¿El ser humano dejó ya una huella geológica indeleble en el planeta? Un grupo de científicos, que investiga el tema desde 2009, llegó a esa conclusión e indicará el martes el lugar que mejor ilustra esa transformación, definida como la época del Antropoceno.

Los integrantes del grupo, básicamente geólogos, expondrán sus conclusiones a partir de las 17:00 GMT en conferencias científicas en las ciudades de Lila (norte de Francia) y Berlín, con la expectativa, nada fácil, de convencer a sus pares.

En su opinión, la actividad humana ha llevado al planeta a abandonar la estabilidad de la época del Holoceno, que comenzó hace 11.700 años, cuando terminó la última glaciación. Esta nueva época se anuncia en principio poco entusiasmante, pues habla de un mundo que se está calentando, con sistemas de soporte vital que están fallando.

La Gran Aceleración

El concepto de “época de los humanos” fue propuesto por primera vez en 2002 por el Nobel de Química Paul Crutzen, que estimó que podía aplicarse desde mediados del siglo XX. Coincide con el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero, la contaminación por microplásticos, los residuos radiactivos de los ensayos nucleares y otra docena de marcadores de la creciente influencia de nuestra especie en el planeta.

Los científicos lo llaman la Gran Aceleración. Ese fenómeno provoca a su vez sedimentos, detectables en el fondo de un lago, arrecifes de coral, núcleos de hielo o cualquier otro depósito geológico. Los expertos han seleccionado nueve sitios, tres de los cuales estarían situados en China, Canadá y Japón.

El fruto de la larga labor del grupo de científicos debe ser validado luego por un grupo de científicos en la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS) y finalmente por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS). Las posibilidades de que eso suceda son escasas, según casi todos los involucrados.

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Los expertos no se ponen de acuerdo sobre si la huella geológica de la humanidad merece una nueva entrada en la Carta Cronoestratigráfica Internacional, la línea de tiempo oficial del planeta, que se remonta a 4.500 millones de años. Al mismo tiempo, confirmar el Antropoceno nos obligaría a reflexionar sobre el impacto de la humanidad en su entorno.

Crutzen, que ganó un Nobel por identificar las sustancias químicas creadas por el hombre que destruyen la capa protectora de ozono, esperaba que el concepto y la realidad del Antropoceno fuera un grito de alerta sobre los desafíos que se avecinan.

“Podría significar un cambio de paradigma en el pensamiento científico”, dijo en un simposio en 2011. “Es el reconocimiento de que tenemos puntos de inflexión, de que el Holoceno es el único estado capaz de soportarnos”, dijo a la AFP Johan Rockstrom, director del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático.

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Otros científicos, sin embargo, siguen sin estar convencidos. “Las condiciones que provocaron la glaciación (una docena de miniedades de hielo en el último millón de años) no han cambiado, por lo que podemos esperar que el Holoceno sea simplemente otra etapa interglacial”, considera Phil Gibbard, secretario de la UCI.

El planeta, a su juicio, podría continuar bajo ese patrón durante otros 50 millones de años. En cuanto al Antropoceno, Gibbard ha sugerido llamarlo un “evento” que cubre milenios de alteraciones humanas del medio ambiente. En geología, señaló, un evento puede ser cualquier cosa, desde una gota de lluvia que perfora un trozo de arcilla hasta el Gran Evento de Oxidación que transformó la atmósfera de la Tierra hace unos 2.200 millones de años.

Para Jan Zalasiewicz, un geólogo oficial que aceptó el desafío de liderar el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno, eso no es suficiente. La falta de ratificación formal del concepto, dijo, dejaría la impresión de que las condiciones del Holoceno que permitieron que floreciera la civilización humana todavía están presentes. “Claramente no lo son”, dijo a la AFP. “Me preocupa que la palabra ‘antropoceno’ continúe significando diferentes cosas para diferentes personas. Si es así, perderá su sentido y simplemente se desvanecerá”, comenta.

