Cuando se encuentra propósito, todo cobra sentido. Y la música puede ser la vía para descubrirlo. Sonidos de la Tierra cumple 15 años este mes y, en ese tiempo, acompañó a niños y adolescentes a cambiar su historia, y a adultos a cambiar su mirada ante las posibilidades de la vida.
Por: Jazmín Gómez Fleitas
Fotos: Gentileza
En el 2002, el Maestro Luis Szarán fundó Sonidos de la Tierracon el apoyo de la fundación Avina, un programa que comenzó en 18 pueblos del país abriendo escuelas de música que fueron formando orquestas; todo esto inspirado en el modelo de comunicación de las antiguas reducciones jesuíticas.
Director de la Orquesta Sinfónica Nacional de la Ciudad de Asunción desde 1990 (sucediendo a Florentín Giménez) hasta la actualidad, y autor de libros sobre investigación musical en el Paraguay con especial énfasis en la historia musical de las reducciones jesuíticas, ¿por qué empezó un programa para enseñar música en lugares de escasos recursos a lo ancho del país?
“Cuando era niño y tenía ocho años, vino a mi colegio Cayo Sila Godoy y nos dio un concierto. Me volví loco con todo aquel maravilloso mundo que salía de ese pedazo de madera con una cuantas cuerdas. Volví a mi casa, le abracé a mi mamá y le dije: ‘Ya sé lo que quiero ser en mi vida’. Ella, emocionada, me preguntó: ‘¿Qué te gustaría ser?’ Y le dije: ‘Músico’. Ella me miró fuerte a los ojos y me dijo: ‘Estás completamente loco’. Tomé clases gracias a manos anónimas, obtuve una beca y, a partir de ahí, lo pude hacer realidad. Después de poder realizar una carrera profesional en lo que amaba me puse a reflexionar sobre lo que había vivido y de alguna manera me di cuenta que tenía que compartir todo lo aprendido”.
Sonidos de la Tierra llegó a 212 comunidades de 16 departamentos del país. Fueron parte del programa un aproximado de 18.000 niños y jóvenes que vivieron la experiencia transformadora del arte y el desarrollo comunitario. Todas las comunidades integran la red social y física de Sonidos de la Tierra. “Se sustenta con el apoyo de numerosas organizaciones, instituciones y empresas, entre ellas, la Fundación Itaú de manera sostenida hace ya unos cuantos años. Además, que no sería posible sin las Comisiones de Apoyo, integradas por los padres y voluntarios responsables de las escuelas de música comunitarias, que son los organizadores y administradores del programa, incluso creadores de las oportunidades para que siga desarrollándose, ya que van generando recursos para su sostenimiento a largo plazo”, explica Szaran.
Sonidos de la Tierra organiza a todas esas comunidades en orquestas temáticas que impulsan espacios de crecimiento profesional y laboral para los músicos. Ellas son: H20 con el lema “Conciencia hecha música para el cuidado del agua” y bajo la dirección de William Aguayo; la Orquesta Académica Sonidos de la Tierra “Integración de jóvenes talentos de la Red Sonidos de la Tierra”, bajo la dirección de Elio Fleitas; Arpas Paraguayas de Sonidos de la Tierra “Identidad Cultural” y bajo la dirección de Martín Portillo, y la Camerata FEM de Sonidos de la Tierra “Promoción de la participación de la mujer en la música”, bajo la dirección de Marta Medina.
Historias para contar
Para ingresar al programa de Sonidos no existe límite de edad. “El programa está abierto a todos. Hay niños a partir de 6 o 7 años, otros en su mayoría adolescentes e incluso madres, padres y abuelitos quienes también desean realizar sus sueños”, señala el Maestro.
El director de la Orquesta H2O, Orquesta Filármonica de Caacupé y Asistente de Dirección de la Orquesta Sinfónica Nacional, William David Aguayo (33) ingresó al programa por un amigo que se lo comentó y desde el inicio mismo en el 2002, nunca más lo abandonó.
“Desde un inicio sentí que había encontrado mi lugar en el mundo. Me alentaron mucho pero, a la vez, también me incentivaron a que lo tome con mucha responsabilidad. Me ayudaba a formar una autoestima sana, a tener valores. Creo que es un proyecto transformador porque en esencia da voz a niños y niñas del país y, detrás de ellos, a sus comunidades”, relata William.
Por su parte, Dulce Acosta Faranda (26) vivía de pequeña en Paraguarí y el programa llegó al conservatorio donde asistía. Decidió continuar en él cuando, luego de participar en su primer seminario como arpista en la ciudad de Fran en el 2003, pudo ver y sentir lo que era una orquesta sinfónica y quiso ser parte. “Sin duda la vida tiene maneras de mostrarnos lo que queremos, y eso era lo que yo anhelaba”, destaca Dulce.
Así como William, ella está casi desde el inicio mismo del programa, hace 14 años. Destaca que la música le dio la posibilidad de soñar. “Gracias a la música tengo mis mejores memorias. Recuerdo que una vez estaba dando clases en la facultad cuando me llega un mensaje de que estaría rumbo a los American Music Awards ¡para tocar en la alfombra roja de Los Ángeles, en Estados Unidos! Así también cuando viajé a Europa para una gira de conciertos en el 2015, y dentro de ella tocamos en Austria para un grupo de refugiados sirios que acaba de llegar a la ciudad. Nosotros estábamos haciendo música y regalando el sonido de la paz a esas personas que escaparon del sonido de la guerra. Es un lenguaje universal que une personas, crea lazos de amistad y te llena de amor y ganas de seguir soñando”.
Agrega que la música moldeó su vida. “Me moldeó como persona. Siempre pienso que sería una persona totalmente diferente si no hubiera conocido la música. Me mostró lo que quiero ser y a dónde quiero llegar. El programa sigue cambiando vidas y estoy agradecida de corazón a todas las personas que nos dieron todas estas oportunidades”, expresa con emoción.
En estos 15 años de aventuras y sueños vividos, el Maestro Luis Szarán contesta: “Creo que el secreto para haber visto cambios de conducta en la vida de los participantes del programa es que se los acompaña, se alienta sus sueños y esperanzas. El valor más profundo que tienen es creer en su potencial, creer que son capaces de conquistar el mundo y que, si trabajan de forma organizada y con disciplina, pueden llegar al sitio más lejano o elevado que tengan en su mente”.