El sorprendentemente rápido regreso de los talibanes al poder en Afganistán tomó a todo el mundo a contrapié –incluidos los nuevos dirigentes–, y ha dejado a los afganos tratando de dar sentido a lo ocurrido y de vislumbrar qué les depara el futuro.
Para los talibanes, el mayor desafío sigue siendo dejar de ser solo insurgentes y transformarse en un cuerpo político y administrativo capaz de gestionar una nación tan diversa y rebelde como Afganistán, tras la salida de las tropas internacionales. Pero su infortunio está lejos de terminar, con la perspectiva de un duro invierno por delante.
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Para los países occidentales como Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, el miedo tiene dos caras: por un lado, un deterioro de las condiciones que fuerce a decenas de miles de afganos a huir y buscar refugio fuera, y por otro, que el país vuelva a ser un refugio para grupos radicales como Al Qaida. Para los afganos ordinarios, las preocupaciones inmediatas son comida, cobijo y empleo. Y en el caso de las mujeres, lidiar con la destructiva política de los talibanes en cuanto a sus derechos.
“Las consecuencias de la reconquista son calamitosas e inmediatas”, escribía Kate Clark en un informe especial de la red de analistas de Afganistán (AAN). Los talibanes “no tienen planes sobre cómo administrarán el Estado afgano sin ayuda internacional, (cuya retirada era) una consecuencia completamente predecible de su decisión de apostar por una victoria militar”.
“En la oposición, cobraban impuestos a la población bajo su control, pero dejaban los servicios públicos enteramente al gobierno, las oenegés y los donantes”, indica. “Ahora, en el poder, encuentran unos ingresos gubernamentales fuertemente reducidos y tienen una población entera a la que atender”, añade.
El colapso de la burocracia
Uno de sus mayores del movimiento radical islamista es el colapso de la burocracia. Unos 120.000 afganos fueron evacuados en los caóticos días finales de la intervención estadounidense, muchos de ellos profesionales que trabajaron con las potencias extranjeras para manejar una administración y una economía dependientes de la ayuda internacional.
Muchos funcionarios no cobraron durante meses, incluso desde antes del retorno talibán, y tienen pocos incentivos para reincorporarse al trabajo sin saber cuándo volverán a ingresar sus salarios.
“Voy a la oficina por la mañana, pero no hay nada por hacer”, dice Hazrullah, un funcionario de nivel medio del ministerio de Asuntos Exteriores. “Antes, trabajaba en acuerdos de comercio con nuestros vecinos. Ahora no tenemos directrices de cómo seguir. Nadie sabe nada”, continúa.
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Parte de la cúpula islamista se ha afanado en presentar el nuevo régimen como distinto al fundamentalista y brutal gobierno de su primer mandato entre 1996-2001. Y, al menos de forma superficial, ha habido algunos cambios. No se ha ordenado oficialmente a las mujeres vestir nuevamente un burka completo ni se las obliga a ir acompañadas por un familiar varón al salir de casa, por ejemplo.
Pero, descontando servicios esenciales como la salud, a las mujeres se les prohíbe en la práctica trabajar en el gobierno y las jóvenes no pueden estudiar mientras los talibanes tratan de acomodar esta realidad a sus principios islámicos.
“Es por su propia seguridad”, dicen los talibanes, ignorando que la mayor amenaza a su seguridad hasta el 15 de agosto procedía de su propio movimiento. La seguridad en general ha mejorado con la llegada de los talibanes, pero los ataques del grupo yihadista Estado Islámico van al alza, especialmente contra la minoría chiita.
Decisiones políticas difíciles
La economía, sin embargo, será lo que marcará el futuro de un país que se precipita a una gran crisis humanitaria. La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) alerta de una carrera contra el reloj para evitar que 22,8 millones de personas (un 55% de la población) se enfrenten a niveles críticos de inseguridad alimentaria este invierno.
Al tomar el poder, los talibanes “mataron de hecho la gallina de los huevos de oro”, asegura Clark en AAN. “Como grupo, sus ingresos son ahora mayores que cuando estaban en la oposición armada. Pero como gobierno, estos ingresos son muy, muy inferiores a los que tenía” la administración prooccidental, añade.
Para la red de analistas de Afganistán AAN, los talibanes y las potencias extranjeras deben tomar “difíciles decisiones políticas” en los meses venideros. Los donantes dudan en ayudar a un país que ven como un régimen paria, mientras los talibanes consideran que su victoria no debe verse comprometida.
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A nivel local, algunas organizaciones de ayuda pueden bordear la administración oficial y distribuir bienes básicos a las personas que los necesitan. Pero hay zonas donde los dirigentes talibanes reivindican que ellos son los únicos con el derecho de repartir esta asistencia, lo que refuerza su autoridad y les permite recompensar a sus fieles.
A nivel nacional, los talibanes no se pueden permitir aparecer al dictado de poderes y organizaciones extranjeros y sus líderes insisten en tener control de la financiación y la ayuda, algo inadmisible para muchos donantes. “Los beneficios económicos procedentes de la paz solo serán marginales comparados con el daño hecho por la absoluta pérdida de ingresos extranjeros y la aislación que enfrenta ahora Afganistán”, insiste Clark.
Fuente: AFP.