El sector de la educación sufrió estos dos últimos años la peor crisis de la historia, con prolongados cierres de escuelas, pese a que se han registrado algunos avances en el segundo año de la pandemia del COVID-19. Para la Unesco, la perturbación mundial en la enseñanza causada por la pandemia del COVID-19 es la peor crisis educativa que se ha registrado.

“Sin embargo, se nota un cambio notable entre diciembre de 2021 y enero de 2022: no hay más cierres masivos de escuelas, los Estados lograron estabilizar un nuevo modelo de gestión de crisis con la capacidad de mantener abiertas las escuelas gracias a la adopción de protocolos sanitarios reforzados y seguros”, dijo la Unesco a la AFP.

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Países como Francia, Brasil o México aplicaron nuevas medidas como el distanciamiento, los cierres caso por caso, además del tradicional lavado de manos o el porte de mascarillas, agregó la Unesco. Otros como Francia, Canadá o Italia han recurrido a las pruebas de detección.

Actualmente las escuelas están abiertas en 135 países. Además, 25 países decidieron a inicios del año aplazar la reapertura de escuelas tras las vacaciones navideñas. Doce optaron por cerrar completamente, en comparación a los 40 que lo hicieron en la misma fecha del año pasado, según la institución. “El mensaje que consiste en decir que resulta esencial dejar abiertas las escuelas, desde un punto de vista social y para el bienestar de los niños, ha funcionado a nivel de los diferentes Estados”, se congratuló.

Cierres de escuelas

En los últimos dos años, los países que han tenido las escuelas cerradas más tiempo, es decir más de 60 semanas, son Bangladés, Kuwait, Filipinas, Uganda y Venezuela. Si se toma en cuenta los cierres parciales, Uganda alcanzó más de 60 semanas de cierre total y 23 semanas de cierre parcial, mientras Bolivia llegó a 43 y 39 semanas, respectivamente, Nepal totalizó 35 y 47 semanas e India 25 y 57 semanas.

Cuatro países no han recurrido al cierre de escuelas en dos años: Bielorrusia, Burundi, Naurú y Tayikistán. Otra docena no ha recurrido al cierre total, incluyendo a Rusia, Estados Unidos y Australia. Oceanía es la región que menos cerró sus centros educativos. Francia, con un cierre total de siete semanas y parcial de cinco semanas, está entre el 10% de países que menos cerraron sus escuelas.

Las consecuencias

El cierre, más o menos extenso de los centros escolares o de enseñanza superior, tiene consecuencias dramáticas, especialmente en países de ingresos bajos y medios. Ciertas regiones de Brasil, Pakistán, India, Sudáfrica y México, entre otros, registran pérdidas sustanciales de aprendizaje en matemáticas y lectura.

Según la Unesco, para 2030 “ninguna región del mundo prevé alcanzar la universalidad de la enseñanza secundaria”, “los educadores consideran que sólo un tercio de los alumnos tendrán competencias básicas en matemáticas” y “33% de los alumnos no tendrán capacidad de leer una frase al final de la primaria”.

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A largo plazo, la generación de jóvenes actualmente en la escuela corre el riesgo de perder casi 17 billones de dólares en ingresos debido a las carencias provocadas por los cierres de centros educativos a causa de la pandemia, alertaron el Banco Mundial y agencias de la ONU.

“La pérdida de aprendizaje para numerosos niños es moralmente inaceptable, y el aumento potencial del empobrecimiento de aprendizajes podría tener un impacto devastador sobre la productividad, los ingresos y el bienestar futuros de esta generación de niños y jóvenes”, alertó Jaime Saavedra, director de educación en el Banco Mundial, citado en un informe publicado en diciembre. La prioridad es “llevar a todos los jóvenes de vuelta a la escuela, y sobre todo a las niñas en ciertos países”, señaló Unesco.

Aumentó la desigualdad

Desde hace dos años, las universidades de todo el mundo se han visto afectadas por la pandemia de COVID-19, obligándolas a incrementar sus recursos digitales, pero esto ha profundizado las diferencias entre las regiones y las desigualdades entre los estudiantes.

“El gran cambio observado durante la pandemia es claramente el cierre generalizado de los campus a nivel internacional y una transición hacia la enseñanza a distancia, con una gran heterogeneidad en las respuestas aportadas y los niveles de preparación”, explica a la AFP Mathias Bouckaert, analista en la OCDE y especialista de cuestiones universitarias.

