Extraer un hígado o un corazón para reimplantarlo, con las unidades de cuidados intensivos llenas por el coronavirus, es un desafío mayor si cabe, al que España, líder mundial en la materia, ha conseguido responder.

Una ambulancia circula a 150 km/h camino al aeropuerto de Madrid. Los automóviles se apartan para dar paso al vehículo de sirena azul y el rótulo “donación de órganos”.

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En la pista de aterrizaje espera un avión privado. De la ambulancia bajan una enfermera, y dos cirujanos, en uniforme quirúrgico verde, que suben al aparato con una heladera azul sobre ruedas.

Se dirigen a buscar un corazón, que luego implantarán, a algún sitio de España que no se puede mencionar por la privacidad del donante: el órgano de una persona en estado de muerte cerebral va a salvar la vida de otra.

El papel clave de los cuidados intensivos

En el avión, dos de los sanitarios, el cirujano Juan Estéban de Villarreal, de 28 años, y la enfermera Erika Martínez, de 41, recuerdan la primera ola del coronavirus, cuando el ritmo de los trasplantes se redujo drásticamente.

“La pandemia cambió una cosa: el número de trasplantes. El principal problema era el colapso de los cuidados intensivos”, dice Martínez, enfermera extractora desde hace 15 años, con unos 450 trasplantes en su haber. Las unidades de cuidados intensivos (UCI), son el principal frente de guerra contra el COVID-19, pero también el lugar donde se deciden los trasplantes.

“A los donantes siempre los identificamos en las unidades de cuidados intensivos”, explicó Beatriz Domínguez Gil, directora de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) española. “Y el proceso de donación tiene lugar ahí, porque los receptores tienen que pasar al menos los primeros días después del trasplante en una UCI”, añadió.

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En 2020, el número de trasplantes en España cayó un 20%, precisó, pero aun así el país logró cifras superiores a las de otros países incluso antes de la pandemia (37,4 donantes por millón de habitantes en 2020 frente a 29,4 en Francia o 36,1 en Estados Unidos en 2019).

España también mantuvo su liderazgo mundial con el 5% de los trasplantes totales, cuando su población representa sólo el 0,6%. En marzo de 2020, Amparo Curt fue incluida de urgencia en una lista de espera tras sufrir una hepatitis autoinmune fulgurante. “Algo te dice que te mueres, vas viendo que te vas”, recuerda esta mujer de 51 años. ¿Qué órgano va a haber en pleno COVID?”. Por “milagro”, la llamaron unos días más tarde para recibir un nuevo hígado, y eso, en “el pico más alto de la pandemia”, explicó a la AFP.

Sometida a tres pruebas PCR de coronavirus consecutivas durante su hospitalización, acabó por volver a casa cinco días después del implante. Una vivencia de “ciencia-ficción” que le ayudó a comprender “que todo es posible”, narró, interrumpida a veces por la emoción.

“Se mueve bien”

En Majadahonda, cerca de Madrid, un receptor espera en el hospital Puerta de Hierro. En algún lugar del cielo, durante el costoso viaje en avión privado, De Villarreal ignora si la historia acabará bien, pero es consciente del valor de un corazón: “no se puede comprar” dice.

Tres cuartas partes de los transportes de órganos que se realizan por vía aérea corren a cargo de compañías aéreas comerciales (que ofrecen este servicio de forma gratuita), pero algunos órganos, que no pueden esperar, tienen que viajar en vuelos privados.

Durante la primera ola, con el tráfico aéreo reducido a casi nada, hubo que improvisar, hacer malabares con las restricciones de movilidad, aceptar -en el caso de los trasplantes de corazón- que la extracción la hicieran equipos cercanos al hospital del donante y que el órgano viajara solo.

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El avión que traslada al equipo médico aterriza en la localidad cuyo nombre permanecerá secreto. Ambulancia, hospital, vestuario, cambio de equipo. Frente a la puerta corredera del quirófano, varias neveras esperan sus órganos antes de partir hacia destinos y receptores desconocidos.

En el interior, trabajan una quincena de personas. De Villarreal se acerca al cuerpo del donante, toca con delicadeza el órgano aún palpitante en la caja torácica abierta: “diría que sí, se mueve bien”. El corazón se deposita en un simple “tupperware” lleno de suero, colocado luego en tres bolsas de plástico herméticamente cerradas. “El aire es malo”, dice el cirujano.

Nevera, unos papeles a firmar, vestuario, ambulancia, aeropuerto y viaje de regreso a Madrid. En el centro del avión, una caja de plástico azul con un tesoro: un órgano separado del cuerpo que espera recuperar la vida. Aterrizaje, ambulancia, y, finalmente, hospital de Majadahonda. El paciente está ya abierto. Y su viejo corazón se extrae. Unas horas más tarde, el hombre es extubado. Una nueva vida empieza para el corazón y, sobre todo, para su propietario.

Fuente: AFP.

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