“¡Oh, padre!”, se lamenta Jamil, postrado sobre una tumba. Lágrimas y oraciones forman parte de la vida cotidiana de este cementerio de la ciudad santa chiita de Nayaf, en Irak, uno de los más grandes del mundo, última morada de millones de difuntos musulmanes. “Estoy triste, por supuesto”, admite Jamil Abdelhasan, que vino de Bagdad para visitar la tumba de su padre Abdelhasan Qasem, fallecido en 2014. “Pero también estoy feliz. Sé que cuando llegue el día del juicio final, mi padre estará al lado del imán Alí”, explica.
Esa es la razón de tanto fervor. El imán Alí, figura fundadora del islam chiita, muerto en 661, descansa en un mausoleo situado cerca del cementerio de Wadi al Salam (El valle de la paz, en árabe), en Nayaf, en el centro de Irak. “Desde que el imán Alí fue enterrado allí, la gente dejó de enterrar a sus muertos en Al Thawiya, otro cementerio de Nayaf, para que descansen en Wadi al Salam”, detalla a la AFP el historiador Hasan Isa Al Hakim.
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Para los chiitas, mayoritarios en Irak, “ser enterrado cerca del imán Alí es muy importante, creen que desempeñará el papel de intercesor para los que le rodean en el momento del juicio final”, explica. Algunos historiadores estiman que más de seis millones de personas están enterradas allí, una inmensa mayoría de iraquíes, pero también iraníes y pakistaníes de confesión chiita.
“¡Son muchos más! Pero es imposible cuantificarlos”, afirma Hasan Isa Al Hakim. “Durante las guerras y las crisis, hay más muertes. Enterramos hasta 200 personas al día”, indica. Para ubicarse en esta necrópolis de 9 km² no existe ningún mapa. “El cementerio de Wadi al Salam es uno de los más grandes del mundo”, según una ficha presentada por Irak a la Unesco para solicitar su inscripción en el Patrimonio Mundial.
“Mártires” de las guerras
Es “uno de los cementerios más antiguos” del mundo musulmán, con entierros “que comenzaron hace más de 1.400 años y hoy continúan”, precisa. La acumulación de visitantes en coche a veces causa atascos en las avenidas que separan las diferentes partes, perturbando la tranquilidad. Ahmed Ali Hamed, de 54 años, vino del sur para enterrar a su tía Fátima, fallecida cuando tenía “unos 80 años”.
Lo acompañan unos veinte hombres “porque las mujeres no vienen al funeral. Solo lavan a la difunta y regresan. Es la tradición”, dice. “Las mujeres vendrán, pero otro día”, continúa. Envuelta en un sudario, bajan a la difunta a una fosa excavada en la tierra. El sepulturero dirige el cuerpo hacia La Meca mientras se recita la Fatiha, primer sura del Corán, cantada en voz baja como oración para los muertos.
Un poco más lejos, sobre la foto de un joven en uniforme del ejército iraquí hay una leyenda que dice: “Aquí descansa el mártir Ahmed Naser al Mamuri. Fecha de la muerte: 7 de abril 2016″, cuando el ejército iraquí, apoyado por una coalición internacional, estaba en plena guerra para recuperar al grupo Estado Islámico el territorio iraquí que ocupaba.
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Wadi al Salam es el reflejo de los dramas que atraviesan Irak. Como la guerra entre el Irak de Sadam Husein e Irán entre 1980 y 1988. En este cementerio también descansa Abu Mehdi al Muhandis, teniente iraquí del poderoso general iraní Qasem Soleimani. Los dos hombres, grandes enemigos de Washington, murieron en una incursión estadounidense en Bagdad en enero de 2020.
Más recientemente, la pandemia de covid-19 provocó una mortalidad excesiva y, por tanto, un aumento del trabajo para Thamer Musa Hreina, de 43 años, 20 de ellos como sepulturero. “Durante el coronavirus, tuvimos entre 5.000 y 6.000 cuerpos más en un año”, asegura.
Fuente: AFP.