Las señales del Antropoceno

Los científicos que trabajan desde hace más de una década sobre el Antropoceno escrutan las marcas que el ser humano ha dejado en el planeta, desde los ensayos nucleares hasta los microplásticos. ¿Hay algún lugar en el mundo que no haya sido impactado por la actividad humana?

Jan Zalasiewicz, un geólogo británico al frente del Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno, que entregará sus conclusiones este martes, hace una pausa antes de contestar. “Es difícil pensar en un lugar más remoto” que el glaciar Pine Island en la Antártida, contesta en entrevista con la AFP.

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Sin embargo, cuando los científicos perforaron en las profundidades del glaciar hace unos años, encontraron rastros de plutonio. Son las huellas de los ensayos de armas nucleares que comenzaron en 1945. Zalasiewicz dijo que estos radionúclidos representan quizás “la señal más clara” del comienzo de la época del Antropoceno, hacia mediados del siglo XX. Pero “hay mucho donde elegir”, agrega.

Se espera que este martes el Grupo de Trabajo sobre Antropoceno anuncie la ubicación del sitio que a su juicio demuestra más claramente el impacto del ser humano. Sin embargo, el anuncio no convertirá al Antropoceno en una unidad de tiempo geológico oficial por el momento, ya que los geólogos de todo el mundo siguen examinando pruebas y debatiendo.

El peso de la humanidad

El rápido aumento del dióxido de carbono y de gases de efecto invernadero que están calentando el mundo es otra prueba incriminatoria, según los científicos que defienden la denominación Antropoceno. Muchas cosas cambiaron “una vez que los humanos desarrollaron la tecnología para extraer del suelo la luz solar fosilizada, en forma de petróleo, carbón y gas”, dijo Zalasiewicz.

Los humanos han consumido más energía desde 1950 que la que se utilizó en los 11.700 años anteriores, estiman los científicos del grupo de trabajo. El suelo ha sido utilizado masivamente para alimentar a la Humanidad, al mismo tiempo que se creaban granjas de animales.

Los humanos y su ganado constituyen el 96 % de la biomasa de todos los mamíferos terrestres del planeta y los mamíferos silvestres representan solo el 4 %, calcularon los investigadores en 2018. Los pollos de crianza representan dos tercios de la biomasa de todas las aves, explica Zalasiewicz. Los humanos también desorganizaron la distribución de especies, introduciendo especies invasoras como las ratas incluso en las islas más remotas del Pacífico.

Tecnofósiles

En 2020, los investigadores estimaron que la masa de todos los objetos construidos por humanos ya ha superado el peso de todos los seres vivos del planeta. Los investigadores del Antropoceno bautizaron a estos objetos como “tecnofósiles”. Las sucesivas generaciones de teléfonos móviles, que rápidamente se vuelven obsoletos, son solo un ejemplo de un tecnofósil que “será parte del registro del Antropoceno”, dice Zalasiewicz.

Se han detectado microplásticos en los picos más altos del planeta y en el fondo de los océanos más profundos. Las sustancias llamadas PFAS o “productos químicos eternos”, creadas para fabricar productos como utensilios de cocina antiadherentes, se hallan igualmente desperdigados por todo el planeta. Pesticidas, fertilizantes, niveles crecientes de nitrógeno o fósforo, incluso los esqueletos humanos enterrados: la lista de marcadores potenciales del Antropoceno es larga.

Los científicos aseguran que dentro de cientos de miles de años todos estos marcadores ofrecerán señales claras de nuestro paso por el planeta. El paleontólogo británico Mark Williams, miembro del Grupo de Trabajo del Antropoceno, considera que la idea de una extinción masiva “está encima de la mesa”, opinión que comparten los climatólogos más alarmados.

Los pollos

Cuando dentro de 500.000 años nuestros lejanos descendientes o los extraterrestres escudriñen las capas de sedimentos para indagar en el pasado de la Tierra, encontrarán pruebas insólitas del brusco cambio que trastornó la vida medio millón de años antes: los huesos de pollo.

