Hace ya casi un año que la familia Titkov partió de Irpin, cerca de Kiev, para vivir en Viena, lejos de la guerra. Detrás de la lucha por integrarse, la ruptura es dolorosa y el corazón continúa en Ucrania. “Love home” se lee en una pared. Comida abundante, un ambiente acogedor: estos refugiados son conscientes de sus privilegios en un momento en el que su país sufre bombardeos, combates y corte de electricidad permanentes.
“Aquí tenemos todo lo que necesitamos, para comer, un apartamento calefaccionado, la familia reunida, nada de estrés”, afirma, Irina Titkova, la madre de 39 años. AFP sigue desde hace varios meses a esta exprofesora de inglés en su nueva vida, al lado de sus tres hijos de 10, 11 y 16 años y su esposo Valerii, de 44, que pudo huir de la guerra por ser padre de una familia numerosa.
Como millones de sus compatriotas, partieron todos de Ucrania al día siguiente de la invasión rusa del 24 de febrero de 2022. El padre había conocido el horror de los combates en Nagorno Karabaj entre Azerbaiyán y Armenia, otro conflicto post-soviético. “Incapaz de matar un insecto”, solo tenía una idea en mente: poner bajo resguardo a sus hijos.
Los Titkov fueron rápidamente alojados por intermedio de conocidos a dos pasos de la catedral de San Esteban antes de encontrar un lugar propio en un barrio residencial a una media hora del centro. Austria, de 9 millones de habitantes, ha recibido a unas 90.000 personas con una “tarjeta azul” reservada a los refugiados ucranianos que gozan de una protección especial dentro de la Unión Europea (UE). Este estatuto les da derecho a permanecer en Austria hasta marzo de 2024 sin tener que pedir asilo, y a percibir ayudas.
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Quebradero de cabeza del idioma
Una familia puede recibir más de 1.000 euros (unos 1.080 dólares) para cubrir los gastos de comida y alquiler, explica Thomas Fussenegger, vocero de la agencia encargada de apoyo a los refugiados (BBU). También se brindan de manera gratuita clases de idioma, y gracias a ellos Irina y Valerii asisten al establecimiento Deutschothek desde septiembre a razón de tres cursos por semana.
En las clases, alumnos y profesores hablan en un alemán rudimentario sobre la “propaganda” rusa o las últimas noticias del frente. Para el padre de habla rusa, “es la parte más difícil” de la integración. “Estoy cansado después del trabajo y me cuesta concentrarme, hace entrar todas esas informaciones en mi cabeza”, dice.
Masajista-fisioterapeuta de profesión, este hombre fornido fue contratado como operario de almacén en una cadena de restauración estadounidense. Se levanta al amanecer. No es “el trabajo de sus sueños” pero espera conseguir en los próximos meses un permiso para ejercer su oficio. Tampoco renunció a volver a ser entrenador de fútbol, su otra pasión abandonada con el éxodo.
“La otra realidad”
Ante la urgencia, Irina había aceptado un empleo de cajera. Agotada por el intenso ritmo, acaba de renunciar y prefiere trabajar en una tienda de plantas medicinales. “Es un lugar tranquilo, con buen karma”, sonríe. “Elegí esta otra realidad, empujé a mi familia a pensar en el futuro” al encontrar refugio en un país seguro, agrega la longilínea ucraniana que intenta aprovechar los museos y placeres de Viena.
Como ese primer baile que se permitió el sábado con su marido, invitados por sus nuevos amigos. Pero a pesar de sus esfuerzos, todo la devuelve de manera constante a Ucrania. “Quiero persuadirme” de que todo va bien, que “nos adaptamos”, pero en realidad “cada día tengo ganas de volver a mi país (...), cada día es como si mi alma se hubiera quedado allá”.
“Mi vida diaria comienza verificando la actualidad en la red Telegram: lo que pasa en Kiev, en Irpin, en otras ciudades, y por supuesto quiero saber cómo están mis familias y amigos”, cuenta, mostrando fotos de su hermano con ropa militar. Sus hijos también extrañan y frecuentan sobre todo a otros ucranianos. Tras haber sido víctima de novatadas, Denys, de 11 años, cambió de clase y se siente mejor, feliz de tener “más amigos”.
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Doble escolaridad
Además de la escuela austríaca, siguen en forma paralela el programa ucraniano, una doble escolaridad dura de llevar para los 500.000 a 700.000 niños refugiados en la UE. “La inmensa mayoría de ellos quiere volver tras la victoria” y necesitan entonces mantener el nivel, explica a AFP Serguii Gorbachov, mediador de la educación nacional.
La pandemia facilitó las cosas, dice. “Estábamos mejor preparados”, pero aún queda implementar “un sistema” aceitado para aliviar “la carga” para las familias. Ivanna Kobernyk, cofundadora de la oenegé Smart education, ve una situación excepcional. “Es probablemente la primera vez que Europa recibe refugiados de los cuales la mayoría sueña con volver a su país y siguen estudiando a distancia. Es la preservación de una cierta normalidad, de un vínculo con la patria”.
Para Irina, ese vínculo inquebrantable tiene además un sentimiento de culpa desgarrador. “No sabemos cómo ayudar, aparte de enviando dinero”, subraya esta mujer que transfiere de manera regular cientos de euros a sus familiares, viajó para ayudar a su tío enfermo de cáncer e intenta convencer a algunos para que partan con ellos. Su deseo para 2023: “que sea el último año de guerra, para siempre”. ¿Y después? “Ucrania estará en ruinas”, irreconocible, “y tendremos que empezar de nuevo de cero”, dice preocupado Valerii.
Fuente: AFP.