La ruta que atraviesa San Matías es tierra de nadie. Cientos de miles de hectáreas de lo que hace años eran bosques, sabanas tropicales y pantanales hoy son una maraña gris de árboles calcinados que flanquean caminos de ceniza en esta área protegida del este de Bolivia.
“¡Entró hasta este monte, entró ahí!”, comenta Antonio Tacuchavá, de 76 años, señalando una arboleda devastada por el último incendio, que se extendió de julio a septiembre. Las llamas llegaron a menos de un kilómetro de su casa. Las 130 familias de Comunidad Candelaria, un caserío principalmente agricultor a las puertas del parque San Matías, en el corazón de Sudamérica y lindero con el pantanal brasileño, temen que el fuego arrase con todo lo que tienen.
“Una chispa, aquí en estas casas, es un fósforo”, advierte este excampesino de pulcro bigote blanco y rostro curtido por el sol, que ahora vive de los animales de granja que cría en su jardín. Margarita Chuvé, su esposa, tampoco esconde el miedo.
Lea más: Casi el 100% de los nuevos casos de COVID-19 es de la variante delta en Paraguay
“Mi casita todavía es de paja. Peligroso estaba. ¡Parecía que estaba cerquinga el fuego!”, recuerda la mujer de 69 años, mientras llena unos cuantos baldes durante uno de los tres momentos del día en que hay agua debido a las restricciones por la falta de lluvia.
Bolivia, uno de los países con más biodiversidad, ascendió en 2020 al número tres en la lista de países con la mayor pérdida de bosques vírgenes, solo detrás de Brasil y la República Democrática del Congo, según Global Forest Watch. En lo que va de 2021, ya se quemaron al menos 34.000 km2. En los dos años anteriores, fueron más de 50.000.
“Recuperarse de los incendios puede llevar décadas”, asegura el biólogo Juan Carlos Catari. “Hay lugares que perdieron más de la mitad de su riqueza de flora”. Añade que el fuego ha diezmado especies como el copaibo y algunas variedades de tajibo, árbol icónico de la región.
Lea más: Se casó Malala, la activista pakistaní y Nobel de la Paz
Los incendios de esta temporada están controlados, pero la sequía, una de sus causas y también consecuencia, permanece. “La vegetación sirve de esponja y activa el ciclo hídrico, especialmente en un lugar que es todo arena”, explica Catari.
La falta de vegetación, más los gases de efecto invernadero que incendios recurrentes en todo el mundo y otros contaminantes aportan año a año, generan más calor y una estación lluviosa cada vez más corta. La sequía también se hace sentir en Santo Corazón, 200 km al sur, pero aún dentro del gigantesco parque.
“Mucho nos ha afectado”, lamenta Jorge Suárez, el cacique de este pueblo fundado en 1760 como una misión jesuita, donde construcciones de madera y chozas con techo de hoja de palmera dominan el paisaje. “Este año no tuvimos primavera”, agrega, y agradece a Dios por la lluvia de hace unos días; la primera en meses. Pero la población no es la única afectada por el fuego y la falta de agua. “Peor los animales, que están acostumbrados a vivir en el bosque. Eso me preocupa mucho”, dice el cacique de 54 años y ojos celestes.
“Muerte masiva”
Al adentrarse en el parque de casi 30.000 km2 –la superficie de Bélgica– el camino revela suelos resecos y agrietados bajo miles de palmeras a medio quemar. “El fuego, aparte de matar el tronco, mata las propiedades del suelo”, lamenta la geógrafa y bióloga Carla Ramírez, del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap).
Entre 2001 y 2020, Bolivia perdió más de 60.000 km2 de cobertura arbórea. Eso equivale a una disminución del 9,5% desde el año 2000 y 1,5% del total mundial, de acuerdo con Global Forest Watch. Ya en 2009, un estudio del Ministerio de Medio Ambiente y Agua presagiaba: “Con este ritmo de deforestación, habrán desaparecido los bosques en Bolivia en el año 2100″.
Una de las causas son los incendios, que además propician el calentamiento global por sus emisiones de dióxido de carbono. Es una fórmula letal: las emisiones se disparan por el humo y hay cada vez menos árboles para absorber ese exceso, porque se quemaron o fueron talados.
Lea más: Concepción lleva vacunación a zonas rurales a través de Unidades de Salud Familiar
Un documento del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) cita estudios que prevén un aumento de la temperatura en Bolivia “en un rango de 1,3 a 1,6°C para el año 2030 y entre 4,8 a 6°C para el año 2100, en comparación con la temperatura media de 1961-1990″. Algún tajibo todavía florido en rosa o amarillo es de los pocos resquicios de vida que resaltan en el paisaje desolador.