A esa conclusión llegó un grupo de científicos, que buscó evidencias de que la expansión de los apetitos y de la actividad humana alteraron tan radicalmente los sistemas naturales como para dar inicio a una nueva época geológica denominada Antropoceno, o “época de los humanos”.

Además de estos huesos, habrá otros elementos reveladores de la ruptura operada a mediados del siglo XX en el planeta: el aumento repentino de CO2, metano y otros gases de efecto invernadero, restos radioactivos de pruebas nucleares, la omnipresencia de plásticos y la propagación de especies invasoras.

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Pero los huesos de pollo podrían ser una de las pruebas más fehacientes, que permiten además contar la historia desde distintos ángulos. Para empezar, son resultado de la acción humana. “El pollo que comemos es irreconocible comparado con sus antepasados o sus congéneres silvestres”, explica Carys Bennett, la geóloga y principal autora de un estudio publicado en la revista Royal Society Open Science.

“Su tamaño, la forma del esqueleto, la química ósea y la genética son distintos”, aclara. Su mera existencia, en otras palabras, es una prueba de la capacidad de la humanidad para manipular los procesos naturales. La investigación confirió por eso a esa ave de corral el rango de “especie marcadora” del Antropoceno.

“Señal clara”

Los orígenes del pollo de engorde moderno se remontan a las selvas del sudeste asiático, donde su antepasado, el ave de la selva roja (Gallus gallus), fue domesticado por primera vez hace unos 8.000 años. Durante mucho tiempo, esa especie fue apreciada por su carne y sus huevos, pero sólo después de la Segunda Guerra Mundial empezó su cría para convertirla en la criatura corpulenta y de corta vida comercializada en los supermercados de todo el mundo.

“Por lo general, la evolución tarda millones de años en producirse, pero en este caso sólo se necesitaron décadas para obtener una nueva forma de animal”, declaró a la AFP Jan Zalasiewicz, profesor emérito de paleobiología de la Universidad inglesa de Leicester.

El Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno que presidió durante más de una década determinó el año pasado que la época del Holoceno -- que comenzó hace 11.700 años con el fin de la última glaciación-- dio paso al Antropoceno a mediados del siglo XX.

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Sus conclusiones se presentarán este martes y se espera que el Grupo identifique un sitio que a su juicio demuestre de forma contundente el impacto del ser humano. El pollo de engorde también sustenta esa definición debido a su omnipresencia. En cualquier rincón del planeta donde hay humanos se encuentran restos de la fuente de proteína favorita de nuestra especie.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) evalúa que hay actualmente unos 33.000 millones de pollos en todo el mundo. La biomasa de los pollos domésticos es más de tres veces superior a la de todas las especies de aves silvestres juntas. Al menos 25 millones son sacrificados a diario, sea para el pollo tikka del Punjab indio, el yakitori en Japón, el poulet yassa en Senegal o los nuggets de McDonald’s.

“Los pollos son un símbolo de cómo nuestra biósfera ha cambiado y está ahora dominada por el consumo humano y el uso de recursos”, continuó Bennett, que fue investigadora en la Universidad de Leicester antes de trabajar para la oenegé Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA). “El enorme número de huesos de pollo desechados en todo el mundo dejará una señal clara en el futuro registro geológico”, afirmó.

Lodo marino en Japón

Bajo el agua de la bahía de Beppu en Japón yacen capas de sedimento y lodo que parecen irrelevantes, pero que cuentan la historia de cómo los humanos han alterado el mundo a su alrededor. El sitio está siendo considerado para la designación de “punta dorada”, es decir, un lugar que ofrece evidencia de una nueva era geológica definida por nuestra especie: el Antropoceno.