“En algunos países, la enseñanza en línea ya se practicaba, como en Canadá, donde los inviernos rigurosos hacen a veces imposibles los desplazamientos. En otros países como en Turquía, donde la ley imponía un nivel importante de enseñanza presencial, estas prácticas eran mucho menos corrientes”, señala.

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El COVID-19, que supuso el cierre de las universidades en marzo de 2020 en la mayoría de los países y la puesta en marcha de las clases a distancia y luego una forma híbrida (entre presencial y desde casa), tuvo “un impacto variado según las regiones y el nivel de recursos”, con países de Europa y de Norteamérica “mejor (preparados) para hacer frente a las perturbaciones”, indica también un informe de la Unesco publicado a principios de 2021.

Es el caso de Estados Unidos, donde la inscripción de los estudiantes a los programas a distancia ya aumentó 29% entre 2012 y 2018. Según estadísticas nacionales, 16% de los alumnos seguían las clases exclusivamente desde casa a finales de 2018.

“¿Dónde están las instalaciones?”

En este país, donde la mayoría de establecimientos universitarios cerraron de marzo de 2020 a agosto de 2021, la pandemia afectó a un gran número de alumnos --17 millones de inscritos este año, un millón menos que en 2019--, y sobre todo a los estudiantes internacionales, cuyos los efectivos bajaron un 17% entre 2019 y 2021, según el centro de investigaciones National Student Clearinghouse.

“De manera general, las universidades que tenían estudiantes internacionales se han visto muy impactadas por la digitalización”, resume Mathias Bouckaert, que cita como ejemplos el Reino Unido, Estados Unidos o Australia. Aunque la enseñanza a distancia ha funcionado bien en ciertos países, como Canadá, en otras regiones del mundo, mucho menos, como en África.

En Kenia, el acceso a internet y a los ordenadores es uno de los principales problemas. “Estamos muy mal equipados”, cuenta Masibo Lumala, conferenciante en la Universidad Moi (oeste). “Tenemos las competencias para enseñar en línea, la mayoría de nosotros hemos recibido formaciones. Pero, ¿dónde están las instalaciones?”.

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Phylis Maina, estudiante en cirugía dental en la Universidad de Nairobi, también critica la mala calidad de la conexión a internet. Y lamenta que “las interacciones sociales entre profesores y estudiantes (...) hayan desaparecido”. La pandemia no sólo ha transformado la enseñanza de los jóvenes, también se han quedado sin vida estudiantil. Esto ha tenido repercusiones psicológicas en algunos de ellos y ha aumentado las desigualdades.

“Mis padres me dijeron que la facultad eran años en los que conocíamos a gente de por vida, no es lo que veo”, dice a la AFP Emil Kunz, de 22 años, estudiante en agronomía en Berlín. En Alemania, donde la mayoría de universidades siguen aplicando la telenseñanza, para los jóvenes que permanecen en casa de sus padres, “la escuela acabó, pero la vida de adulto no puede empezar”, afirma Klaus Hurrelmann, investigador en educación en la Hertie School de Berlín, para quien “la pandemia marcará probablemente para toda la vida a esta multitud de estudiantes”.

“Desigualdades exacerbadas”

“A nivel general, ha habido un impacto en la salud mental. El aislamiento y los confinamientos fueron complicados”, reitera Mathias Bouckaert. La pandemia también “exacerbó las desigualdades ya existentes”, añade. “Los estudiantes menos favorecidos se han encontrado con más dificultades”, sobre todo los que tenían niños o no disponían de ordenador.

En Francia, los estudiantes, que regresaron a las facultades en septiembre, también han tenido que enfrentarse a grandes problemas. “Ha habido una demanda fuerte para volver a (las clases) presenciales”, indica Raphaëlle Laignoux, vicepresidenta a cargo de la vida estudiantil en la Universidad París I Sorbona.

En este establecimiento, se crearon en 2020 ayudas para la alimentación y para la conexión (sobre todo con préstamos de ordenadores). “Actualmente, la mayoría de nuestros estudiantes están equipados”, añade. “Es más en las condiciones sociales --en qué lugar están, cómo se alimentan-- que persisten las desigualdades”.

Fuente: AFP.

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