Aunque sus orígenes se remontan aproximadamente al año 1857, cuando un grupo de mujeres en Nueva York reclamaba mejores condiciones laborales y el fin del trabajo infantil, en el año 1977 es proclamado oficialmente por las Naciones Unidas el Día Internacional de la Mujer.
Quizás pasaron unos 160 años desde que se instauró el Día de la Mujer a nivel internacional. Desde entonces, gracias a la lucha femenina incansable se han obtenido logros históricos como el derecho al voto, a un trabajo digno, a ocupar puestos de poder, pero lejos de celebrar es un buen momento para analizar el contexto en que viven muchas mujeres de todo el mundo, discriminadas y menospreciadas sin acceder a derechos básicos por el solo hecho de ser lo que son: mujeres.
A continuación presentamos varios testimonios, en primera persona, de mujeres migrantes de América Latina que en plena ruta migratoria y forzadas a huir del conflicto en sus países de origen recalcan la desigualdad en el acceso a la salud por ser mujeres. Estos testimonios fueron recogidos desde la Estación de Recepción de Migrantes de San Vicente, en Panamá. Son pacientes de Médicos sin Fronteras, mujeres cargadas de resiliencia y dignidad sin igual.
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“Ser mujer es ser valiente”
Bibiana tiene 37 años, es de Venezuela, donde, según cuenta, las mujeres no tienen prioridad de tener acceso a la salud, independientemente al estado en que se encuentren. “Si hablamos del proceso de migración de mi país, hay muchos obstáculos, no contamos con recursos médicos, no solo por la crisis que hay, sino por ser mujeres. Para todo y más si eres mujer”, refiere.
Bibiana cuenta que para ser atendida en un puesto de salud debía formar fila y, en el caso de ser atendida, debía pagar a las enfermeras. “La salud es como un negocio por la vida, hay mucha desigualdad, mucho machismo”. “Del contexto migratorio, ni hablar. En todo momento hay riesgos, no hay médicos y sorteamos los obstáculos todos los días”. “Para mí ser mujer es ser valiente”.
María tiene 27 años, también es de Venezuela y, según cuenta, uno de los mayores obstáculos que debe sortear es el hecho de ser migrante. “El obstáculo más grande es cuando eres mujer migrante y no estás en tu país. Te dicen que esperes porque no estás en tu país y frente a eso no hay opción”, manifiesta.
“Muchas veces, a pesar de que sientes que no puedes más, lo logramos, lo podemos, sacamos la fuerza y sí podemos. El motivo: nuestros hijos, ellos nos impulsan a sacar la misma fuerza que un hombre para defender a nuestros seres queridos”, cuenta María.
La mujer comentó que no hace mucho fue a Chile a un centro de salud por un dolor que la aquejaba, llegó a las seis de la tarde y a las tres de la mañana del día siguiente decidió irse, pues no la iban a atender porque era inmigrante. “A veces nos llaman débiles por ser mujeres, pero hacemos varias funciones que el hombre no hace: trabajamos, atendemos el hogar, el hijo y el esposo y eso no lo valoran. La mujer no es débil, es valiosa, vale mucho, puede igual que un hombre. Da a luz, atiende su hogar, su familia, trabaja y hace más que el hombre, pero en un solo círculo”, apuntó.
“Caminamos sin ver el sol, sin saber qué pasará”
María Antonieta tiene 36 años, también es migrante venezolana y relata lo duro que es enfrentar un contexto migratorio lleno de incertidumbre, dudas y confusiones. “Ser mujer en el contexto migratorio no es nada fácil, son golpes; uno tras otro, durante la noche caminamos sin ver el sol, la selva, sin saber lo que nos espera, para llegar acá nos ha costado mucho”, explica la mujer.
“En Venezuela las mujeres estamos muy discriminadas, somos incompetentes para los hombres, todo era difícil; por ejemplo, para comprar un medicamento, tenía que vender mis pertenencias”. Ahora, aquí es muy diferente, la atención es distinta, hay mucha amabilidad y humanidad. Todo ha sido muy diferente a como estaba en mi país”, recalca.
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La ruta migratoria: llena de abusos, asaltos y hasta violaciones
Otro de los testimonios tiene que ver con la vida de Liliana, de 30 años, quien cuenta que ser mujer migrante implica demasiados desafíos. Manifiesta que muchas veces en el trayecto vio a muchas compañeras suyas ser despojadas de sus pertenencias, abusadas en sus derechos y hasta violadas sexualmente.
“El ser mujer migrante se sufre mucho, he visto muchos casos de compañeras que han sufrido violaciones en el camino, asalto, y hasta incluso llegan a perder su propia vida. Se aprovechan de la situación que estamos pasando, de que somos sensibles y muchas veces solo por un trozo de comida o un medicamento”, cuenta Liliana.
Beholdine es oriunda de Brasil, cuenta que tuvo que dejar su país por falta de dinero y que lleva cuatro meses en busca de fijar residencia en México, pero aún no recibe respuesta. “No sabemos cómo vamos a sobrevivir”, explica tras recordar un arduo viaje con sus hijos. “Salimos de Brasil y hemos pasado por 10 países para llegar a México, hemos pasado tres días de bus, sin parar, sin comer, sin nada. Es muy complicado”, refiere la mujer.
Colombia: más de 20.000 desplazados y un conflicto armado que no termina
Roberto Payán es un municipio colombiano ubicado en el departamento de Nariño, que, según sus habitantes, es un lugar muy silencioso. “Acá es muy tranquilo, sí, pero cuando hay un ruido fuerte mis dos niños salen corriendo y se ponen a llorar”, cuenta María, una madre cabeza de familia que fue desplazada de su vereda en junio del 2021. En ese entonces, tuvo que dejar su casa después de estar, con sus niños de cinco y seis años de edad, en medio de un tiroteo entre grupos armados que aún hoy siguen en disputa por el control de la región.
María y sus hijos forman parte de una lista de unas 21.000 personas que fueron desplazadas durante el primer semestre del 2021 en Colombia. “No recuerdo el día, pero sí me acuerdo de que nunca había corrido tan rápido”, dice María hablando sobre el momento del desplazamiento. “Yo estaba en la cocina cuando comenzaron a sonar los disparos, mis dos niños estaban en la calle jugando, salí corriendo a buscarlos, con el corazón que se me salía porque pasaban las balas al lado mío. Casi me matan, pero grité, los encontré y los llevé a la casa corriendo. Le di gracias a Dios y al otro día dejé todo lo que tenía y me fui”.
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Según fuentes oficiales, después del desplazamiento masivo, en el primer trimestre del 2021, unas 100 familias se asentaron en zonas rurales en Roberto Payán, otras viven un tiempo en sus fincas trabajando, pero rápidamente vuelven a la cabecera municipal. María representa a miles de desplazados en todo el mundo que, en busca de una sociedad más justa e inclusiva, están dispuestos a arriesgar sus propias vidas para dar un futuro mejor a sus hijos. Ella y todas las víctimas de este cruel flagelo se desviven para que al menos sus derechos, por más básicos, sean algún día respetados.