La ola de protestas, en todo el país, se desencadenó tras la muerte el 16 de septiembre de Mahsa Amini, una joven kurda iraní de 22 años detenida por violar el rígido código de vestimenta para las mujeres. El régimen clerical de Irán se encuentra entre la espada y la pared tras casi tres meses de manifestaciones que han sacudido sus pilares ideológicos y no muestran señas de debilitarse, analizan los expertos.
Los analistas destacan que las movilizaciones canalizan también los años de enojo resultantes de la mala situación económica y las restricciones sociales. Con todo, las manifestaciones de este año son inéditas por su duración y porque reúnen a todas las clases sociales y grupos étnicos. Además, se encaminan a pedir abiertamente el fin del régimen clerical.
En ellas se han visto pancartas en llamas del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, mujeres caminado sin velo por las calles y personas desafiando a las fuerzas de seguridad. Irán, en tanto, acusa a las potencias extranjeras de alentar lo que denomina “disturbios”, empezando por Estados Unidos e Israel y sus aliados, pero también a los grupos de iraníes kurdos exiliados en Irak, cuyas posiciones atacó con misiles y drones.
En una aparente respuesta a las protestas, la fiscalía iraní afirmó hace unos días que se había desmantelado la policía de la moral, un anuncio recibido con escepticismo por los activistas, pues las mujeres continúan estando obligadas a llevar velo en público.
“Era bastante obvio desde el principio que las protestas no trataban sobre una reforma o sobre la policía de la moral, sino que apuntaban contra el régimen en su totalidad”, sostiene Shadi Sadr, fundadora de la organización Justice for Iran, radicada en Londres, que milita por los derechos humanos. “Lo que está ocurriendo es un desafío fundamental al régimen”, señala a la AFP. “Saben que se están enfrentando a una amenaza real de los manifestantes”.
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“El espíritu revolucionario”
“El ambiente en Irán es revolucionario”, coincide Kasra Aarabi, directora del programa sobre Irán del Instituto Tony Blair para el Cambio Global. Desde hace años existe una tendencia creciente a la disidencia contra el régimen, asegura. “Pueden intentar reprimir a los manifestantes, pero no pueden eliminar el espíritu revolucionario”, declara a la AFP.
En 1979, la Revolución Islámica derrocó a la monarquía del sah respaldada por Estados Unidos y estableció la República Islámica de Irán. El ayatolá Ruholá Jomeini regresó a Teherán tras 15 años en el exilio y se convirtió en líder supremo hasta su muerte. En 1989 le sucedió el ayatolá Alí Jamenei.
Poco a poco, el país implementó políticas como la sharía [la ley islámica] e impuso el velo obligatorio para las mujeres. Múltiples oenegés han acusado al régimen iraní de violar los derechos humanos, con ejecuciones extrajudiciales y secuestros en el exterior.
Asimismo, la República Islámica ha trastocado la geopolítica de Oriente Medio con su negativa a reconocer Israel, su influencia en el Líbano y su intervención militar en Siria y Yemen. El régimen está incluso presente en la invasión rusa de Ucrania y suministra drones de fabricación iraní a Moscú, que los usa para bombardear Kiev y otras ciudades.
Pero las protestas desencadenadas por la muerte de Amini han cambiado las reglas del juego. “El régimen nunca se ha mostrado tan vulnerable en sus 43 años de historia”, declaró a la revista estadounidense Foreign Affairs el académico iraní Karim Sadjadpour, investigador principal de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional. Otro factor de incertidumbre es la avanzada edad de Jamenei. El diario estadounidense New York Times aseguró en septiembre que el líder supremo, de 83 años, estaba “gravemente” enfermo. Teherán nunca lo confirmó.
No hay vuelta atrás
En respuesta a las protestas, las autoridades movilizaron lo que Amnistía Internacional describe como “una maquinaria de represión bien afinada”. Al menos 448 personas, entre ellas 60 menores de edad, han muerto a manos de las fuerzas de seguridad, según la oenegé Iran Human Rights, radicada en Noruega.
Las autoridades también detuvieron a más de 14.000 personas y seis han sido condenadas a muerte. Las organizaciones de derechos humanos temen que se dicten más sentencias de este tipo, incluso contra menores. Pero Sadr advierte que sería precipitado predecir que el régimen esté a punto de caer.
“Desmantelar un régimen como la República Islámica es una tarea muy difícil. Todavía faltan algunas piezas para que eso pueda producirse”, afirma, citando la necesidad de que los manifestantes se organicen mejor y de una respuesta internacional más firme. A pesar de que el movimiento actual no tiene líder claro, las protestas no carecen de íconos, aunque muchos están detenidos, analiza Aarabi. “Están en medio de una revolución y no hay vuelta atrás”, insiste.
Fuente: AFP.