Otro son las parabas azules, emblema de la fauna de San Matías. Según organismos internacionales, quedan en el mundo no más de 4.500 ejemplares de esta ave azul cobalto que puede alcanzar el metro de longitud. Algunas de las 300 que todavía habitan el parque, por estar empollando, no abandonaron sus nidos a pesar de los incendios a su alrededor.
“El fuego afecta la reproducción de la especie”, porque los árboles donde viven se van quemando y cayendo, explica el biólogo Mauricio Herrera, experto en esta ave. Además, la escasez de alimento agrava la situación para las parabas: la palmera de motacú, de cuyo fruto se alimentan, es igualmente víctima de los incendios.
Lea más: Nombran a Nadia Ferreira primera embajadora del Sello de Moda Sostenible
Considerada “vulnerable” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), la paraba azul figura en la Lista Roja de Especies Amenazadas. Otros animales también sufren: lagartos flacos y sedientos languidecen alrededor de los estanques en reservas naturales afectadas por los incendios.
“La mayoría de los animales grandes pueden escapar del fuego porque se desplazan rápidamente, pero reptiles como los lagartos y serpientes quedan atrapados en el fuego y se intoxican con el humo porque no se desplazan rápido”, explica Catari. Los caimanes del pantanal “se están salvando porque viven en el pantano donde hay agua”, afirmó a la AFP el viceministro de Defensa Civil, Juan Carlos Calvimontes, a cargo del operativo militar contra el fuego.
Pero biólogos señalan que la supervivencia no es segura porque varios cuerpos de agua están secándose. A ello se suma que las cenizas se acumulan allí y matan a los peces y crustáceos, alimento de los lagartos. “El probable desenlace es una muerte masiva” del reptil, asevera el veterinario Félix Rivas, del santuario animal Senda Verde, que asistió a animales afectados en el parque.
¿Solo pastizales?
“Las áreas protegidas no son necesariamente ricas en biodiversidad” fue la primera respuesta del viceministro al ser consultado sobre el desastre ambiental provocado por los incendios. Calvimontes asegura que “la mayor parte de lo que se está quemando son los pantanales, son pastizales”.
Pero hay grandes extensiones de bosque arrasadas y, de acuerdo con varios científicos, el daño a pastizales y matorrales es igual de grave. “Hierbas y pastos tienen el mismo valor en términos de biodiversidad y conservación que los árboles”, aclara Catari. “Cuando alguien le resta importancia a la quema de pastizales, le está restando importancia a la biodiversidad como tal. Es una aberración”.
“Volverá a pasar”
“Es muy difícil el trabajo de rehabilitación porque sabemos que, al año, esto va a volver a pasar”, se queja Ramírez. Lo que no es ningún secreto es que los incendios son provocados. Como es tradición, las quemas se inician para transformar bosques en áreas agropecuarias o limpiar el terreno de cara a la próxima siembra.
La práctica, conocida como “chaqueo”, es legal en Bolivia durante mayo y junio, una vez finalizada la estación húmeda. Este año, no obstante, la autorización se extendió hasta el 31 de julio. La ley permite “chaquear” hasta 20 hectáreas, pero hay quienes incumplen los plazos o queman más superficie. Para ellos, las sanciones son débiles.
En los gobiernos de Evo Morales (2006-2019), del oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), se impulsaron numerosas normas que favorecieron la quema y deforestación para ampliar la frontera agropecuaria, en nombre de la “seguridad alimentaria”.
Lea más: Audrey Azoulay: la francesa reelegida al mando de la Unesco
En Santo Corazón, Dalcy Cabrera abre el grifo, pero no sale nada. “En este tiempo de seca es donde a nosotros nos afecta (...) El agua no nos llega”, dice esta ama de casa de 36 años. Sin embargo, agradece que aún corre un río cerca de su casa. Otras comunidades no tienen la misma suerte y dependen de camiones cisterna para subsistir.
“Dios quiera que ya no continúe esta sequía”, comenta Froilán Silva, de 59 años y vecino del mismo pueblo. Pese a que llovizna y la gente se alegra, los expertos dicen que el daño ya está hecho. “Que la vegetación se ponga verde cuando venga la primera lluvia no quiere decir que (el bosque) se ha recuperado”, dice Catari.
Fuente: AFP.