Un equipo de La Nación/Nación Media visitó el parque nacional lago Ypoá bajo la guía del profesor Herminio Morínigo, poblador de la compañía Achotei del distrito de Quiindy, departamento de Paraguarí, que en este viaje nos conduce a través de un santuario de la naturaleza sobre el cual existe la errónea creencia de que, por ser de difícil acceso, se encuentra más protegido.
Por Paulo César López y Jorge Jara
La soleada mañana se trocó progresivamente en un cielo poblado de nubes amenazantes a medida que abandonábamos Central para adentrarnos al noveno departamento. A la altura del kilómetro 110 de la Ruta PY01 tomamos el desvío a Valle Apu’a, un accidentado camino de tierra que se encontraba anegado en varios tramos.
Luego de unos 30 km llegamos a la vivienda del profesor y técnico pedagógico de la supervisión local Herminio Morínigo, quien sería nuestro guía. El hombre, de unos 50 años, es un entusiasta poblador de la zona y protector del lugar que realiza visitas guiadas en canoa y lancha a las islas que conforman el entorno del lago.
El camino al lugar es arduo y dificultoso, por lo que se recomienda visitarlo con un baqueano para no extraviarse en los caminos vecinales, que en algunos tramos están casi totalmente cubiertos por la vegetación.
Lo que prometía ser un día ideal se había convertido repentinamente en una amenaza cada vez más cierta de tormenta. Las olas chocaban con fuerza contra la playa. El agua se alborotaba cada vez más por efecto de los vientos.
ÁREA PROTEGIDA
El imponente complejo acuático está ubicado en el centro oeste del país, entre los departamentos Central, Paraguarí y Ñeembucú. Forma parte del parque nacional Lago Ypoá, que tiene una extensión de 119.000 hectáreas, y fue declarada reserva para parque nacional por el Decreto Nº 13.681 de 1992 y área silvestre protegida por la Ley Nº 5859 de 2017. El lago está rodeado por el planalto del Ybycuí y tiene en promedio 1,40 metros de profundidad, pero en la parte más honda llega hasta los 3 metros. El complejo abarca el área comprendida por el lago Ypoá, las lagunas Cabral, Vera, Parana-mi y sus esteros adyacentes con la categoría de reserva de recursos manejados.
El estudio titulado “Dinámica de los embalsados y tendencias” –elaborado por Fátima Mereles y Danilo Salas, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)– precisa que este complejo está conformado por tres lagunas –Cabral, Vera y el lago Ypoá–, “que se suponen son una sola, separadas por grandes masas de embalsados. Se denominan embalsados a un conjunto de vegetación acuático-palustre que se encuentra arraigada a un sustrato o suelo, el que a su vez, en la mayoría de los casos, flota sobre el agua en general con escasa o ninguna corriente o cuando la misma va perdiendo velocidad a medida que se acerca a su destino final (desembocadura), como es el caso de los que se encuentran en los deltas fluviales”.
Inicialmente, el complejo acuático era uno solo, pero a raíz de la “geomorfología y la escasa profundidad, la procedencia de los vientos más intensos y, por sobre todo, la descarga de las aguas del lago hacia su inclinación natural, el río Paraguay, sin que haya una diferencia tan pronunciada de nivel, podrían ser razones separadas o conjuntas que influyeron sobre el desarrollo de los embalsados”, exponen los autores.
AMENAZAS
Don Herminio relata que debido a la tierra pantanosa no apta para la agricultura la principal actividad productiva de las fincas y estancias de la zona es la ganadería. Esto ha provocado que grandes parcelas de bosques hayan sido convertidas en pasturas para el engorde de los animales. Otra amenaza contra la biodiversidad del lugar es la cacería furtiva de especies como los ciervos, yacarés y carpinchos, así como el vertido de desechos industriales, como se ha corroborado en el caso de curtiembres ubicadas en la ciudad de Carapeguá, que contaminaban las aguas del lago a través del arroyo Caañabé. También se ha constatado la mortandad de animales.
A pesar de la declaración de área protegida, no hay guardaparques que custodien el sitio. El olvido, pues, tampoco es propicio para la conservación. Esta ausencia del Estado es suplida en parte con las periódicas incursiones de los lugareños para limpiar los caminos y recoger los residuos dejados tanto por los visitantes ocasionales como por los pescadores habituales.
“Lo mitã ohose la lugar ipotîháme, pero la ohohápe omongy’apa hikuái. Mandamos poner letreros, basureros, asientos, parrillitas. Lo mísmonte oipe’apa hikuái”, se lamenta.
Por ello, su pedido a los visitantes es cuidar el espacio, no dejar sus desperdicios en el lugar y enfatiza que la caza está prohibida.
ARQUEOLOGÍA
Morínigo cuenta que nació en la isla conocida como Pa’i Kue, bautizada así debido a que antes de la Guerra Guasu allí residía un cura. Las historias sobre la contienda son abundantes, así como sobre hallazgos de plata yvyguy.
En el lugar también fueron encontrados restos de cerámica con grabados cuya datación fue establecida en 4.000 años de antigüedad y que corresponderían a los sambaquí, un pueblo preguaranítico, nos explicó la historiadora Margarita Miró. En excavaciones arqueológicas posteriores se encontraron más muestras de material cocido, así como restos óseos.
GENIO TUTELAR
“Ndokymo’ái kóa”, nos asegura para intentar tranquilizarnos mientras el bote se tambalea por la fuerza del oleaje. Bajamos al muelle de la isla más grande, que acusaba rastros de que un animal había sido carneado recientemente. Luego, mientras nos dirigíamos a la isla Valdez, de unas cuatro hectáreas de extensión, los nubarrones ya se habían cernido completamente a nuestro alrededor.
Las versiones que tratan de explicar racionalmente los relatos sobre avistamientos de seres extraños señalan que podría tratarse de un manatí, una especie de vaca acuática, e incluso por las “características del lugar podrían haber sobrevivido varios animales prehistóricos, que se adecuaron al ambiente, como sucedió en otras partes del planeta”, sostiene Miró.
De pronto nuestro guía cambia el pronóstico del clima. “Kóa oĝuahêta”, dice respecto al temporal que en principio parecía haberse detenido hacia el sur. Poco antes de llegar a la conocida como isla flotante torcimos de rumbo para bordearla y evitar cruzar por el centro del lago cuando la lluvia ya se estaba largando sobre nosotros. Los intermitentes círculos luminosos y tronantes de los relámpagos y truenos se alzaban hostiles a nuestro alrededor.
El mito del Ypóra dice que este vive oculto en la isla Valdez y que no es posible llegar a ella fácilmente, pues agita las aguas generando un fuerte torbellino de agua con el fin de disuadir a los intrusos que buscan profanar sus secretos.
Finalmente, tras una sucesión de desventuras y una vez seguros en la costa, la lluvia cesó de súbito así como había empezado, por lo que pudimos al fin emprender el camino de regreso. El sol empezó a destellar trazando un arcoíris en el horizonte. Misterios del lago Ypoá.