El camino para ponerse de acuerdo sobre la nueva era ha sido extenso y polémico, con años de discusiones entre científicos sobre si la época del Holoceno, que comenzó hace 11.700 años, ha sido sustituida por un nuevo período definido por el impacto humano en la Tierra.

La clave de sus discusiones ha sido escoger un sitio que claramente documenta la forma en que hemos cambiado el entorno, desde la contaminación con plutonio de las primeras pruebas nucleares, hasta contaminarlo con microplásticos.

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Nueves sitios en el mundo han sido propuestos como lugares de punta dorada, incluyendo una turbera en Polonia, un arrecife de coral en Australia y la bahía de Beppu en Japón. Michinobu Kuwae, profesor asociado del Ehime Centre of Marine Environmental Studies, ha estudiado la zona por casi una década.

Comenzó con investigaciones sobre cómo el cambio climático afectó las poblaciones de peces, con claves del pasado encontradas en las capas de escamas de peces en el sedimento de la bahía. Solo recientemente comenzó a considerar el sitio como posible punta dorada, dadas las muchas “huellas antropocénicas, incluidos químicos y radionucleidos de creación humana en el sedimento de la bahía”.

Las capas permitieron a los científicos señalar “la fecha precisa y el nivel de un límite Antropoceno-Holoceno”, explicó a AFP. “Existen los marcadores antropogénicos más diversos”. Esa preservación perfecta es el resultado de varias características únicas, idicó Yusuke Yokoyama, profesor del Instituto de Investigación de la Atmósfera y el Océano de la Universidad de Tokio, quien analizó muestras del sitio.

El piso de la bahía cae rápidamente después de la línea costera, creando una cuenca que atrapa material en la columna de agua y “forma algo como una sopa miso”, dijo a AFP. La falta de oxígeno en el agua significa que no hay organismos que interfieren con el sedimiento o alteren los depósitos.

Alerta para la humanidad

“Es como una torta baumkuchen, que es una pila de panquecas y puedes contar esas panquecas para calcular la edad precisa”, agregó. Para que un sitio sea considerado punta dorada, debe cumplir varias condiciones, como tener un registro de al menos un siglo, junto con “señales antropocénicas” específicas, como pruebas de bombas nucleares, cambios de ecosistemas e industrialización.

También debe ofrecer un archivo completo de los períodos cubiertos y marcadores que permiten a los científicos identificar cuál capa es de cuál año. El coral es considerado como un buen candidato porque crece en capas como los troncos de los árboles y absorbe elementos disueltos en el agua, incluidas las huellas de las pruebas nucleares.

Pero no puede capturar materiales que no se disuelvenen el agua, como los microplásticos. En cambio, el sedimento en la bahía de Beppu captura todo, desde restos de fertilizantes agrícolas hasta depósitos de inundaciones históricas registradas en la documentación oficial, así como escamas de peces y plástico.

Pero el aspecto más persuasivo, según Kuwae y Yokoyama, son las marcas de una serie de pruebas nucleares realizadas a lo largo del Pacifico de 1946 a 1963. Las pruebas generaron radiación atmosférica que fue detectada globalmente, así como huellas directas registradas cerca de los sitios de pruebas.

“Debido a que la bahía de Beppu se sitúa corriente abajo (...) podemos identificar las huellas particulares de ciertas pruebas”, dijo Yokoyama. Muestras recogidas en la bahía de Beppu mostraron aumentos de plutonio que se correlacionan con pruebas nucleares particulares y coinciden con hallazgos similares en el coral de la cercana Ishigaki.

Sin importar cuál sitio es escogido como punta dorada, la bahía de Beppu y otros candidatos serán importantes para entender el impacto humano en la Tierra. Kuwae espera que una designación oficial del Antropoceno sirva de “campanada de alerta” para la humanidad. “El deterioro del entorno global, incluyendo el calentamiento global, avanza rápidamente”, dijo. “Estaremos en un estado en el que la tierra segura original, una vez perdida, no podrá ser recuperada”.

Fuente: AFP.

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