Un avión cargado de cacao despega de un breve claro que interrumpe la selva espesa. En Güerima, Vichada, a las puertas de la Amazonía colombiana, las antiguas pistas del narcotráfico sirven a los campesinos que abandonaron los cultivos ilícitos en esta región pobre, despoblada y sin carreteras.
Desde hace diez años árboles de cacao han venido reemplazando a los arbustos de coca en este departamento del tamaño de Guatemala que linda con Venezuela. Está lejos de significar la bonanza que trajo el ingrediente principal para elaborar la cocaína, pero se ha convertido en una fuente estable de ingresos.
“Yo ya sembré una hectárea (con cacao) y quiero dos más”, dice a la AFP Marta Cárdenas (44) una de las 2.500 personas que habita en este caserío. En un año, cuando el cultivo entre en edad productiva, espera recibir ganancias del orden de los 200 dólares mensuales, casi equivalentes al salario mínimo.
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Cárdenas sigue los pasos de unos 800 campesinos que se asociaron para sembrar 240 hectáreas de cacao en la zona. Empezaron antes del acuerdo de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas) en 2016, que previó beneficios económicos y apoyo técnico para quienes reemplazaran los narcocultivos por productos agrícolas. Hoy despachan toneladas del fruto en aviones de la Fuerza Aérea, que entrega el producto a una empresa chocolatera en Bogotá y esta a su vez paga a los campesinos unos 2 dólares por kilo.
La pista de tierra desde donde despegan las aeronaves militares data de los años ochenta, cuando el narcotraficante Carlos Lehder levantó aquí un emporio para producir y exportar cocaína por vía aérea en alianza con el conocido Pablo Escobar. En 1987 Lehder se convirtió en el primer capo colombiano extraditado a Estados Unidos y las FARC tomaron el control de la zona. La guerrilla fijó una suerte de “impuesto” para quienes siguieran con la producción de pasta base de cocaína.
Junto a los caseríos de Chupave y Puerto Príncipe la región era conocida como el “triángulo de la coca”. Un sobrenombre que terminó inmortalizado en el empaque de las tabletas de chocolate, decorado con animales exóticos, paisajes fluviales y el nombre en mayúsculas de “El triángulo”.
Raro éxito
Los militares apostados en la zona sostienen que, así como la extensa y aislada geografía de Vichada atrajo a los narcos, terminó por ahuyentarlos. A comienzos de la década de 2010, cuando la fuerza pública consolidó su dominio del espacio aéreo y endureció los controles en los pasos terrestres, los insumos para la producción de cocaína comenzaron a escasear y el negocio dejó de ser rentable.
La superficie con cultivos ilegales pasó de 10.000 hectáreas en 2002 a 300 que hoy se concentran en su mayoría en resguardos indígenas, según la ONU. El país sudamericano, sin embargo, sigue siendo el mayor productor de cocaína a nivel mundial con un total de 204.000 hectáreas sembradas en 2021, sobre todo en las porosas fronteras con Ecuador y Venezuela.
“La coca no es un negocio, es una esclavitud”, afirma Isidro Montiel en conversación con la AFP y parlamentarios que viajaron a Güérima para conocer los cultivos. El campesino alto y fornido llegó a la zona en 1982 atraído por la bonanza del negocio narco, pero desde el 2012 se dedica de lleno al cacao. Aún recuerda cómo en sus días de cocalero la guerrilla se quedaba con la tercera parte de sus ganancias por “concepto de impuestos”.
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Montiel lidera la asociación local de productores de cacao y, optimista, asegura que hay personas interesadas en sembrar “ya no dos o tres hectáreas, sino de a 30 o 50″. “Aún hay mucho por hacer: no hay un centro de acopio (para el cacao), no hay carreteras”, se lamenta el agricultor, quien asegura que muchos agroquímicos llegan al municipio “al hombro, en moto” y con sobrecostos.
La violencia mudó de piel, pero no cesó tras el acuerdo de paz que desarmó a la guerrilla más antigua del continente en 2017. El reciente asesinato de un cultivador de cacao por una disputa de tierras con sus vecinos preocupa a la comunidad, curtida en más de seis décadas de conflicto. A pesar de las adversidades que enfrentan los productores, Jimmy Navas, un campesino de origen afro que ronda los 60 años, decidió sembrar tres hectáreas: “La idea es que el cacao sea como mi jubilación”, explica.
Fuente: AFP.