su libro El otro 90 por ciento, expresa que el corazón tiene cerebro. Un cerebro constituido por más de 40.000 células nerviosas unidas a una compleja red de neurotransmisores. Al parecer, actúa independientemente, aprende, recuerda y tiene pautas propias de respuesta a la vida. Lo interesante, además, es que dispone de habilidades hasta ahora intuidas, pero todavía no demostradas científicamente. Las corazonadas, la ternura, las fuertes intuiciones que se revelan como realidades ciertas, se generan en el corazón.
Dice el psicólogo Jacques Salomé que para nacer "la ternura necesita del silencio".
Dice Julio Olalla: "La ternura es un regalo que nos han hecho los dioses. Es un soplo vital, una manifestación de nuestra mutua permanencia. Es una ofrenda, un don, una luz maravillosa en medio del misterio de la vida".