En su bote frente a la costa noreste de Estados Unidos, Virginia Oliver, de 101 años, maneja con destreza el cuerpo resbaladizo de una langosta mientras coloca bandas elásticas alrededor de sus pinzas, como lo viene haciendo desde que tenía siete años.
Esta mujer centenaria es quien tiene la licencia más antigua para pescar langostas de todo el estado de Maine, sino del mundo, según historiadores locales. Tres días a la semana, sale a las aguas frente a la pequeña ciudad de Rockland con su hijo Max, de 78 años, quien la ayuda a tripular el barco que su difunto esposo bautizó “Virginia” en su honor.
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“Voy a hacer (esto)... hasta que muera”, asegura la mujer de cabellera blanca. “La gente me dice ‘¿Por qué lo haces?’ Porque quiero. Soy lo suficientemente mayor para ser mi propio jefe”. Conocida por sus amigos como Ginny y para algunos como la “Dama de la langosta”, ha vivido en Rockland toda su vida, en la misma calle donde nació en 1920.
“Ginny es increíble”, dice David Cousens, un pescador de langostas y expresidente de la Asociación de Pescadores de Langosta de Maine. “Ha estado pescando desde que tengo uso de razón, obviamente. Tiene 101 años, todavía va, unos tres días a la semana está aquí, por lo general está aquí temprano en la mañana”, cuenta.
Virginia se levanta a las 3:30 y se dirige al mar a las 5:00. Ya sea en su camioneta o en el Chevy 1956 de Max, madre e hijo conducen hasta una cala privada y van en su pequeño bote hasta el barco de langostas, amarrado más lejos.
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Virginia y Max tienen unos cientos de trampas en el agua y trabajan juntos para sacarlas. Max arrastra las trampas con un cabrestante mientras su madre mide, amarra y coloca las langostas en la bodega. Con botas de agua, impermeable y guantes de goma, ella se para sobre el tanque de almacenamiento y toma una por una las langostas para inspeccionarlas mientras su hijo se las pasa.
Una vez que comprueba que la langosta que examina está dentro del tamaño permitido, sujeta sus pinzas con bandas de goma. A veces, Virginia toma el timón y capitanea el barco, pero no si hay niebla. En este punto de sus vidas, madre e hijo solo salen si hace buen tiempo, no como antes, que salían sin importar las condiciones climáticas. “Ella nunca para”, comenta Max. “Siempre ha sido así. Está activa todo el tiempo. Siempre en movimiento, ocupada. A veces me cansa solo de pensar en eso”.
Al final de la jornada, ambos llevan las langostas a la cooperativa Spruce Head Lobster Pound Co-Op, que ayuda a madre e hijo a obtener un mejor precio mayorista. Virginia no tiene planes de retirarse pronto. “No quiero estar en una silla de ruedas”, dice sin dudarlo.
Fuente: AFP.