Libraron terribles batallas, sufrieron pérdidas y traumas, pero también conocieron una fraternidad inquebrantable. La retirada de las fuerzas internacionales de Afganistán hace aflorar sentimientos encontrados entre los veteranos de esta guerra, que marcó a toda una generación de soldados occidentales.

Retirados o todavía en activo, un estadounidense, un francés, un alemán, un español y un australiano contaron a la AFP sus recuerdos de este largo y violento conflicto del que nadie salió totalmente indemne.

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Los talibanes lanzaron una ofensiva en mayo aprovechando la salida de las tropas extranjeras de Afganistán. Estados Unidos tiene previsto retirarse totalmente de ese país antes del 20º aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que desencadenaron una ofensiva de la OTAN.

A miles de kilómetros de allí, en Quentel, un pequeño pueblo alemán, Andreas Bräutigam, de 58 años, pasa sus días cocinando y ocupándose de sus caballos. Pero el exsargento mayor no ha podido borrar de su memoria sus misiones en la Bundeswehr: dos en Yugoslavia, cuatro en Kosovo, y una de ocho meses en Afganistán, entre 2003 y 2004. Un día, cuando estaba estacionado en el aeropuerto de Kabul junto a las tropas de la OTAN, estuvo a punto de morir después de que un disparo le perforara la oreja.

“Me siento feliz los días en los que no pienso en Afganistán”, dice, antes de enumerar los peligros mortales a los que se enfrentaba cada día: las bombas caseras, las emboscadas y los ataques suicidas. Por la noche revive escenas “que parecen tan reales que a veces ni siquiera sé dónde estoy cuando me despierto”.

Trastorno por estrés postraumático

Actualmente retirado, este hombre fornido, con el cráneo rapado y los brazos tatuados, padece un trastorno por estrés postraumático y debe tomar pastillas para dormir. La compañía de sus caballos le ayuda cuando está “agitado, nervioso o agresivo”. “A veces basta con verlos o estar cerca de ellos para calmarme”, cuenta.

Su recuerdo más vívido es el accidente de un helicóptero alemán en las afueras de Kabul, en diciembre de 2002. “Siete compañeros murieron, los conocía a todos...”. Pero también guarda buenos recuerdos, como “la cooperación con otras naciones”, “la camaradería” y la “acogida relativamente amistosa de la población”.

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Según él, con la intervención de la OTAN, “el pueblo afgano ganó en libertad, especialmente las mujeres, pero esto está siendo socavado”. No le sorprenden los nuevos enfrentamientos en Afganistán, después de tantos años de esfuerzos por estabilizar el país. “Tal vez podríamos habernos sentado todos alrededor de una mesa con los talibanes e intentar algo. Pero no se intentó”.

Otro exveterano, el teniente coronel francés Jean Michelin, piensa poco en su tiempo en Afganistán. Se prepara para partir con su regimiento al Sahel, donde las fuerzas francesas llevan a cabo una operación antiyihadista desde hace ocho años.

“Siempre llevamos muy dentro de nosotros las misiones que hemos vivido. Pero tampoco se puede vivir con la carga de Afganistán para siempre”, explica. En 2012, fue enviado al este de Afganistán. Cuatro de sus compañeros murieron en un ataque suicida, junto a dos intérpretes afganos.

“Una cuestión política”

Jean Michelin prefiere no ahondar sobre el retiro estadounidense y sus consecuencias. “Lo que ocurre en Afganistán me importa, pero principalmente a través del prisma de la memoria, más que del sentimiento de victoria o derrota”, explica. “Nunca cuestioné la validez de mi presencia allí, porque tenía hombres bajo mi mando”, continúa. “El ‘por qué’ no es una cuestión militar, es una cuestión política”.

Gonzalo Seguel, un soldado español, tuvo dos misiones de seis meses en Afganistán, en 2006 y 2007. En aquel entonces, era un joven padre de familia de 21 años y estaba desplegado en la provincia de Baghdís (noroeste) con el 1º Batallón de Infantería Ligera de Paracaidistas.

“Lo primero que se me viene a la mente es lo difícil que fue la misión, el entorno en el que nos encontrábamos. Creo que tuve suerte de ir y más suerte aún de volver vivo”, dice durante un entrenamiento de combate urbano cerca de Madrid. “Desgraciadamente, ves situaciones que no quieres ni recordar”, señala, refiriéndose a “recuerdos dolorosos” que prefiere no mencionar.

Fraternidad

Seguel perdió a tres compañeros. “Fue muy duro para todos... Fue un periodo durante el cual la palabra ‘resiliencia’ tomó sentido, porque debíamos hacer frente a la situación y seguir con nuestra misión”, dice. Estas operaciones forjaron también profundos lazos de amistad, muchos de los cuales “continúan”. “Los mejores recuerdos son sin duda la vida junto a mis camaradas, el sentimiento de fraternidad”.

Hizo también amistad con algunos civiles afganos que trabajaban para ellos. “Nos contaban sobre sus familias, sus sueños para el futuro”, recuerda. “Viví experiencias que me ayudaron mucho a aprender como soldado y como persona. Cuando miro hacia atrás, no cambiaría nada a lo que pasó o a lo que viví, nada”, asegura.

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De su lado, James Hintz estuvo enrolado en el ejército australiano durante 12 años, antes de retirarse por razones médicas en 2014. Este francotirador resultó herido en Timor Oriental en 2007 cuando una granada no letal que iba a lanzar estalló accidentalmente. Todavía sufría las consecuencias de este accidente cuando fue enviado a Afganistán por siete meses en 2008.

“En cierto modo, Afganistán me salvó durante un breve periodo. Me permitió volver a activarme, mental y físicamente”, dice Hintz, que actualmente vive con su mujer y sus dos hijos en Crows Nest, su pueblo natal, una pequeña localidad rural a dos horas de Brisbane. Periódicamente debe someterse a operaciones para aliviar el dolor de su herida.

“Es tiempo de volver” a casa

En su casa, repleta de fotografías de sus años de servicio, habla con fatalidad de la retirada de las tropas extranjeras. “Esta retirada podría haber ocurrido hace diez años y seguiría teniendo el mismo resultado”, estima. Pese a todo, considera que la intervención en Afganistán “valía la pena”. “Lo digo por los hombres que no pudieron volver a casa. Su sacrificio hizo que valiera la pena”.

Para el estadounidense Marc Silvestri, de 43 años, que estuvo en Afganistán en 2008-2009, su país hace lo correcto al retirarse de ese país, donde han muerto más de 2.400 militares americanos. “Es una misión muy difícil”, comenta. “Estábamos en las montañas, libramos muchísimas batallas”, cuenta este hombre, que recibió una estrella de bronce por méritos de guerra.

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“Pienso sinceramente que es momento de volver a casa. Hemos invertido mucho dinero y tiempo para formar al ejército afgano, les dimos las herramientas para defenderse solos”, considera. Silvestri, que ahora trabaja ayudando a veteranos de Irak y Afganistán, ve a diario los daños causados por estas operaciones en el extranjero, que movilizaron a cientos de miles de soldados.

“Muchos de los muchachos con los que me fui volvieron con serios problemas. Algunos de ellos se suicidaron”, dice. “La guerra hace cosas oscuras, nos destruye a todos. Una parte de cada uno de nosotros se quedará en Afganistán para siempre”.

Fuente: AFP.

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